Aspavientos innecesarios

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PEDRO GIL ITURBIDES
Me cuento entre el número de dominicanos que agradece a Hugo Chávez el financiamiento que ofrece por la venta de petróleo y sus derivados. Lo hemos expresado de manera directa e indirecta en innúmeras ocasiones. Pero amor no quita conocimiento. De manera que, tras su última jura como mandatario de los venezolanos después de su segunda reelección, lo critiqué acremente para mis adentros. Y en estas líneas comparto con los lectores cuanto pensé en ese instante.

¿Por qué esmerarse en propalar sus sentimientos contra George W. Bush, o, más bien, contra los Estados Unidos de Norteamérica? El comedimiento y la prudencia son virtudes que debían ser exhibidas en su comportamiento, por todos aquellos a quienes toca la suerte de ser guías de la humanidad. A ustedes les he dicho con frecuencia que Ralph Waldo Emerson escribió hace más de un siglo que las figuras preponderantes tienden a volverse representativas. Por ello, sin duda, y esto lo hemos pregonado también, la Iglesia nos propone las vidas de los santos.

Todos sabemos que Chávez es visceralmente antiestadounidense. No tiene que reiterarlo sino con acciones políticas con su pueblo, y de solidaridad con nuestros países. Con ello conquista relaciones que pueden ser más importantes que andar de aquí para allá recalcando su izquierdismo. Tanto lo pregona que cualquiera es capaz de pensar que no es más que puro aspaviento. Y aspaviento innecesario.

Chávez debe concentrarse en levantar a su pueblo de la pobreza. El apoyo que tiene en los sectores que viven por debajo de la línea de la pobreza debe ser compensado con hechos concretos. Consciente estamos que hace una buena labor en este camino, pues de ello le hemos hablado en estas columnas. Pero también sabemos que, como es propio de nuestras naciones, por las fisuras de la corrupción se escapan recursos que pudieran coadyuvar a la promoción humana, social y económica de todos sus compueblanos.

¿Para qué, entonces, hacer privanza de su izquierdismo?

Vívalo en paz, con la satisfacción convertida en logros, que es cuanto debe procurar un hombre de Estado. Y vívalo, además, conquistando o afianzando relaciones con otros pueblos y con sus gobiernos, sin recurrir a los aspavientos. En este sentido pienso en el pobre Daniel Ortega, cuya cuerda se estira y se afloja desde el día mismo que reconquistó el poder en Nicaragua.

El pobre Daniel Ortega se ha confesado un nuevo hombre. Un hombre democrático, ha dicho. Y viene Chávez, se le presenta en su juramentación, saliendo de la suya propia, y arma una algazara digna de un diferente escenario. Porque entiendo a Chávez, no se crean que no. Tengo plena conciencia de que desea decirle a Bush que no se ha ganado a Ortega. Pero Ortega desea que Bush y todos los que marchan tras éste, tengan seguridad de que, además de chacabana en vez de chamarra guerrillera, ha cambiado otras cosas. Sobre todo, sus puntos de vista sobre los manejos políticos en su nación.

Démosle la oportunidad de realizar lo que es su nuevo empeño. No vayamos hasta él, con aspavientos innecesarios, a echarle una pasta de jabón de cuaba a su sancocho.

Bastante brega le dio lograr que el sancocho cogiera cuerpo. Dejémoslo, por tanto, recorrer el camino que se ha propuesto, sin recalcar, para consumo de Washington, que somos todos de la nueva izquierda.

Porque, después de todo, todos tenemos una mano a la izquierda,  y otra a la derecha.

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