Así es la cosa

Así es la cosa

Una de las más importantes distorsiones de la economía nacional tiene que ver con la explotación del hombre por el hombre, con la avaricia de empresarios inescrupulosos, con salarios de esclavo que se pagan por trabajos pesados y exigentes.
Ningún hombre nace vago, enemigo de la educación escolar, esas conductas son aprendidas por imitación, por ejemplos indeseados, debilidades de los padres y falta de reglas claras, que se cumplan.
Los mismos hombres a quienes se acusa, se achiquitea, se critica, como vagos, son los que han contribuido con su trabajo al auge, crecimiento y progreso de la sociedad desarrollada.
El progreso del mundo pasa por las manos de los rotos, de los de abajo, de los que hacen la historia, pero no tienen historia.
Desde siempre unos pocos son dueños del mundo. Los esclavos trabajaban mientras los teóricos vivían, producían obras de arte, de literatura, de escultura, de ejercicios del pensamiento que se mantienen como métodos de estudio y ejemplos de maravillas de la humanidad.
¿Usted se ha detenido a pensar si es cierto el costo de producción por tarea de una siembra, cuidado, abono, de tierra de arroz, de habichuelas, de papas, de ajo, de cebolla?
¿Usted se ha detenido a pensar si es cierto el costo de producción de un litro de leche, de una libra de queso, de una libra de carne de res, de puercos, de carneros, de ovejas, de un huevo, de una libra de gallina, de chivo?
Los números dominicanos están plagados de la carcoma de la explotación del hombre por el hombre, si tomamos en cuenta que el componente sueldos y salarios no refleja una realidad que permita a los trabajadores, a los obreros, hacer frente a sus necesidades más perentorias con el salario que reciben.
Ahí es donde entra en escena el lucro sin humanidad de empresarios y comerciantes que, por obtener mayores beneficios, abusan del hambre de los desposeídos y les pagan por debajo de su aporte al contenido de los productos.
Esa actitud está tan enraizada en el ejercicio empresarial que raya en la desnacionalización. Esa actitud motorizó, en su tiempo, la esclavitud, para emplear personas como maquinarias de producción de ningún costo.
Esa actitud es la que ha impulsado la apertura de fronteras, como ocurrió en Estados Unidos desde finales del siglo 19 cuando abrió sus puertas a la inmigración para consolidar su formidable desarrollo económico.
Es la misma política que criticaba Eugenio María de Hostos cuando hablaba del abandono de la actividad agrícola para desplazarse al trabajo en los campos de caña.
Esa actitud, esa conducta, se convierte en desnacionalizante cuando, para pagar salarios de hambre, se abren las puertas a la inmigración haitiana para tener costos de operación bajos. ¡A qué precio?

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