Aspectos éticos de la gestión de los servicios de salud

Aspectos éticos de la gestión de los servicios de salud

POR MIGUEL SUAZO
Una de las preocupaciones de la modernidad reside en cómo gestionar bien los servicios. Hablamos de anticorrupción, honestidad y pensamos siempre en las figuras más altas de un servicio, cuando el mandato es para todos los niveles. En el área de salud se ubica en cómo administrar sus recursos, de manera que los resultados sean buenos y beneficien a todos y cada uno de los involucrados.

La gestión de estos servicios, tiene varios componentes intrínsecos que deben ser conocidos y manejados. Es una preocupación de carácter técnico y esto es debido a que cada día se integran nuevas herramientas que la dinamizan y le permiten ser más eficaces. Es un reto de la actualidad el estar al día en la teoría y en la práctica.

Conocer la ciencia significa apropiarse del conocimiento y actualizar sus formas de manejarla. Siempre hay una intención final y en este caso es el de dar un servicio de calidad que satisfaga los requerimientos de los usuarios.

Estos procesos implican tener claridad en los aspectos mecánicos de lo que se administra o gestiona. Su configuración requiere además el tener claridad en los objetivos y estrategias con las que se quieren conseguir los fines propuestos, de tal manera podemos afirmar entonces que para gestionar se requiere de una alta calidad profesional.

Está claro que en realidades sociales como la nuestra muchas personas se descubren gestionando servicios de salud pública por casualidad, por herencia, por razones políticas y en otras ocasiones por su calidad profesional en el área.

Lo correcto sería que siempre se gestionara en virtud de la profesionalidad, ya que el ejercicio mismo indica que esto es un acto profesional.

Alguna vez se llegó a asociar la gestión de servicios públicos de salud con el ser médico y llegó a parecer como si ello fuera una condición indispensable, es más si ello no ocurría se pensaba que se estaba faltando a la profesionalidad.

El desarrollo de las profesiones hoy han demostrado que la verdadera condición básica para gestionar es la de tener la calidad técnica para hacerlo. Esto no excluye a los médicos, por el contrario lo que les exige es tener el extra en la formación específica del gestor.

Un elemento que se añade y se ha de exigir a todo administrador de estos servicios es la dimensión moral de su ejercicio profesional y el primer componente de esa naturaleza es que este cumpla con el requisito de ser un buen administrador. Lo moral, visto desde una perspectiva muy sencilla, es lo bueno, lo correcto.

Ser bueno implica manejar bien la disciplina, ser un especialista en el ramo y no un improvisado que llegó a él por razones extras o que aún siendo un especialista no se haya actualizado ni modernizado.

A toda capacidad técnica se le añade la exigencia de la calidad moral, de tal manera que la primera exigencia ética de la gestión es tener esa calidad comprobada, es decir, que tenga el aval científico que lo califique como gestor, de lo contrario quien se inserta en estos procesos sin la calidad requerida se coloca en la órbita de las posibilidades de hacer daño.

Es a todas luces inmoral el asumir la dirección de lo que no sabemos hacer y sobre todo si no nos preocupamos por aprenderlo. En bioética hay un principio denominado de no maleficencia que nos explica por qué no debemos hacer daño a los demás, pero también nos enseña que hacemos daño no solo cuando tenemos la intención de hacerlo sino cuando en nuestro propio trabajo somos ignorantes del mismo, pero encargados de hacerlo.

La ignorancia y la impericia son dos componentes de la maleficencia, no los únicos. Soy imperito cuando no tengo el manejo completo de lo que hago, contrario a la ignorancia en que asumo como tarea hacer lo que no sé hacer. La maleficencia, produce daño.

A la gestión de los servicios de salud que aquí nos referimos es la que se realiza en el espacio público, la que tiene mayores retos por la extensión de la cobertura que debe dar, por la responsabilidad de gestionar desde las limitaciones propias de nuestros estados y gobiernos y por la obligación de hacerlo bien (técnicamente) y con pulcritud (moralmente).

Queda claro entonces que no solamente el manejo diáfano y transparente, sin corrupción o malos manejos económicos es lo que define la moralidad del ejercicio profesional sino que también incluimos como negación moral el ejercer funciones de esta naturaleza sin estar preparados para ello y esto vale para la gestión de los servicios de salud como para todos las otras profesiones.

En nuestro país se gestiona lo público desde un entorno de limitaciones económicas y de recursos, es una administración de recursos escasos.

Es justamente la impericia técnica la que puede conducir al manejo indebido, es la falta de profesionalidad la que puede conducir a la inmoralidad, ello explica con claridad el vínculo de ambas variables que no pueden separarse.

