ARZOBISPO VALERA
Un hombre sencillo y virtuoso que tuvo grandes preocupaciones pastorales y una firme posición contra la dominación haitiana

<STRONG>ARZOBISPO VALERA<BR></STRONG>Un hombre sencillo y virtuoso que tuvo grandes preocupaciones pastorales y una firme posición contra la dominación haitiana

POR ÁNGELA PEÑA
“Es un personaje distante y extraño. El tiempo y nuestra inmensa capacidad de olvidar lo han ido distanciando de nosotros cada vez más. Nos queda una calle, en Villa Consuelo, que algún día provocará la inevitable pregunta: ¿Quién sería ese “Arzobispo Valera?”

El sacerdote jesuita José Luis Sáez hace el planteamiento en la presentación a un opúsculo sobre el hombre de iglesia escrito por Max Henríquez Ureña y José María Morillas, reeditado con un apéndice de monseñor Rafael Bello Peguero. El historiador Antonio Lluberes, SJ, responde la interrogante que, a juicio de Sáez, podría inquietar al transeúnte. “Fue un hombre sencillo y virtuoso, sufriente, tímido, que como sacerdote y obispo tuvo grandes preocupaciones pastorales, que vivió un periodo difícil para el país y que se vio atrapado en la identificación religiosa de la Iglesia al régimen español”.

 A Don Pedro Valera Jiménez, el primer arzobispo dominicano, se debe la formación del clero nacional, para lo que fundó la primera escuela catedralicia, “semilla de lo que sería luego el Seminario en la época republicana”; fomentó la reapertura de la Universidad y su tenacidad, enfatiza Lluberes, “fue uno de los componentes para que se mantuviera la conciencia de la nacionalidad dominicana”.

 Ciertamente, como observa Sáez, Valera es un gran ignorado. Al margen de las breves referencias bibliográficas, la calle y los óleos que se exhiben en la Catedral Metropolitana y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, no ha sido objeto de mayores reconocimientos. Al referirse a la vía que honra su memoria, el cronista José Luis Alemar apenas escribe que fue “un ilustre sacerdote que llegó a ser Arzobispo de Santo Domingo”, contrario a como hace con otros personajes sobre los que abunda en datos. Tampoco pone  fecha de la resolución que designa la calle ni el nombre del distinguido mitrado al que simplemente llama “Arzobispo Valera”.

“Vocación de Santo”

Al Primado de las Indias se le confiere “vocación de santo”. Se destaca que sólo aspiraba “a ser sustentáculo de la fe de Cristo, practicar la caridad, prodigar bondades en torno suyo, predicar el amor al prójimo, enseñar al que no sabe”. Pero quienes han analizado su trayectoria destacan la valentía con que enfrentó al invasor haitiano, revelándose con resoluto carácter.

“Cuando se desvanece el sueño de Núñez de Cáceres, y los dominicanos quedan sometidos a la dominación haitiana, Valera se yergue en su silla apostólica frente al usurpador. La adversidad despierta en su ánimo energías insospechadas. Recluido en su Palacio Episcopal, se niega a volver a oficiar en ningún acto público. Se resiste a ser considerado como Arzobispo de la República de Haití; se niega a percibir los emolumentos que le asigna el gobierno haitiano. No se oculta para declarar que él no reconoce otro soberano que aquel de quien fue súbdito desde la cuna, ni para decir que el único gobierno que los dominicanos consideran como legítimo es el de España, puesto que el capricho de un usurpador voluntarioso no podría suprimir tres siglos de historia, que representaban para aquel pueblo su origen, su idioma, su fe, sus tradiciones, su educación y sus costumbres”, significa Max Henríquez Ureña.

 El padre Antonio Lluberes manifiesta que Valera “se resistió a aceptar la situación”  y que sus relaciones con el régimen haitiano fueron conflictivas. “Celebró el Te-Deum al asumir Boyer el mando, vio liberar a los esclavos, plantar las palmas de la libertad, cerrar la universidad, expropiar los bienes urbanos y rurales de la Iglesia, llegar los primeros misioneros protestantes, quitar los escudos nobiliarios que existían en la ciudad, incluido el de Carlos V que presidía el frontispicio de la Catedral”.

 Agrega que el arzobispo no quiso bendecir la palma de la libertad plantada en la Plaza de Armas, frente a la Catedral, ni aceptó la propuesta de ser obispo de toda la Isla y visitar pastoralmente la parte haitiana. “No quiso recibir asignaciones económicas del Gobierno”.

