Asentamientos esclavos obtienen derechos en Brasil

<STRONG>Asentamientos esclavos obtienen derechos en Brasil</STRONG>

RIO DE JANEIRO. AP. Luiz Pinto parecía estar en todas partes en el patio de su casa familiar cuando los comensales terminaban de comer el cerdo con frijoles y una banda empezaba a tocar samba. A sus 70 años, Pinto bailaba entre las mesas con agilidad propia de un hombre mucho más joven y saludaba a sus invitados con una sonrisa de oreja a oreja.   

Para Pinto y su familia, era más que una fiesta. Trataban de salvar el conjunto de casas de ladrillo y cobertizos en medio de la selva tropical costera que ellos ocupan desde hace más de un siglo, pero que nunca fue legalmente suyo.   

Sus antepasados, esclavos fugitivos, llegaron al lugar y se ocultaron en una cueva cercana. Desde entonces, la zona circundante se ha convertido en una de las más exclusivas de la ciudad, y tanto los sucesivos gobiernos como los vecinos han reclamado el desalojo de la comunidad conocida como Sacopa.   

Para la familia Pinto, la fiesta de recaudación de fondos era una medida de resistencia, de lucha para obtener el título de propiedad de sus viviendas.   

“Mis abuelos llegaron aquí como fugitivos; no confiaban en la sociedad allá afuera”, dijo Pinto. “Se quedaron y esto ha pasado de generación en generación. Este lugar es mi vida, mi paz de espíritu, mi identidad. Nací aquí y moriré aquí”.   

La misma batalla se repite en todo Brasil, en cientos de “quilombos”, como se llama a las comunidades fundadas por esclavos prófugos o sus descendientes. Al mismo tiempo, crecen los esfuerzos para promover los derechos de los negros en una sociedad que posee la segunda población de origen africano del mundo. La única que la supera en número es la de Nigeria.   

Durante generaciones se negó oficialmente que hubiera racismo en el país, pero sólo ahora el gobierno federal empieza a promover la cultura negra nacional en las escuelas y los programas sociales. Una ley de 2010 prohíbe la discriminación racial, a la vez que intenta reducir las brechas raciales en materia de riqueza y oportunidades. La presidenta Dilma Rousseff aprobó este año un programa para alentar los estudios universitarios mediante el cual se espera elevar la cifra de estudiantes negros de 8.700 a 56.000 en los próximos cuatro años.    

A pesar de estos avances, en abril el municipio de Río de Janeiro prohibió a Sacopa la realización de sus fiestas periódicas para recaudar fondos porque los vecinos se quejaron del ruido. Semanas atrás, Sacopa obtuvo una victoria cuando el concejo municipal designó el terreno como área de “interés cultural especial” a pesar del veto del alcalde. Con ello, pudieron reanudar sus reuniones tradicionales, en las que recaudan dinero para pagar a los abogados.   

Brasil les garantiza a esas comunidades el derecho a la tierra y los beneficios que éste conlleva. Pero eso no significa que el derecho es reconocido o que sea fácil obtener el título de propiedad. La burocracia, los conflictos sobre tierras y la escasez de recursos gubernamentales imponen largas esperas con la consiguiente incertidumbre.   

“Esto es un gran salto; sucedió en pocos años”, dijo el antropólogo Jan French, un estudioso de los quilombos en Brasil. “Hay movimientos y personas empeñados en lograrlo, pero el gobierno brasileño también está empeñado en lograrlo”.    El gobierno federal ha reconocido 1.983 quilombos, y un millar y medio aguardan la certificación.   

De los quilombos reconocidos, apenas una pequeña proporción han recibido los títulos de propiedad, de los cuales se emitieron 120 entre 1995 y 2010. Desde entonces se han agregado otros tres, pero antes de recibir sus títulos los quilombos pueden obtener beneficios tales como atención médica y ayuda para reparar viviendas, pavimentar calles e iniciar negocios.   

En 2004, los residentes de Sacopa recibieron la protección oficial para su terreno de 1.860 metros cuadrados, pero aún les falta el título.   

El año pasado, un juez ordenó clausurar la entrada durante una semana porque un vecino acusó al quilombo de cobrar estacionamiento en su tierra. La orden se ejecutó sin aviso ni posibilidad de apelar.   

“Me sentí como un animal”, dijo Pinto. “Nos trataron como animales. Tuve que saltar una cerca, a mi edad, para poder salir”.   

Como presidente de la asociación estatal de quilombos, Pinto se ocupa de los reclamos de su comunidad y de otras 38. Dice que toma sedantes para combatir los dolores de cabeza.   

Givania Maria da Silva, coordinadora de los títulos de quilombos para la agencia federal de reforma agraria, dijo que la jurisprudencia en la materia es relativamente reciente y la aplicación de nuevas normas suele traer complicaciones. Estas se multiplican en el caso de los quilombos urbanos, ya que la tierra suele ser más valiosa.   

 “Avanzamos día a día”, dijo Silva. “La ley no es sencilla, las situaciones tampoco lo son. Con frecuencia se trata de tierras reclamadas por varios propietarios. Hacemos los mayores esfuerzos, pero nos falta gente. Debemos reconocer que la demanda supera ampliamente nuestras posibilidades”.   

Mientras tanto, muchos cuestionan los derechos de los quilombos de reclamar tierras, a veces con amenazas o juicios. Una de las críticas es que se puede declarar la existencia de un quilombo sin realizar estudios antropológicos previos.   

“Es un gran cambio de mentalidad, pero es gradual”, dijo French. “No todos en Brasil están de acuerdo”.   

En las veladas habituales de “fejoada” y samba, conocidas por los músicos de samba de la ciudad desde los años 60, Pinto suele cantar y tocar con la banda. Dice que la música, la comida y la cultura lo unen a sus antepasados y le dan fuerzas para continuar la resistencia.   

“Aquí tenemos el peso de la historia, la protección de la naturaleza, el sabor de nuestra cultura brasileña y un ambiente familiar donde la gente trae a sus chicos”, dijo Lourdes Miranda, asistente habitual a las sambas de Sacopa. “Aquí, entre todos estos edificios, resisten la especulación inmobiliaria. Venir aquí nos recuerda las cosas importantes de la vida”. 

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