Si el pronóstico más confiable por provenir de autorizados entes de la meteorología es de que la temporada de huracanes que hoy comienza incluiría más fenómenos atmosféricos extremos que en años anteriores, se está a las puertas de un desafiante lapso de seis meses de mayores probabilidades de situaciones de desastre. Si tales eventualidades de furia no llaman tempranamente la atención de la sociedad y el Estado hacia las fallas estructurales susceptibles de ser corregidas para atenuar daños humanos y materiales, la imprevisión sería de alto costo. Precauciones que deben incluir: podas que reduzcan las presiones del viento sobre líneas eléctricas y eliminación de obstrucciones por sedimentación y desperdicios sobre cursos de agua y sistemas de drenaje.
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Inventariar las zonas habitadas expuestas a los mayores riesgos para la planificación anticipada de evacuaciones y para asegurar la disponibilidad logística de refugios. El derribo de puentes y desbordes de ríos suelen ser el resultado de extracciones ilegales de materiales que alteran cauces y represan caudales anormalmente hasta el momento en que las crecidas dicen: «allá voy y sálvese quien pueda». Tolerar, como es habitual, el asentamiento de familias, generalmente muy pobres, en lugares condenados a quedar bajo agua o a sufrir derrumbes, es todo lo que necesitan las inclemencias del tiempo para arrojar víctimas. El blindaje más seguro y permanente es el que provendría de invertir más contra la marginación social.