Así es ahora

Así es ahora

Por muchos años los ciudadanos vieron a los organismos financieros internacionales como los grandes cómplices de los gobiernos nacionales para la adopción de políticas, planes y programas que – aunque siempre se enunciaron con el propósito de impulsar el desarrollo – los resultados tangibles fueron un incremento desorbitado de la pobreza y una concentración extrema de la riqueza en cada vez menos manos.

Con asombro, economistas y sociólogos, líderes religiosos y filántropos, vieron cómo los fondos proporcionados por organismos internacionales sirvieron a estos países para crear un absurdo: crecimiento económico con multiplicación de la pobreza.

Aunque no es un debate acabado aun, salta a la vista que para que un resultado como ese se registre en un país necesariamente tienen que haber un alto grado de corrupción y de impunidad en la sociedad.

Es de suponer que constataciones como estas movieron a hombres y mujeres en estos organismos a reflexionar sobre la necesidad de provocar un cambio en la situación de estos pueblos y ello ha dado lugar a que ahora tengan muy presente que de nada sirve que asistan a los gobiernos con financiamientos para proyectos importantes para el desarrollo del país si para nada les preocupa cómo se usan esos fondos y a qué manos van a parar.

En el actual discurso del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Banco Mundial hay invariablemente una exigencia de que los gobiernos tengan «actuaciones transparentes», «rendiciones de cuentas» y «otorguen las obras por concurso y con supervisión de la ciudadanía».

En el caso del FMI, ya ha dicho que su duda acerca de la autenticidad de las estadísticas de las dependencias gubernamentales en gran parte del mundo le ha llevado a crear una especie de «Unidad de Supervisión» del gasto en aquellos países donde ellos dan asistencia financiera temporal, porque tienen que saber cómo se usan los fondos de sus 184 países miembros y de la ciudadanía que paga tributos.

Ayer, en este mismo diario, se publicó una entrevista con la subgerente del Banco Mundial en el país, la señorita Christina Malmberg Calvo, quien con palabras muy claras, directas y precisas, dijo que la prioridad de esa entidad financiera en República Dominicana es lograr transparencia en el uso de los fondos públicos y ayudar a superar la crisis eléctrica.

«Que todo el mundo sepa cuántos son los ingresos públicos, cómo se usan y cómo se hacen las contrataciones», ha pedido la ejecutiva del Banco Mundial.

Para ello es imprescindible que «haya mayor apertura, más rendición de cuentas, más transparencia en el manejo financiero del Presupuesto».

-II-

A la subgerente del Banco Mundial le asiste toda la razón cuando reclama «cuentas claras» en el uso de los fondos públicos porque ella está en un país donde nadie ha sido sancionado por corrupción, aunque aquí hay corruptos de todos los colores partidarios y cómplices voluntarios que parecen actuar bajo la divisa: «Hoy por mí, mañana por ti».

Si a la disposición manifiesta de los principales organismos de financiamiento internacional de reclamar cuentas claras en el manejo de los fondos públicos se le sumara una actitud firme y consecuente de los ciudadanos y de sus organizaciones, no estaría lejos el día en que los resultados del combate a la corrupción y la sanción ejemplar a los corruptos, dejaría fondos suficientes a los gobiernos para dar atención médica y prevención a todos los hijos de este pueblo, educación y fomento de la cultura, así como fortalecimiento de la justicia y la seguridad pública.

El mundo ha cambiado, es cierto, porque ahora los organismos internacionales son los primeros que quieren ver a los ciudadanos reclamar transparencia y uso pulcro de los fondos públicos.

Solo falta que los ciudadanos hagamos saber a quienes manejan los fondos públicos – y los fondos del público – que no seremos cómplices de probables actos inmorales, corruptos y criminales, y en cambio estaremos en primera fila reclamando sanción para este tipo de práctica, cuyo costo es proporcional al grado de pobreza e ignorancia que padecemos hoy.

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