Asia
Una visión desde los palcos de la historia en marcha

<STRONG>Asia<BR></STRONG>Una visión desde los palcos de la historia en marcha

Por Guy de Jonquieres
Esta es mi última columna sobre Asia, antes de que me retire en breve del Financial Times, después de 39 años. Es una oportunidad irresistible para extraer y unir algunas lecciones e impresiones recogidas mientras cubría la región y de hacer explotar el extraño mito. También correré el riesgo con algunos pronósticos.

Primero, no toda Asia es un milagro económico: hoy es abrumadoramente la historia de China. China ha generado más de la mitad del crecimiento del Asia en desarrollo, incluyendo India, este siglo. Un número sorprendente de otros países han tenidos resultados decepcionantes. Japón, la mayor economía de la región, sigue recuperándose de su década perdida. Corea del Sur, la tercera economía, está haciendo agua. Taiwán y Tailandia están obteniendo resultados por debajo de su potencial.

Segundo, China no tiene un gran plan general. Su única constante es la despiadada dedicación de su Partido Comunista a mantener el monopolio del poder. En la práctica, lo que alega el liderazgo como legitimidad política descansa en su capacidad para mantener crecientes niveles de vida para la mayor cantidad posible de habitantes. La persecución de ese objetivo es esencialmente pragmático y se basa en el método de prueba y error. Es una opción prudente; el equivalente político de la teoría del portafolio, cuando, como ocurre tan frecuentemente con China, hay tantos imponderables, aún para los que están en el poder. El mayor de todos es a dónde, al final, la economía conducirá al país políticamente.

Otros dos factores convierten el acto de gobernar a China en una cuerda floja. Un es la batalla interminable del centro por controlar a los tercos funcionarios locales, que han tomado demasiado literalmente la orden de enriquecer sus regiones –y a sí mismos. El otro es la influencia creciente de intereses velados que se han afianzado más bajo un liderazgo radicalmente reformador. Cabildear políticos ahora es al menos tan importante para conformar la política de Pekín como la de Washington –y el por qué, con frecuencia, resulta tan difícil de leer.

Tercero, la economía rige la diplomacia asiática. En una región plagada de desconfianza y hostilidades arcaicas, la interdependencia creada por el comercio y la inversión –particularmente en la forma de redes de producción entre fronteras– es el apoyo más potente de la estabilidad.

Cuarto, pasará mucho tiempo, en todo caso, antes de que Asia forme un bloque económico estrechamente integrado. Además de las sospechas mutuas entre los países, la rivalidad por la influencia regional entre China y Japón, y probablemente, con el tiempo, la India– hará difícil de lograr acuerdos significativos. Y también la cooperación institucional que requeriría una integración más profunda se frustará ante la celosa defensa de los gobiernos asiáticos de su soberanía, y la debilidad de muchas de sus instituciones locales. 

Quinto, la importancia del “poder suave” chino está sobrevaluado. La mayoría de las acciones diplomáticas de Pekín en el mundo están motivadas, primero y por encima de todo, por necesidades económicas, sobre toda su gesta por asegurarse los suministros de energía y materias primas. El que le ha robado el ritmo a Estados Unidos se debe más a la negligencia de Washington que a las indudables capacidades de mercadeo político de Pekín.

El poder suave verdaderamente eficaz se basa en la proyección de ideales nacionales, principios y valores intrínsecamente atractivos. Por muy perversamente que la administración haya despilfarrado esos activos, yo sospecho que la mayoría de los asiáticos, si los ponen a elegir, todavía optarían por el –deslustrado– “sueño americano”, sobre las duras limitaciones, el materialismo despiadado y la pobreza espiritual de la China contemporánea.

Sexto, Europa es irrelevante en Asia, excepto como un mercado y fabricante de productos de lujo. Aquellos en Europa que imaginan que Asia basará su desarrollo futuro en el “modelo” europeo, se engañan a sí mismos. Los únicos modelos europeos que Asia querría acoger, están en las pasarelas.

Séptimo, Occidente debería lamentarse menos porque la manufactura se traslade al Este. Manufacturar es lo que usted hace si su única alternativa es extraer el sustento de la tierra, y lo que está debajo. La automatización la está haciendo un generador de empleos menos importante, la competencia es brutal y el dinero realmente importante está en otros sitios, en el diseño de productos, el mercadeo y las marcas. Esa es la razón por la cual, desde China hasta la India, las compañías anhelan graduarse como algo más que aplanadoras de metales.

Octavo, negar la libre expresión es un error, económicamente hablando, además de político. La mayoría de los gobiernos de Asia sueñan con crear sociedades de “conocimiento” capaces de lograr innovaciones fundamentales. Sin embargo, duros reveses como el fallido escándalo de Corea del Sur de clonar humanos, demuestran cuán lejos tienen que llegar. Esto expresa que casi todos los científicos nacidos en Asia, laureados con el Premio Nóbel, tienen que ser honrados con trabajos realizados en Occidente.

Las innovaciones auténticas suelen ser golpes de suerte y cuestionan rudamente el orden establecido. Pero aún en países donde regímenes represivos no castigan ese comportamiento, las actitudes jerárquicas y las tradiciones de deferencia suelen generar conformismo intelectual. Cambiar este estado de cosas implicará mucho más que grandes presupuestos de investigación.

En los últimos 28 meses, esta columna me ha propiciado el mayor privilegio periodístico: un visión desde el “ringside” de la historia en movimiento. Ha sido estimulante, a veces sorprendente; a veces entretenida; pero siempre un placer. Y con frecuencia, también me he beneficiado con la sabiduría de los lectores. Algunos han llegado a ser mis amigos. A todos, y a Asia, les deseo mucho bien.

VERSION IVAN PEREZ CARRION

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