Así lo veo yo, en blanco y negro

Así lo veo yo, en blanco y negro

Me señalan que debo depositar mi voto, que debo pasar por esa puerta. Me resisto. No sé si pueda. Me luce demasiada estrecha para mis ambiciones. Temo quedarme atascado en el intento. Tampoco se hacia dónde conduce. Alicia, en el País de las Maravillas, consulta al señor Conejo. Me lo explican: es un deber ciudadano, una obligación. ¿Con quién? 

No entiendo. Me confundo.  Creí que era un derecho, que puedo ejercer o no a discreción. Ser yo mismo, como soy y como siento, o creo ser. Tratan de colocarme un san Benito,  una marca indeleble. Como en el cuento de Bosch, temo perder mi cabeza. Me seducen  que marche junto a los demás, como sui fuera rebaño. Me empujan. Pero hay algo en mi interior que se resiste. No estoy seguro de nada. Quizás esté equivocado. O quizás estoy  seguro de  lo que quiero. De lo que me pertenece.

Me quieren engatusar, atraerme a su redil con malos discursos. Con insólitas  promesas. Como otra vez. Trato de convencer a otros que se arrastran.  Que quieren pasar por esa puerta estrecha, a como dé lugar. No hay alternativa, me dicen. No hay alternativas ni antídotos para el miedo, me digo yo. El miedo a perecer, a no poder sobrevivir es humano. Están convencidos de que detrás de esa puerta está su salvación personal. El paraíso prometido. No quiero ser mezquino. No todos piensan así. Unos pocos tienen otra visión. Razones ideológicas. Tácticas. Votar por mal menor para pasar a la oposición a ver qué pasa. Cuestión de fe, me digo. La fe es importante porque sostiene hasta lo insostenible  de los que  tienen necesidad de creer. En alguien o en algo, por lejano que parezca.

Quizás sea yo el que haya perdido la fe que antes tenía, y no encuentro cómo sustituirla. Vienen a mi memoria los versos  del Indio Araucano: El voto es sagrado. Cuestión de conciencia. De íntima convicción. Sé a lo que me expongo. Seré visto como un renegado. Un obtuso  que no vio la hermosa oportunidad del cambio. Algunos apreciarán mi valor e independencia, calladamente. Pero los más advertirán el peligro de un Juan Salvador Gaviota.

Libre, como el aire libre, que quiere enseñar a volar a la bandada. Que se revela contra el sistema que le roba sus ilusiones; pero que funciona, adormecido en  la rutina de los demás, endureciendo las amarras, para sobrevivir. Porque también el sistema  tiene sus temores y  necesidades imperiosas. No es un ser abstracto. Un absoluto. El 20 de mayo se acerca velozmente. Apuesta al triunfo: la consolidación de la democracia. Volcar enormes recursos para convencerse y no perecer. De lo que resulte, no será responsable más que el votante. Esa es la democracia, me dicen. Seguirá funcionando mientras la bandada siga su rutina, esperando paciente cada cuatro años para poder votar. En blanco y negro, así lo veo yo. No sé porqué, ni por quién  votaré; y ni siquiera sé si valdría  la pena,  me dijo.    

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