Asoman los vigilantes

Asoman los vigilantes

Responsables ya de media docena de incursiones armadas, el comando “Resistencia Popular Duartiana”, constituido en grupo de “vigilantes”, ha dictado sentencia de muerte sobre la cabeza del síndico de San Francisco de Macorís.

Intentan aplicar la ley de la frontera, la del vaquero del viejo oeste. Emulan a los “Ángeles Guardianes” de las calles de Nueva York, a los vigilantes de Michoacán, y a las milicias “limpiadoras” de Colombia quienes, gritando “¡somos la ley!” asesinaron a diez supuestos delincuentes públicamente. Linchamientos, pedreas, y ejecuciones sumarias, conforman parte del menú justiciero. Es la rabia armada desaforada, la venganza cavernaria, la llegada del desorden sangriento, la anarquía.

Estos vigilantes han surgido desde siempre en todas las culturas, asoman cuando la ciudadanía percibe la incapacidad de las autoridades para contener y castigar la delincuencia, sea esta política o callejera. Y cuando el pueblo se siente abusado, la sensación de indefensión y frustración lleva a despreciar las instituciones y a castigar por cuenta propia.

El poder económico y político, con esa ceguera de futuro que les provoca el éxito, viene ignorando los vaticinios de intelectuales y escritores, advirtiéndoles que, de tanto irrespeto a las leyes, y convertida la impunidad en programa de gobierno, aquí se puede armar la de San Quintín; o que Quintín y sus vecinos se puedan armar. Pendejadas de enemigos del gobierno, de opinadores desfasados. Aquí no sucederá nada. “A chillidos de marrano, oídos de carnicero”.

Olvidándose, sin embargo, que ha sido el pueblo el que ha conseguido, tirado a las calles, la protección del medio ambiente, el control de las explotaciones mineras, y la reforma educativa que este Gobierno ha tenido el mérito de firmar. ¿Acaso no fue el pueblo de San Francisco de Macorís, también tirado a las calles, quien llevó el síndico ante la ley? No se puede seguir considerando fantasías las balas de “La Resistencia Popular Duartiana”, que amenazan de muerte a un funcionario desfalcador (al que su partido permite ejercer sus funciones sin amonestarlo).

En las nubes del noventa por ciento de aceptación popular – que no debe confundirse con la satisfacción del dominicano por cómo andan las cosas en el país – y desde las glorias empresariales, no parecen escucharse los tambores de guerra de la población. No vislumbran el desorden, las masas furiosas, el terrorismo idealizado, ni el peligro social de pandillas vengadoras.

Peor aún, el vertedero congresional, metiendo el dedo en la llaga, pretende eliminar el derecho a la querella ciudadana. Y el procurador, en un ejercicio onanista de desdoblamiento retórico, hábito peledeísta, irrita más todavía asegurando que la justicia nuestra (esa misma), se ocupará debidamente de las denuncias ciudadanas. ¡Qué cinismo!

A los vigilantes hay que tomárselos muy en serio, pues frecuentemente son la fiebre que precede las septicemias colectivas. No debería esperarse a que funcionarios y ex funcionarios teman por sus vidas y por sus propiedades para que aquí se comience a ejercer una justicia institucional, convincente, apaciguadora.

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