Asuntos de moral y política

Asuntos de moral y política

No es que esté totalmente de acuerdo con Talleyrand (1754-1838) a pesar de que se trate de uno de los más grandes políticos y diplomáticos de la historia francesa y mundial,  cuando dijo en sus Memorias que “La palabra fue dada al hombre para disfrazar sus pensamientos”, tal vez siguiendo el escepticismo  estoico de su compatriota Michel de Montaigne, quien en el siglo XVI escribía en sus Ensayos (lib. III, cap. I) que “El bien público requiere que se mienta” –aunque él se mantuviese en el ámbito del análisis filosófico y delegara a otros tal comisión-.

Pero se comprende que es un error decir todo cuanto se le asoma a uno en los laberintos del cerebro, a consecuencia de vivencias, temores y sombras inexplicables.

Juan Bosch dijo más de una vez que en política, lo importante es lo que no se ve.

Ni se sabe.

No obstante, Bosch no podía evitar su honestidad, que chocaba con sus propósitos políticos, porque una campaña es una cosa y la realización es otra muy distinta. Los sueños y propósitos de un mandatario bienintencionado han de manejarse, de dosificarse, como drogas que en dosis prudentes, sanan, y en dosis mayores, matan.

¿Qué es moral? ¿El precepto del filósofo inglés Jeremy Bentham en el siglo XVIII, cuando formula como primera ley de la ética el llamado Principio de Interés y dice que moralidad es aquello que brinda placer al mayor número de personas y establece que “la naturaleza ha colocado al hombre bajo el gobierno de dos maestros soberanos: el dolor y el placer”? De aquí sale el Principio  de Utilidad o Utilitarismo, el utilitarismo filosófico de un John Stuart Mill, ese que Bergson, llevado por el optimismo,  ha dicho que requiere muchos siglos de cultura para forjar.

El Principio de Utilidad es bueno y noble, si uno lleva la idea al territorio de la justicia social y la equidad posible. Tal vez, si se tiene una idea positiva,  amplia y no dañina de lo que debe producir placer interna y externamente.

Desde fuera, desconociendo los enormes escollos que surgen en el ejercicio del poder, los ciudadanos de buena intención creemos que es posible, manejando tan cuantiosos recursos, remediar graves desigualdades, invertir con sensatez y prudencia en lo que realmente es lo más importante para la ciudadanía.

Acabar con la impunidad a cualquier altura que se encuentre, tenga o no su delincuente ejecutor kepis con ramos dorados y el pecho cargado de condecoraciones por batallas y méritos inexistentes. Trátese de amigos de infancia o de personas que gozan de la simpatía del mandatario.

Recuerdo un soneto de Shakespeare (LXVI) en el cual suplica morir para no ver el mérito nacer mendigo/ y al que nada necesita orlado de regocijantes abundancias “(to  behold desert  a beggar born/ and needy nothing trimm’d in jollity”).

Justicia social ¿Será siempre un sueño?

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