JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
Durante las fiestas navideñas, las empresas privadas celebraron aguinaldos, angelitos y rifas en honor a sus empleados para recompensar y agradecer la ardua labor que durante el año transcurrido habían desarrollado en beneficio de la empresa. Por supuesto, los recursos necesarios para realizar, tanto la fiesta como los regalos sorpresas, eran cubiertos por las firmas, sin acudir a la consabida consigna de «solicitar cooperaciones». Sin embargo, en el sector público las cosas no sucedieron de igual manera. Veamos.
Los partidos políticos reconocidos por la Junta Central Electoral (JCE) gozan de una sustanciosa subvención en función de los votos que obtuvieron en las elecciones precedentes. Además, los «jefecitos políticos» de los mismos creen que esos recursos son para distribuirlos en provecho de sus candidaturas, lo cual es un mal precedente para una ciudadanía que cada día que pasa desconfía más de ellos por creer que se puede estar engañando al pueblo durante tanto tiempo, sin tomar en cuenta que ya los votantes han madurado, y como decía el profesor Bosch, «conocen al cojo sentado y al tuerto durmiendo».
Mueve a suspicacia cuando en actos de masas uno de estos políticos, dentro de los cuales se encuentra por orden de jerarquía el señor Presidente de la República y los dos candidatos de los principales partidos de oposición, repartiendo bicicletas, muñecas, fundas o cajas con alimentos, y hasta un candidato reparte «papeletas» y no precisamente de las de Lilís, desde el techo de una «jeepeta» o desde el firmamento en un helicóptero pintado de rojo con el nombre del candidato, para que no haya duda de quién arroja los billetes. Por supuesto, tanto los repartos del señor Presidente, como de estos candidatos, o la nueva figura que se ha incorporado al ruedo, la Primera Dama, no regalan de su propio peculio sino del erario y de los impuestos que han pagado los contribuyentes, que tampoco se benefician de lo así donado graciosamente, en nombre del Gobierno y del partido.
Otros funcionarios, de menor categoría, hacen sus amarres, utilizando parte del presupuesto que le ha sido asignado y de «requisas y pedidos» que les hacen a sus simpatizantes y paniaguados por favores que le han sido otorgados en el pasado. Estos, aunque reparten en menor escala, no escatiman recursos de prensa y de radio para manifestar públicamente «su generosidad» en estos días de tanta significación para el mundo cristiano. Sin embargo, hay que reconocer, que los mejores regalos se encuentran «minuciosamente seleccionados» y repartidos entre los que durante el año han sido los más lisonjeros o practican el «lambonismo» como manera para trepar en el escalafón de servidor incondicional.
La JCE, que ha sido tan persistente en su afán de lograr un mayor presupuesto para desempeñar sus actividades y poder ofrecer un certamen diáfano y fuera de toda duda de imparcialidad, no ha protestado cuando observa cómo se dilapidan los recursos que «graciosamente» distribuyen a los partidos políticos, ya que estos son a su vez los que inciden en que les asignen más recursos al tribunal electoral.
A los que regalan lo que no les ha costado ni siquiera un esfuerzo mínimo, debería darles vergüenza y rubor al mostrarse dadivosos con infelices que obligan a efectuar largas filas y esperar, la mayoría de las veces bajo un sol candente, para recibir «una chilata» de menor valor que el tiempo y los malos momentos que han pasado en la espera. El subdesarrollo tiene en este tipo de acción una vileza que degrada y subyuga al que se pretende favorecer. ¡Pobre pueblo!
Para aquellos que muestran su desenfado haciendo ostentación de bienes y recursos que no les son propios, su cuestionado accionar posiblemente le podrá costar el puesto si como dice el vulgo «se vira la tortilla». Ojo avizor con ellos, porque tratarán de seguir engañando a la ciudadanía de manera tan burda para que surja la interrogante ¿qué bueno es regalar lo ajeno?