Asunto de conciencia

Asunto de conciencia

Cualquier ciudadano de este país con recursos suficientes para pagar por ello, puede «quemar» en su vehículo cuanto combustible le plazca o derrochar en el hogar toda la energía eléctrica que le sea posible.

Aunque el derroche es mala práctica, los derechos y la solvencia permiten este lujo a muchos ciudadanos. Es más, hay quienes siendo económicamente insolventes, también se dejan seducir por el vicio de derrochar lo que les cae en manos.

Muchos se ufanan de que pueden pagar la gasolina, el gasoil o el gas al precio que sea, o la energía eléctrica no importa cuán alta les llegue la factura, porque sus ingresos o disponibilidades así se lo permiten.

–II–

Sin embargo, aunque estas conductas están amparadas en los derechos individuales, en el caso de los combustibles y la energía eléctrica rigen elementos que van más allá de la solvencia económica de los individuos.

En este país, los combustibles y la electricidad dependen de un componente importado que en estos tiempos se comporta en el mercado internacional con ímpetus alcistas que pueden llegar a resquebrajar la economía de una manera verdaderamente dramática.

El petróleo hay que comprarlo con dólares que el país debe generar a través de la exportación de bienes y servicios, principalmente.

Entre los que se sienten con derecho de hacer uso irracional de los combustibles y la electricidad, son muy pocos los que generan divisas fuertes directamente utilizables para comprar en el exterior. Sus consumos son pagados en pesos, y el Estado, como tal, para reponer sus consumos debe convertirlos en dólares.

–III–

Así las cosas y aparte del principio que establece que debemos renunciar al derroche, hay un asunto de conciencia ciudadana que debemos anteponer a nuestros derechos individuales y a nuestra capacidad para pagar cuanto combustible o energía se nos antoje malgastar.

El costo del petróleo, cada vez más alto, ejerce sobre nuestra balanza de pagos y reservas de divisas una presión que disminuye las posibilidades de inversión, de parte del Estado, para atender menesteres de interés general.

Luego, si nuestros hábitos nos inclinan por el uso irracional de los recursos, en este caso combustibles y energías, estamos contribuyendo a que cada vez haya una factura petrolera más costosa y a que haya que hacer sacrificios más grandes para poder cubrirla. Semejante comportamiento no le conviene al Estado y, por vía de consecuencia, a ninguno de sus súbditos.

Hay, pues, motivos para ahorrar hidrocarburos y energía, y para entender que es un asunto de conciencia ciudadana por encima de derechos y solvencias individuales.

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