 Esta actitud le mereció un intento de asesinato “con el que se buscó intimidarlo y hacerlo salir del país. El gobernador haitiano, general Borgellá, le facilitó el pasaporte”, narra Lluberes. El asesino “se arrepintió al ver al Arzobispo y se arrojó a sus plantas implorando perdón”, se dice. Agrega la versión que “la punta del puñal se partió sobre la cruz que como símbolo de su dignidad llevaba pendiente del cuello, y a lo cual debió su salvación”.

 Una poesía a la memoria de Valera, publicada en 1833, expresa: “Su vida vio en peligro cuando un día/ con un puñal un joven lo asaltara, / y más que Mario impávido le dice: / ¿Qué vas a hacer? El asesino tiembla, / dejar caer el puñal…”.

 Ante las circunstancias, expresa el padre Lluberes, Valera “se vio precisado a abandonar el país el 28 de junio de 1830. Se fue a Santiago de Cuba donde se le quiso nombrar Arzobispo Coadjutor del anciano monseñor Rodríguez de Olmedo. Rehusó y prefirió irse a La Habana donde a la muerte del obispo Espada y Landa fue nombrado Administrador Diocesano el 7 de mazo de 1833, pero falleció el 19 de marzo de 1833, a causa de la epidemia de cólera.

El Arzobispo Valera

Hijo de Cristóbal Valera e Isabel Jiménez, procedentes de emigrantes de las Canarias, nació en Santo Domingo hacia 1757. Graduado de doctor en Teología por la Universidad de Santo mTomás de Aquino, fue ordenado sacerdote el nueve de abril de 1871. “Pasó de ejercer el curato de la rural Bayaguana y Boyá a ser vicario de la Catedral de Santo Domingo. Aquí le cogió el Tratado de Basilea, 1795, que cedía la colonia a Francia y entre tantas cosas invitaba al clero a trasladarse a las vecinas colonias españolas”, refiere el padre Antonio Lluberes.

Agrega que migró del país ese año y vivió en Venezuela y Cuba. “Tras la reposición del orden colonial español, en 1809, retornó a Santo Domingo. En 1811 fue preconizado para el cargo de Arzobispo. Valera fue consagrado como tal en la Catedral de San Juan de Puerto Rico el 15 de febrero de 1818 por el obispo Mariano Rodríguez de Olmedo y Valle. “Tuvo dedicación pastoral, fue generoso, compartió sus bienes con los pobres de una colonia pobre y con los aristócratas vergonzantes. También reorganizó el gobierno eclesiástico y restableció el Seminario. Fueron ordenados por él: Cerezano, Elías Rodríguez, José María Bobadilla, Portes e Infante, González de Regalado, Rozón…”.

-¿Cómo es que históricamente se tiene a Valera como símbolo de la identidad dominicana habiendo sido pro español?-,  se pregunta al padre Lluberes.

“El obispo Pedro Valera y Jiménez fue un hombre atrapado en las circunstancias de la vuelta política de fines del siglo XVIII en que la Iglesia fue contestada profundamente por los cambios que se operaron en Europa y América bajo la inspiración del pensamiento burgués, revolucionario, francés. Si hubiese sido un siglo antes no hubiésemos dicho que él  era pro español, hubiese sido natural ser fiel al patronato de España, entonces, ahí vino su desquiciamiento con la sociedad y los cambios y la evolución política de la época y vino su significación como un hombre pro español”.

Añade que Valera “no supo ver los acontecimientos que se iban a suceder más adelante: que la Santa Sede se iba a desvincular del patronato español, que los pueblos de América se iban a constituir en repúblicas libres e independientes, que se iba a poder ser católico y ser nacionalista, como en 1838 planteó Juan Pablo Duarte en La Trinitaria, un pensamiento fiel a la tradición católica, pero desvinculado de España. El Arzobispo Valera era un hombre fiel a las convicciones comunes de la época: se consideraba que ser español era ser católico, y ser católico era ser fiel a la monarquía”.

La calle

La calle Arzobispo Valera nace en la “Juan de Morfa” y termina en la “Hermanos Pinzón”, entre la “Vicini Perdomo” y la Bartolomé Colón”, en el sector de Villa Consuelo.

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