Asesinos en serie

<p>Asesinos en serie</p>

TONY PÉREZ
Siempre he dicho que no temo al Sida porque puedo evitar el impacto del mutante virus que lo provoca. No puedo decir lo mismo acerca de los accidentes de tránsito porque carezco de fórmula mágica para conducir sin altas tensiones ante las puertas de esa epidemia.

A la gente le pasa inadvertido, pero el premio mayor de cada final de año se lo saca el pueblo dominicano cuando calcula sus torpezas y prepotencias de 12 meses. Las autoridades de Salud Pública registran poco más de 4 mil muertos y cerca de 50 mil heridos a causa de estos accidentes, una cifra creciente que nos coloca en una indeseable primera causa de muerte pero que, archiconocidas sus causas, podría reducirse con dos centavos de conciencia.

Quienes hemos viajado durante años por las carreteras y por las avenidas y calles de nuestras metrópolis, sabemos que somos sobrevivientes de los locos del volante. Cada fin de semana, durante mis periplos por el hermoso Cibao, soy testigo directo de sus acciones. Y muy a menudo casi víctima, pues también me han puesto en las narices de la muerte.

La carretera troncal Duarte, que comunica Santo Domingo con el Cibao, es una pista de carrera usada cada día por pilotos sin criterio ni aprecio por la vida montados en vehículos no aptos para transitar pero con sus revistas de autorización al día.

Por allá siempre veo patanas, tanqueros, autobuses, yipetas y microbuses atestados de viajeros, manejados a más de 100 kilómetros por hora, sin las luces de seguridad adecuadas y con neumáticos lisos y frenos malos. Sus rebases temerarios son tan comunes como el verdor de la región. Al paso de estos monstruos de las carreteras, los automóviles se estremecen y bailotean sin ritmo. Cuando niño pensaba que esas escenas solo eran posibles en los programas televisuales de muñequitos y en las simulaciones hechas con efectos especiales para la pantalla grande.

Lo que veo ahora no es ficción. Es la realidad. No pasa fin de semana sin que encuentre en las carreteras muertos y heridos a causa de imprudencias.

Chóferes que por exceso de velocidad pierden el control del volante, explota un neumático liso y se van de pico al fondo de un río; buses que rebasan por la derecha o por la izquierda en cualquier estrecho sin pensar en la vida del otro; pataneros que truenan en sus competencias irracionales; yipetudos y otros en carros modernos que desafían las normas de tránsito y hasta desarrollan sus relaciones amatorias a 20 kilómetros por hora en el carril izquierdo; otros que hablan y hablan por sus celulares sin que alguien se atreva a guiñarles un ojo. Por allá, igual que en las grandes ciudades, las señales de tránsito ya significan otra cosa. Como telón de fondo, llueve un sinfín de muertos de todas las edades y retraso para la sociedad.

La carretera Duarte, como la del Sur y la del Este, es la misma muerte y está fuera de ley. Hace unos dos meses que he visto en sitios estratégicos algunas unidades policiales, pero su gran objetivo parece que no tiene que ver con la reducción de los accidentes de tránsito.

No debe ser así porque nos luce que hay mucha gente conduciendo vehículos de motor con actitudes de sicópatas a quienes hay que frenar. Son verdaderos asesinos en serie que, no se sabe por cuáles razones, una vez perdieron la capacidad de amar la vida y se aferraron a lo material o quizás al cementerio.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas