Así habló el Tío, una radiografía de la cultura haitiana

Así habló el Tío, una radiografía de la cultura haitiana

Así habló el Tío

La literatura haitiana sigue siendo una de las grandes desconocidas en el Caribe hispano. Exceptuando las traducciones que se han publicado, en su mayoría en Cuba, es poco lo que se conoce sobre la escritura artística y el ensayo de la primera república fundada por negros y mulatos en la parte occidental de la isla La Española.

Me permito llamar la atención del lector en un libro inaugural de las reflexiones sobre la cultura haitiana publicado en 1928 por el etnólogo, político y diplomático haitiano Jean Price-Mars, quien, al decir de René Depestre, nació en una familia de gentes sencillas, honradas, “inclinados a buscar en la Biblia los elementos de una moral de la vida cotidiana”.

Muy temprano fue estudiante de medicina en París, candidato a las elecciones presidenciales de 1930, que ganó Stenio Vincent, luego fue fundador del Instituto de Enología junto a Jacques Roumain y por muchos años se dedicó a la carrera diplomática. Prince-Mars es considerado como el “padre de la negritud”.

El libro es el resultado de distintas conferencias que diera el intelectual haitiano cuando su país se encontraba intervenido por las fuerzas militares de Estados Unidos.

Y para Depestre constituye “la mejor defensa y la mayor ilustración de la cultura nacional haitiana que haya sido nunca antes intentada por un intelectual del país”.

Agrega el autor de “El palo encebado” que en su momento era un libro que daba un mentís a los que propulsaban una visión de la cultura haitiana enraizada en la latinidad y se olvidaban del origen africano del pueblo haitiano.

Releer a Price-Mars cae al dedillo ahora por los aires conmemorativos de los eventos que ocurrieron en la década de los años de 1920 en el Caribe.

División del libro y su inspiración

Jean Price-Mars

También por un marcado interés que tenemos de encontrar las concomitancias del tiempo vivido por los habitantes del Caribe en una época caracterizada por las intervenciones extranjeras, las migraciones intercaribeñas, la propagación de ideas socialistas y el alza de un nacionalismo que, contrario al europeo, tenía un componente de resistencia y un sentido descolonizador.

Dividido en ocho capítulos, este libro presenta un inventario de la cultura haitiana desde el folclore, las creencias populares, las raíces africanas, la civilización del continente negro, sus sociedades, el animismo y el sentimiento religioso de las masas haitianas.

Si bien, los estudios etnológicos han cambiado luego de la publicación de este libro, en nada se reduce su valor como texto inaugural de las preocupaciones de los letrados caribeños en su afán de definir la cultura de cada país.

Si ya los dominicanos como Federico García Godoy en “El derrumbe” (1916) y los cubanos Fernando Ortiz, “Los negros brujos” (1906), Jorge Mañach “La crisis de alta cultura a en Cuba” (1925) y el puertorriqueño Antonio S. Pedreira, “Insularismo” (1937), recogían esta intención de encontrar un alma, una personalidad que se empinaban en unos rudimentos de estudio de las culturas y los elementos éticos que nos definen como cultura mestiza, no debería pensarse que los haitianos no tuvieran las mismas preocupaciones.

Lo que me parece interesante es que estos discursos que proliferaron en la décadas de 1920 estén acompañados de una acción a resistir los embates de un Caribe en el que las fuerzas se trasladan a la producción agrícola, y provocaron una desarticulación del campo, crearan ya en los años de 1930 una política de regímenes fuertes, como el de Trujillo, seguidos de un trastoque de la vida social que se manifiesta en distintas formas de violencia como dominio de una masas cada día más depauperadas, como ocurrió en Puerto Rico y República Dominicana.

Desde el inicio Price-Mars propone una lectura del “bovarismo colectivo”, este concepto que propuso Gaultier para designar a los que en lugar de asumirse tal y como son, buscan concebirse a sí mismos como no son.

Antepasado con África

En el caso de los haitianos como latinos, sin África, o los dominicanos como hispánicos, sin negritud. Este caso es muy importante en Puerto Rico con la afinación de Pedreira de que los negros no habían contribuido fundamentalmente a la formación de la nación puertorriqueña.

En el prefacio, el autor afirma de manera categórica la individualidad y el peso que tiene Haití como país americano: “Nos permitiremos objetar que ni la exigüidad de nuestro territorio, ni la endeblez numérica de nuestro pueblo son motivos suficientes para que los problemas que ponen en evidencia el comportamiento de un grupo de hombres sean indiferentes al resto de la humanidad”.

Coincide en el asunto territorial con Pedreira y valora los aportes de Haití a la libertad, no solo del hombre negro, sino sus aportes a humanizar el mundo.

Dice, estableciendo lapidariamente la importancia de Haití como nación y cultura, que “nuestra presencia sobre un punto de este archipiélago americano que hemos “humanizado”, la brecha que hemos abierto en el proceso de los acontecimientos históricos por plantar nuestro lugar entre los hombres…la desviación patológica que hemos infligido al bovarismo de las colectividades conociéndonos otros que no somos, la incertidumbre trágica de tal tentativa imprime a nuestra evolución, en el momento en que los imperialismos de toda laya enmascaran sus apetencias bajo apariencias de filantropía, todo ello otorga un cierto relieve a la existencia de la comunidad haitiana”.

Folclere haitiano

En el folclore es significativa su afirmación de que los cuentos tradicionales haitiano pueden tener la influencia de cuentos tradicionales venidos de Europa, a pesar de esta hibridez, el pueblo haitiano en su creatividad, en diabluras, malicia y sensualidad de sus personajes les ha puesto su nota propia.

Como ocurre con el idioma creole ambos, cuento y lengua, son el producto heterogéneo de transformación y de adaptación determinada por el contacto de amos y esclavos.

Se ejemplifica al referir los cuentos de “Ti Boqui” y “Ti Malice” que “uno y otros son representativos de un estado de espíritu muy cerca de la naturaleza, sin duda, no porque son negros, sino por haber sido amasados en la más auténtica arcilla humana”.

Elemento importante porque el autor mira el hibridismo cultural y la creación haitiana como parte del proyecto de humanizar, de transformar en espíritu y la razón.

Lengua haitiana

Luego de preguntarse, sin dar una respuesta definitiva, si el creole es una lengua haitiana que estará a la par de las lenguas coloniales, dice que esta es una creación colectiva emanada de la necesidad de comunicación y que sirve para perpetuar las tradiciones orales de su cultura.

Para Price-Mars el creole es lengua de gran sutileza, es lengua de la oralidad que escrita “pierde la mitad del sabor de la lengua hablada”, “por lo demás, en el creole la imagen brota a menudo por una simple repetición de sonidos análogos que, al crear la onomatopeya, acentúa la musicalidad del idioma”.

En fin, la importancia inaugural de este libro sobre la cultura haitiana está en definir la negritud en nuestras islas. Y un elemento fundamental, además de las tradiciones y el idioma, es la religiosidad con su origen africano que en Haití se manifiesta en el vudú, que es para Jean Price-Mars en 1928 una religión, porque “todos sus adeptos creen en la existencia de seres espirituales, que viven algún sitio en el universo en estrecha intimidad con los humanos cuya actividad dominan”.

Para los estudios de la religiosidad no es solo importante las prácticas religiosas sino saber de dónde llega el vudú y Price-Mars inicia también esta respuesta (continuará).

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