Para gestionar moralmente se deberá establecer un equilibrio entre la técnica, la necesidad y los recursos, de manera que los objetivos intrínsecos de los procesos de preservación de la salud, tratamiento a los enfermos, como de «disminuir el impacto de la discapacidad y evitar la muerte injusta» se realicen de una manera ética.

La clave para cumplir con los requisitos antes señalados estarán dados por dos elementos básicos: la equidad y la justicia, como principios normativos del cumplimiento del deber profesional.

Como hemos visto todo proceso ético deberá fundamentarse en principios y valores pero sobre todo en la ética de la responsabilidad, porque en ella residen los hechos del cumplimiento moral, primero de haber hecho una selección adecuada de los gestores, adecuada en el sentido de haberlos escogidos en base a su capacidad y no a su vocación solidaria de los partidos o de los grupos amicales.

Es un supuesto elemental el que cada administrador de servicios de salud tenga la claridad necesaria del manejo de la técnica que dirige.

Es un supuesto elemental el que cada administrador de servicios de salud tenga el aval moral de ser un buen técnico.

El profesional de la gestión y la Profesionalización de los gestores.

Cuando afirmamos que la profesionalidad es un requisito indispensable para un buen ejercicio podría parecer tan evidente que alguien podría llegar a pensar que no hace falta recalcarlo.

Ya antes dijimos que en nuestra tradición local esos cargos han estado mediados o por razones políticas o por supuestos tan antiguos que debemos explicarlos.

Desde la antigüedad se hizo una clara diferenciación entre profesiones y oficios, los primeros estaban regulados por la moral y los segundos por la ley, de ahí nuestra insistencia en la profesionalidad y moral del gestor.

En especial la medicina era una profesión regulada por la moral, porque partía del principio de que el médico tenía el deber de buscar lo mejor para el paciente (principio de beneficencia) y desde la concepción Platónica era observado como un ser predestinado para ser médico, para curar, para mandar. Era médico por naturaleza.

Esta condición profesional le confería el privilegio de no estar regulado por la ley, por tanto no pagaba impuestos, no se le fiscalizaba, dada la naturaleza de sus funciones vinculadas a la vida y a la preservación de esta como un don natural otorgado desde siempre.

Su ejercicio en búsqueda del bien era un honor, sus servicios nunca podrían ser pagados en justicia porque la vida es un don tan valioso que no tiene precio y al médico se le hacían pagos de honor, regalos, halagos por haber servido de manera moral en busca de la salud perdida. De esta lejanía proviene el término de los «honorarios» que hoy cobramos los profesionales, eran pagos de honor, quizás el equivalente moderno de «que Dios te lo pague» cuando el servicio desborda la posibilidad material de honrar materialmente el bien recibido.

A nadie se le ocurriría en esos momentos dudar, ni demandar al médico que ponía su vida y su ciencia al servicio beneficente del paciente, su profesión implicaba en su definición misma una obligación moral y le eximía de ser regida por la justicia, la norma era la impunidad jurídica.

Los oficios eran todo lo contrario, no tenían impunidad jurídica y tenían por tanto que ajustarse a las leyes, tributar y ser pasibles de sanción ante el incumplimiento.

La historia se encargará luego de regular también a las profesiones, sobre todo cuando los propios profesionales hacemos que se pierda la confianza, unas veces con la mala práctica, la ignorancia, la impericia, la imprudencia o la negligencia, desvirtuando el carácter moral del ejercicio. Se pierde la impunidad jurídica pero ocurre por una pérdida de confianza generada por el incumplimiento moral de la técnica.

A esto nos referimos antes al hablar del gestor. Si no llega al cargo o al desempeño por su calidad hace que se pierda la confianza de los usuarios.

La beneficencia ha sido el principio rector de la acción del médico con su paciente, al paciente le corresponde la autonomía en la toma de decisiones y en los casos en que esa confianza se ha perdido y se ha sido mal profesional ha sido menester que la sociedad asuma un tercer principio que es el de la justicia para poder resolver de manera legal el daño ocasionado.

La justicia entra en este caso como garante de la moral que se perdió en un ejercicio inadecuado.

Ante estos eventos de falta al cumplimiento moral se igualan ante la ley oficio y profesión y se hace mayor la demanda de que lo que no se confía por la moral se obligue por lo legal y a todos por igual.

La relación profesional se hace contractual con la intención de buscar garantías ante lo ocurrido, se paga por el servicio, se exige moralidad y se espera un cumplimiento bueno, exigiendo que la primera condición moral del servicio sea la profesionalidad del mismo, de lo contrario la propia sociedad asume el castigo e impone las normas para que se restablezcan los términos contractuales ya sea por la demanda o por la reparación.

