Ascensión: cuando Jesús nos puso a valer

Ascensión: cuando Jesús nos puso a valer

MANUEL MAZA

La Ascensión del Señor nos marca las tareas principales a los evangelizadores (Hechos 1, 1 -11).

También a nosotros nos toca “instruir”, y fortalecer el fundamento la fe de los creyentes: “Jesús está vivo”.

Por eso somos cristianos. Nos toca entusiasmar y compartir nuestro proyecto fundamental: “el Reino”.
Todo esto hay que llevarlo a cabo en medio de la situación incómoda que nos ha tocado vivir. Sería un error huir de los conflictos. Jesús les pide a sus discípulos: “no se alejen de Jerusalén, aguarden que se cumpla la promesa de mi Padre”.

Poco se podía esperar de Jerusalén, la ciudad asesina. Jesús les pide a sus discípulos que se queden ahí.

Poco se puede esperar del enredado mundo de los negocios, de un Congreso lleno de próceres astutamente negados a declarar sus bienes o regular las bancas de apuestas antropófagas; de tanto medio de comunicación vendido; transportistas silvestres y Putin salvando a Ucrania destruyéndola…, pero nos toca vivir en este mundo y aguardar, porque “se nos dará el Espíritu”, para ir “comprendiendo la esperanza a la que nos llama” (Efesios 1, 17 – 23).

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Claramente, aquellos discípulos, al igual que nosotros, andaban presos de esquemitas falsos. Su pregunta se parece a la nuestra: “¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”. Jesús los enfoca: “lo de ustedes no es hacer cábalas. Lo de ustedes, es disponerse a recibir la fuerza para ser testigos míos por doquier”.

El testigo no inventa, no centra la atención en sí mismo, se limita a dar testimonio de las palabras y las obras de Jesús, el Viviente.

Ascendiendo al Padre, Jesús nos ha puesto a valer. La nube nos libra de fijaciones infantiles. Los ángeles continúan corrigiéndonos a los cristianos de todos los tiempos: “¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”.

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