Así morimos

Así morimos

SERGIO SARITA VALDEZ
Antoine-Laurent de Lavoisier, catalogado por muchos como el padre de la química, vivió menos de una cincuentena. Nació en el París de mediados del siglo XVIII y ya en 1794 había expirado.

A Lavoisier le corresponde el descubrimiento de que “la materia, medida por la masa, no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma en el curso de las reacciones” ¿Cuándo y cómo es que un individuo se transforma de ser viviente en cadáver? La respuesta a tales incógnitas no envuelve únicamente el campo de la filosofía sino que es también motivo de preocupación para medicina forense. Miguel Hernández en su Elegía primera dedicada a Federico García Lorca expresaba: “¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, / pero que injustamente arrebatada!/ No sabe andar despacio, y acuchilla/ cuando menos se espera su turbia cuchillada”.

La vida se detiene para dar paso a la muerte desde el preciso momento en que cesan las funciones cerebrales. Ese órgano noble es la central de donde emanan todas las señales vitales y en donde se reciben todos los estímulos sensoriales que nos llegan a través de la piel y los sentidos. Las emociones y pensamientos se generan en el sistema nervioso central. Las neuronas son las unidades funcionales encefálicas, su labor puede verse interrumpida a consecuencia de un trauma severo, un balazo, tóxicos y venenos, una infección, isquemia, edema, tumor, veneno, proceso degenerativo, así como trastornos inmunológicos y hereditarios.

Una falla cardíaca aguda tal cual sucede con los infartos al miocardio, al igual que una insuficiencia renal o hepática puede alterar el metabolismo neuronal, dando lugar a un daño irreversible de los centros vitales cerebrales, convirtiendo a la persona afectada en un simple ser neurovegetativo que no siente aunque padece. Como puede fácilmente derivarse la masa encefálica puede sufrir una lesión irreparable a causa de una injuria primaria y directa, o a través de un mecanismo secundario por enfermedad o trauma a un órgano noble como el corazón, pulmones y riñones.

Todo serio y competente investigador de muertes empezará frente al cadáver tratando de contestar, utilizando el método científico, una primera interrogante ¿Cuál es razón de la mortal falla cerebral? ¿Está el defecto estructural primariamente en el sistema nervioso central, o acaso la distorsión radica en otro lugar distante, digamos la bomba cardíaca o el árbol respiratorio? ¿Se desangró la persona provocándose una anemia cerebral? Un aneurisma de la arteria aorta puede romperse bruscamente dando como resultado una severa y mortal hemorragia interna. Un embarazo fuera del útero, es decir una preñez ectópica rota, si no es intervenida quirúrgicamente a tiempo y la sangre perdida repuesta, podría derivar en un shock letal. Un individuo que sufra de hipertensión arterial es susceptible de padecer un sangrado intracerebral mortal. Surgen en medio del proceso analítico las mil y una preguntas sin respuesta, sólo una representa la llave que abre la misteriosa incógnita y ella brota cuando se descubre y expone la causa básica del fallecimiento.

Durante el trabajo de parto la mujer se expone a catástrofes fatales como son las embolias, los sangrados y las infecciones. Los pacientes diabéticos descontrolados son propensos a crisis de hipoglicemia o lo opuesto, es decir, exceso de azúcar, en ambos casos se generan incongruencias metabólicas de las unidades nerviosas. Una arritmia cardíaca debilita el torrente circulatorio pulmonar, repercutiendo negativamente en la oxigenación y movimiento sanguíneo craneal. Dos moléculas se tornan indispensables para que se mantenga la vida: a saber, una simple como lo es el oxígeno, y otra, un polisacárido llamado glucosa que endulza nuestra existencia.

Cierro con estos tristes pero hermosos versos del poeta de la España sangrante de los años treinta del pasado siglo XX. De Miguel Hernández extraigo esta belleza literaria: ¿De qué murió/ la mujer aquella?/ Del mal peor:

/ del mal de las ausencias. / Y el hombre aquel. Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte.

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