Aspiraciones que perturban a la nación

<p>Aspiraciones que perturban a la nación</p>

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Hay una parte del desarrollo de la peculiar historia dominicana, cuyos protagonistas son miembros de una raza singular de grandes valores, pero de fallas conductuales, que se han manifestado con mayor vehemencia en los pasados cien años, con interesantes y penosas situaciones, cuando amigos y partidarios políticos, manifiestan aspiraciones comunes de ser los jefes y gobernar sobre sus conciudadanos, dando lugar a enfrentamientos estériles que redundan en un daño apreciable al desarrollo y crecimiento del país.

A principios del siglo XX, después que valiosos jóvenes ultimaron a Ulises Heureaux en Moca, se destacaron Horacio Vásquez y Ramón Cáceres como las dos figuras de mayor relieve y de mentalidad renovadora de la política, que dieron señales de su capacidad, cuando establecieron un gobierno provisional que dio paso a elecciones para elegir un nuevo presidente. Ya para 1906 se consolidó la figura de Ramón Cáceres como la de un líder renovador y moderno que estableció las bases de un Estado para el nuevo siglo, pese a la funesta convención domínico-americana que dio pie a lo que sería en 1916 la intervención americana.

El país, bajo Ramón Cáceres, inició su despegue y cuando fue electo en 1908 en elecciones libres comenzaban a perfilarse las diferencias con su amigo de luchas políticas Horacio Vásquez, que se fueron ahondando a medida que crecía la creencia de que Cáceres buscaba la reelección que sería en las elecciones de 1911. Pero el 19 de noviembre de 1909 estaba marcado como una fecha trágica para el Presidente que supo orientar al país por los caminos de la modernidad. La gallardía y la honradez de Horacio Vásquez impidieron que se empañaran las relaciones con su antiguo aliado, aún cuando había señales de división por la forma de cómo se alejaban partidarios de uno y de otro en los principales cargos gubernamentales.

El asesinato de Mon Cáceres fue un trágico suceso que abrió las puertas a los años más aciagos de la historia, con los gobiernos efímeros y surgiendo por doquier los caciques y generales de la manigua, con sus ejércitos privados, que atemorizaban las poblaciones en particular las del Cibao que eran las más ricas. También estaban los salvadores cuyo propósito más definido era apoderarse del contenido de las exiguas arcas nacionales, ya intervenidas por el gobierno norteamericano. La ocupación americana calmó y hundió el espíritu rebelde de los dominicanos, que apaciguados volvieron a la democracia en 1924 con la elección de Horacio Vásquez, que veía coronada su vida política, pero la manchó cuando quiso reelegirse y pensar en su continuidad, que luego daría paso a lo que sería la etapa más férrea que ha vivido el país al caer bajo la dictadura de Trujillo.

No hay dudas que entre Horacio Vásquez y Ramón Cáceres, a principios del siglo XX, brotó un acoplamiento, pero que se fue deteriorando cuando los cortesanos intrigantes se pusieron a sembrar la cizaña para que Mon Cáceres se reeligiera y apartara a Vásquez de sus aspiraciones, éste, en todo momento, fue muy gallardo y supo ponerse a un lado mientras Cáceres era la figura señera de la política llevando a cabo una excelente labor de gobierno que se vió tronchada cuando fue asesinado en 1909.

Un siglo después, el país comienza a ser espectador de una nueva lucha entre dos jóvenes políticos del mismo partido en el poder, que ya en 1996 dieron muestras de coherencia e impulsaron al país por un sendero de desarrollo sostenido, extendiendo lo que ya venía ocurriendo desde los primeros años de la década del 90. El país se enganchó en un camino de la modernidad muy importante pero que se derrumbó en el período del 2000 al 2004 por el penoso gobierno realizado por el PRD. En 2007 comienza a perfilarse un fuerte enfrentamiento entre dos figuras que eran estrechos colaboradores de una misma causa y decididos a darle a su partido un lugar de primacía en la política. Se estaba construyendo una poderosa maquinaria, que si bien arrogante y considerando que todos los dominicanos debían supeditarse a sus decisiones, al menos han impactado con medidas muy positivas como fue la de rescatar la economía después del desastre de los primeros cuatro años del siglo XXI bajo las orientaciones perredeístas.

Leonel Fernández y Danilo Medina están sacando a relucir una sorda y tenaz rivalidad que podría dar al traste, no solo sus aspiraciones, sino lo que ha logrado la gestión peledeísta en provecho del país con el avance espectacular de la economía de los pasados 29 meses. Ahora ocurre que los intereses de los funcionarios se dividen en dos frentes, o están encaminados hacia la reelección del presidente Fernández o muestran abiertamente sus simpatías a favor de Medina y de todas maneras torpedean las funciones administrativas que llevan a cabo, empañando la lealtad que se le debe tener a un gobierno legalmente constituido. Pero la posición política perturba los cerebros de los peledeístas que se debaten en un arroz con mango ideológico después que están disfrutando con creces de las mieles del poder. Se oponen al presidente Fernández y aspiran a que los dejen en sus puestos y continuar sus travesuras anti reeleccionistas, cuando lo elegante sería renunciar.

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