Asesora en yucatología

Asesora en yucatología

¡Lucinda Rodríguez!, me dije apenas la vi entrar en la oficina. En realidad no era ella. Era un espectro en el cual se conservaban los ojos verdes y brillantes de Lucinda. Ahora, debajo del emplasto de colorante de bija mezclado con harina no quedaba ni el recuerdo. El corazón aceleró sus pulsaciones.

¡Problemas en la puerta! dije para mis adentros. Permanecí en silencio, y fue Lucinda quien habló.

-¿Sabes quién soy?

Pronuncié su nombre en un dubitativo proceso adivinatorio. Pero aquellos ojos hermosos que aún quedaban de Lucinda, se iluminaron vivamente. Y volteándose para mirar a dos profesores que me visitaban, informó:

-Yo le enseñé a guayar la yuca. Todo lo que él sabe de empanadas, bollitos de yuca, guanimos de yuca y todo lo demás, se lo enseñé yo.

Y volviendo su rostro hacia mí, dejando caer las pestañas con coqueta advertencia, me preguntó si decía la verdad. Repetí para mis adentros: ¡problemas en las puertas! Y respondí casi automáticamente.

-Lo admito. Contigo aprendí todo lo que hay al otro lado de la yuca.

-¡Y en ella!, observó Lucinda.

Por mi parte, deseoso de que planteara las razones de su visita, la interrogué anhelante y preocupado. Ella fue escueta, decidida y clara.

-Quiero que me des el nombre fino de la yuca, porque voy para donde Leonel para que me nombre asesora en yucatología.

-¿Cómo que asesora en yucatología?

-¡Sí, asesora en yucatología! ¡Aquí nadie sabe más que yo de yuca, porque siendo muchachita ayudaba a mi mamá a sembrar los esquejes, quitar los gusanos y sacar la yuca! ¡Y tú lo sabes! Y si es verdad que están nombrando asesores del nombre fino de las habichuelas, de toda la comida y cosas por el estilo, a mí hay que nombrarme asesora en yucatología.

Traté de explicarle que estos nombramientos y muchos otros, eran ardides políticos destinados a eludir las responsabilidades públicas de la inversión. “Cuando se hacen nombramientos a granel y se combinan con otras erogaciones explicables como operaciones de la administración, el gobierno pierde posibilidades de realizar gastos de capital”, expliqué. Pero Lucinda lucía impertérrita y volvió la vista hacia los profesores para darle otras explicaciones sobre cómo me enseñó a guayar la yuca.

El instante se tornaba peliagudo. Aquellos docentes tenían la convicción de que nunca habíamos roto un plato. La interrumpí, por consiguiente, mientras escribía el nombre fino de la yuca, y levantando la voz –para acallarla- entregaba el papel.

-¿El qué? ¿Manihot escuqué?

-Manihoc esculenta o Manihoc Euphorbiaeceae, dije maquinalmente.

-¡Vete con tu manigüa a otra parte! ¡Le voy a pedir que me nombre “Asesora en Yucatología!, sentenció mientras salía precipitadamente.

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