Mirna Santos de Abel presintió que su esposo Amín había sido descubierto y ubicado cuando escuchó por Radio Comercial que la Policía había asesinado a un joven a una esquina de su casa. Por la descripción que ofrecieron comprobó que guardaba gran parecido con su compañero y seguido pensó que lo confundieron. “Algo me dijo que las cosas no estaban bien. Me puse muy nerviosa”, cuenta.
Amín esperaba la visita de Edgar Erickson Pichardo (el gringo) y de Moisés Blanco Genao, a quienes había enviado a buscar en la tarde. Estuvo hasta la medianoche escuchando el juego de pelota pensando que irían. Nunca llegaron, Amín se llevó a la tumba lo que les diría. Se fueron a la cama en medio de uno de los históricos apagones de Julio Sauri y de la angustia de Mirna por el homicidio reciente. “Amín, fue cerca de aquí, pensaron que eras tú. ¿Qué vamos a hacer?”, le cuestionaba y él la tranquilizaba.
Más que un objetivo, Amín era una obsesión para los altos jefes militares y para Joaquín Balaguer. No solo había planificado el secuestro de Crowley sino que con su puño y letra escribió un comunicado conminando al régimen a soltar a los presos políticos, que fue la condición principal del rapto. “Las demandas que exigimos para liberar a Crowley no se han cumplido”, les recordaba. El MPD tenía aún bien oculto al coronel norteamericano.
Después de la guerra de abril este fue el hecho de mayor trascendencia en la política reciente, comenta Mirna. De ahí la cacería contra sus ideólogos y ejecutores.
Amín, agrega, era muy hermético y no le contó detalles del secuestro. “Solo pude captar que él estaba en eso”. Cuando pusieron en libertad a los encarcelados, añade, capturaron a Héctor Ortiz, cuya madre se ahorcó después que lo vio en prisión maltratado salvajemente. La llamada “institución del orden” presentó los pertrechos encontrados en su vivienda tras un allanamiento. “Ahí comenzó la persecución contra Amín y es cuando deciden que se vaya al Este”.
Pero se arriesgó a venir a Santo Domingo a ver “qué salida encontraba a nuestra situación”. Pensaba que como era reconocido no se atreverían a cometer contra él un acto tan brutal como el que habían perpetrado con Otto Morales, ametrallado en plena calle a la vista de la multitud después que se entregó desarmado.
Madrugada fatídica
A las 5:30 de la madrugada el timbre de la vivienda de los Abel Santos sonó con insistencia. Vivían en una segunda planta y cuando Mirna se asomó al balcón apreció el aparatoso cerco. Le ordenaron que abriera. Antes de obedecer ella fue donde su cónyuge y le dijo que estaban rodeados. “Quiso saltar por una media puerta y cuando asomó para tirarse por el techo un policía le apuntó con una ametralladora”, narra.
Agrega que el fiscal actuante fue Tucídides Martínez, quien comunicó a Mirna que no habría problemas. Subieron y encontraron a Amín con Ernesto en sus brazos. “Tucídides nos dijo que nos sentáramos en la sala y ahí vi el movimiento de los vestidos de civil y del comandante Estrella con uniforme”.
De pronto, “Tucídides Martínez, que se notaba nervioso, anunció que se retiraba a llamar a su superior”. Pero Amín insistía en que no se fuera pues él era la garantía de que a él y a su familia “no les pasaría nada”.
“No nos deje solos, usted sabe que estas personas son unos trogloditas, usted es el responsable de lo que nos suceda”, le dijo Amín a Martínez, sin embargo, éste se marchó. El comandante Estrella, un capitán y tres civiles ordenaron a los Abel Santos que salieran.
“Hermógenes Luis López era el que tenía la orden de asesinar a mi esposo y le gritó: “¡Párate Abel, tú estás preso! ¡Vamos!”. Amín replicó que no se iría sin su esposa y su hijo.
Se abrazaron los tres. “Comenzó un forcejeo entre nosotros y dos policías hasta que nos separaron y arrastraron a Amín por la fuerza. Cerraron la puerta y bajaron, a mí me tiraron violentamente al piso sin reparar en mi embarazo y en el niño que lloraba lleno de terror”, recuerda la sufriente viuda.
Improvisaron una tranca tan segura para la puerta que Mirna no pudo abrir. A los pocos minutos solo escuchó disparos y la puerta se abrió de inmediato, era el capitán Estrella que la compelía: “¡Váyase a bañar!” pero ella bajó pese al iracundo impedimento.
Y vio a Amín boca abajo, muerto. “Eso nos afectó mucho al niño y a mí”. Estrella le había advertido que no lo hiciera: “Usted va a ver un espectáculo muy feo, agárrese de mí”. La dama rechazó la despreciable oferta: “¡No! ¡Tengo suficiente dignidad, yo bajo sola!”. Luego los llevaron al Palacio de la policía que dirigía Elio Osiris Perdomo.
“Entiendo que mis hijos han podido sobrellevar esa situación. La familia de Amín ha sido acogedora, les ha dado todo el amor que pudo haberles dado su padre”.
Amín Abel Santos lo confirma. El abuelo los subía a la galería de la Elvira de Mendoza “y nos hablaba de mi papá, su vida, sus condiciones intelectuales, logros académicos, el ser humano. Siempre nos repetía: ‘Tienen que andar con la cabeza en alto, orgullosos de ser hijos de Amín Abel”.