Asuntos de muchos flecos

Asuntos de muchos flecos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Perdone usted, licenciado; llaman por teléfono al doctor Ubrique. Menocal levantó la cabeza, dio las gracias al joven que acababa de entrar y enseguida se dirigió a Ladislao:   Puede tomar el teléfono aquí en esta repisa. El húngaro empuñó un receptor negro reforzado con una placa metálica.   Diga ¿quién habla?   Ladislao, es Lidia.

¿Cómo estás? ¿Van bien los trabajos? ¿Podremos cenar juntos esta noche?   Creo que si; estamos leyendo el documento en la propia escribanía; hay aquí un empleado del tribunal; si, Dihigo y Valdivieso están con nosotros. Apenas ha comenzado la sesión; tardaré en regresar. Ladislao colgó el teléfono y volvió a sentarse frente al escritorio de Menocal.

¡Señores, ha comenzado a llover! dijo Dihigo mirando la ventana de la oficina. Todos, al mismo tiempo, miraron hacia la ventana, excepto Ladislao. Dihigo entonces preguntó al húngaro ¿Dijo usted que existe un derecho a la pereza? ¿Cuál es la causa de que cuando está lloviendo nos den ganas de aplazar los trabajos?

  No he dicho eso; lo que ha consagrado la ley en muchos países es el derecho al trabajo. Dije que el yerno de Karl Marx escribió un folleto con ese título: El derecho a la pereza; es curioso que un socialista, un revolucionario seguidor de Proudhon, en lugar de defender el derecho de los obreros al trabajo estable, propusiera «le droit a la paresse». Marx creía que los criollos de las Antillas eran perezosos porque heredaban la antigua pereza española. Los colonos españoles disponían siempre de un esclavo, de un sirviente, un ayudante, un escudero; de alguien que les cargara los bártulos y les allanara el camino. En las carreteras de Cuba he visto muchos campesinos sentados en banquetas a las puertas de sus bohíos, mientras una mujer les acomodaba el pelo. Vi el primero a la salida de Camagüey; después pude ver otro y otro, hasta contar una docena. Pensé que les hacían peinados laboriosos, típicos del pelo crespo. Pregunté a Lidia y ella me explicó que eran mujeres que «sacaban caspa a domicilio».

 He oído contar en La Habana que un poeta de la isla de Santo Domingo recomendaba levantarse bien temprano en los días feriados. Según él, un día sin trabajo era preciso «cogerlo por la punta». Un día de trabajo, por el contrario, debe comenzar lo más tarde que sea posible.   Es probable, doctor, que el problema arranque de las formas de producción económica a las que han estado sometidos los habitantes de estas islas. Se han prolongado por siglos las mismas maneras de ganarse la vida. El llamado «tiempo muerto» es un tiempo en el cual no se trabaja en las plantaciones. La gente haraganea durante esos períodos de «paro estacional». En Oriente siempre hubo muchas plantaciones y, por tanto, «desempleo estacional». Además, el trabajo ingrato, forzado, mal pagado o excesivo, conduce a los hombres a evitarlo; siempre que sea posible, naturalmente. Los pobres tienen pocas opciones para sobrevivir: la rumba, el ron, tocar el tres o el bongó.

Echarse bajo un árbol sombreado es una forma de escapar temporalmente de la esclavitud.

¿Continuamos con la lectura del legajo?   Pero está lloviendo torrencialmente, doctor Ubrique.   Podríamos leer aunque esté lloviendo; nosotros nos encontramos bajo techo, replicó Ladislao.   ¿Cómo regresará a su casa el ministril?

-Me parece lo más natural que todos tengamos que irnos con paraguas, comentó Valdivieso riendo. O, quizás, cuando haya escampado, añadió Dihigo. El notario se puso las gafas otra vez; con las manos sobre las rodillas habló para todos los presentes: el documento es muy extenso; se compone de tres cuadernos. Uno de ellos, el que comenzó a leer el doctor Ubrique, trata de los acontecimientos en Rusia. Otro se refiere a Francia y a Suiza; el tercero concierne a Santiago de Cuba durante la dictadura de Gerardo Machado. Esta división de la que les informo aparece pegada en un membrete sobre la cubierta del cartapacio. Es algo así como la indicación del contenido del legajo. No es necesario que leamos cientos de páginas en un solo día. El ministril tiene obligación de acompañarnos en tantas sesiones como sean necesarias. Es parte de su trabajo ordinario en el tribunal. Estoy seguro de que conocer detalles sobre la vida de Machado y sus secuaces interesará a la mayoría de los cubanos.

 ¿Por qué dice eso, licenciado? Dihigo se rodó hasta el borde del sofá al dirigirse al notario.   Lo digo porque fue un tiempo muy duro para los cubanos. Machado era un tirano cruel rodeado de asesinos desalmados.  Licenciado, el hombre piadoso cree un deber suyo «dar de beber al sediento y de comer al hambriento». Ese es el «camino de servicio» que siguen los religiosos. Otro camino frecuente de la conducta es doblegar a los hombres para usarlos en nuestro beneficio, para hacerlos trabajar en provecho nuestro. Eso hacen los gobernantes. Controlar las vidas de los demás es lo propio del político. Su ideal es regular la existencia de las personas, desde que nazcan hasta que mueran. El centro de gravedad del político es la dominación. Y para dominar hay que ser cruel. No tener piedad nunca es la regla básica del dominador. Como ustedes saben bien, gobernar es asunto de muchos flecos. Santiago de Cuba. 1993.

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