Asonada en Barataria

Asonada en Barataria

PEDRO GIL ITURBIDES
A Lucio Gutiérrez lo destituyeron en la hermana república del Ecuador. Asilado en la embajada de los estados unidos del Brasil, grupos populares han sitiado la representación diplomática. Se alzan voces que cuestionan la protección que se le ofrece al mandatario depuesto, al que la voz del pueblo acusa de la comisión de diversas formas de dolo. Por supuesto, la acusación sostenida con mayor pujanza es la de que Gutiérrez fue un corrupto.

Los ecuatorianos tienen un cuarto de siglo en que viven como en la noche aquella en que se intentó una asonada contra Sancho Panza en Barataria.

Bueno, en realidad tienen un período mucho mayor de alteraciones del orden institucional, si contamos los ascensos y descensos del muy popular y efímero José María Velasco Ibarra. Este subía y bajaba como en los movimientos del infantil juego del «subibaja».

Con la diferencia de que éste no causa daños y aquél conmovía a ese pueblo, daba paso al desvalijamiento del erario y empobrecía a los ecuatorianos.

Porque a su paso por los cargos públicos, la mayor parte de quienes han ascendido al solio presidencial han dejado como secuela, vergonzosas historias en materia de finanzas. Y no precisamente con lo que tienen de su peculio propio personal en sus carteras, sino en las carteras propias de los fondos públicos.

Uno de esos destituidos, Gustavo Borja Bejarano, ha vivido entre nosotros.

Ascendió desde la vicepresidencia, aureolado por una fortuna personal que tal vez hizo pensar a sus compatriotas que respetaría el tesoro de la nación. Pero cuando fue expulsado llevaba el estigma que han cargado sobre sí algunos de sus precedentes inmediatos como Sixto Durán, Abdala Bucarám, Jamil Mahuad y otros.

Ahora se escucha el grito de centenares, quien sabe si miles de ecuatorianos, que piden que los brasileños no acojan a Gutiérrez. Quieren juzgarlo, y algunos, en medio de la barahúnda, piden su cabeza. También reclaman que organismos multilaterales y gobiernos amigos les permitan determinar el rumbo de Ecuador. ¿En qué sentido esos organismos o los gobiernos amigos, interfieren con los ecuatorianos?

Los que hacen el reclamo no lo explican. En Santo Domingo no tenemos noticias inmediatas que nos permitan aclarar este asunto. En cambio, recordamos que hace casi medio siglo se adoptó la llamada Doctrina Betancourt en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA). En virtud del enunciado de esta especie de declaración de principios, los países signatarios debían negarse a acoger gobernantes corruptos en sus territorios. Con otro nombre, con otras letras, pero con el mismo espíritu, se ha readaptado la añosa propuesta de don Rómulo. Y al igual que antes, tampoco se aplica.

Tal vez a ello se refieran quienes gritan a las puertas de la embajada brasileña en Quito, por la cabeza de Gutiérrez.

Todo ello obliga a recordar en estos tiempos el día en que a Sancho Panza se le advirtiera de un golpe de estado en Barataria. Sancho, conviene decirlo, se asombró sobremanera de las noticias que leía el secretario en la carta del duque. Nada más y nada menos que enemigos del duque se disponían a atacar la ínsula para deponerlo del gobierno. Aquella noche, como muchas otras de las anteriores, quedó Sancho a duermevela, no por miedo a la asonada, sino por la inanición a que lo había sometido el doctor Pedro Recio.

Cuando finalmente se produjo el intento de destitución, sus fuerzas vencieron a los enemigos. Pero fue, ésta la última noche de Sancho Panza en la gobernación de Barataria. Apenas despertó de un letargo producido por un bebedizo, montó su asno y salió para seguir viviendo como antes lo había hecho, pues hombre de pueblo era, y al pueblo volvería.

Pero, ¿a qué hablar de los sinsabores de Sancho Panza, si Ecuador probó suerte con Abdala Bucarám? Apenas son leídas las páginas escritas por don Miguel de Cervantes y Saavedra, sabe uno que más sabio y menos díscolo fue aquél que éste. Con razón, pues, a las puertas de la embajada brasileña, centenares de ecuatorianos piden que se les deje decidir su suerte, para evitar nuevos asaltos a la ínsula de Barataria.

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