La dimensión profesional implica un compromiso. Ser profesional tiene raíces religiosas muy profundas definidas como un acto de entrega. Cuando un religioso hace votos de compromiso con su orden o congregación está diciendo que acepta en fe dedicar su vida a ella y a sus implicaciones . Es el momento de profesar, de comprometerse a cumplir una vida dedicada a Dios. Al profesar se hace un profesional y ello tiene vínculos duros que obligan moralmente.

De ahí viene su impunidad jurídica en sus orígenes, no se puede poner en duda una profesión secular que se fundamenta en una dimensión religiosa y trascendente. Tan trascendente era considerada la dimensión profesional que la propia medicina se convierte en tal cuando reafirma a través del Juramento Hipocrático, ante los dioses como testigos, que asumirán los compromisos que este arte demanda a sus ejecutores.

Tan solemne es lo comprometido que se hace mediante juramento y con testigos muy especiales y pocas veces involucrados en estos menesteres.

La base del Juramento descansa en la promesa de cumplir dos principios elementales, el uno dedicarse al bien de sus pacientes y el otro a no hacer daño, luego lo hace operativo cuando norma sobre distintos aspectos del acto curativo.

La realidad es que este Juramento define un llamado a la excelencia profesional y compromete a su cumplimiento de nuevo haciendo profesión de fe ante testigos pertenecientes al mundo de los dioses, de manera que como dice este código al final: «Si soy fiel a este juramento y no lo quebranto, séame dado el gozar de mi vida y de mi arte, rodeado de la consideración de todos los hombres… Pero si lo violo y cometo perjurio, que me ocurra todo lo contrario».

Si ser profesional significa profesar y comprometerse a cumplir, es porque hacerlo conlleva tener responsabilidad en el acto que se deriva del ejercicio y ser buen profesional es el compromiso inicial.

Estos fundamentos certifican la necesidad de que nuestros espacios de gestión estén avalados por la profesionalidad y no bajo el mandato de los oficios o de la cobertura de los vaivenes sociales que designan por decreto una supuesta calidad y experticio técnico de quienes son designados.

La intención última del proceso deberá ser de nuevo buscar el mejor beneficio del paciente haciendo que se establezca un equilibrio entre las necesidades existentes y la disponibilidad de los recursos que por demás son escasos.

La beneficencia es el signo cardinal de las profesiones pero el no hacer daño o principio de la no maleficencia es el santo y seña que debe hacerlas reconocer para adjudicarle la dimensión moral que le ha de distinguir, y en el proceso de gestión el principio cardinal será el de Justicia.

En términos prácticos ser profesional de esta área demanda un compromiso con las estrategias e instrumental modernos de la gestión para obtener resultados buenos que favorezcan a todos con equidad y sin sesgos o discriminaciones. Así que no solo tener el conocimiento sino también la actualización y las aplicaciones modernas son requisitos indispensables de la buena gestión y la excelencia profesional.

«El ideal de la excelencia es el ideal de las profesiones sanitarias desde los mismos orígenes de la medicina occidental, que por cierto fueron mediterráneos, griegos. El concepto de profesión tiene unos orígenes claramente religiosos. Esto todavía se evidencia en nuestros idiomas, en expresiones tales como «hacer profesión de fe» o «profesar en religión». Profesar es lo mismo que confesar, lo que exige un acto de entrega. Toda profesión consiste en una entrega confesada o ratificada públicamente. La confesión o profesión religiosa es una entrega realizada por entero y de por vida, es una consagración» como diría Diego Gracia.

Consagrarse será dedicarse y esta como acto de entrega implica manejar adecuadamente lo que en fe se me entrega como responsabilidad pública. Lo que asumo de por vida no es el cargo, no es el puesto público, es la responsabilidad de hacer con profesionalidad y excelencia lo que tengo como destreza y encargo.

Aún cuando no esté en el cargo tengo la responsabilidad que asumí al hacerme profesional de la administración de los servicios de salud. Al cargo puedo renunciar o puedo ser cancelado pero a la profesionalidad del acto jamás.

La medicina es probablemente la primera de las profesiones o a la que más importancia se le reconoció por estar directamente vinculada a la vida, pero hoy sabemos que las exigencias técnicas y morales son las mismas para todas las profesiones y no exclusivas para la medicina, es más el Juramento Hipocrático se entiende como el juramento de las profesiones y la exigencia o llamado hacia la excelencia profesional es denominador común para todas.

La gestión de cualquier servicio tiene las mismas obligaciones morales para todos los que lo ejercen y demandan como requisitos elementales el saber hacerlo (técnico) y hacerlo bien (moral).

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El autor es Master en Bioética. Presidente de la Comisión Nacional de Bioética y Coordinador del Centro Intec de Bioética y su maestría en Bioética.

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