Atajen la locomotora

Atajen la locomotora

Estimo que luego de una semana transcurrida desde la reunión del Presidente de la República con los sectores vinculados al tráfico de divisas ya estemos convencidos de que aquello fue un acto de intimidación. Lo demuestra el hecho de que el anfitrión asistió acompañado de una selecta tropa, en todo el sentido de la palabra. Los periodistas, como era de esperarse, no fueron admitidos en aquel encuentro.[tend]

Todo parece indicar que el Mandatario trató de amedrentar a los empresarios con la presencia de los funcionarios que tienen discrecionalidad en la aplicación de las leyes impositivas. Virtualmente amenazaba a todos al tener allí a los que han grabado y graban conversaciones telefónicas ajenas, con y sin la autorización de un juez. El oficial que dirige la persecución del lavado dólares se sentó a la mesa. Como elementos aglutinadores de la intimidación estaban el ministro de las fuerzas armadas y el jefe de la policía nacional. El escenario había sido montado para que el poder de los administradores del Estado estuviera bien representado. Aquello podía considerarse como una amenaza de declaración de guerra. Pero ese despliegue de poderío lo que realmente reflejaba era la debilidad del gobierno ante la crisis económica y financiera.

Se olvidaba algo elemental: los Presidentes no amenazan. Ellos ordenan y actúan cuando su razonamiento así lo indique. Pero en este caso se estaba amagando sin muchas probabilidades de golpear. Apoyándose en la posibilidad de imponer castigos, lo más que podían conseguir era la obediencia relativa y momentánea. La disciplina y el respeto no se consiguen forzando la voluntad, de ahí que el resultado pudiera haber sido la indignación empresarial por la emboscada que había sido montada en el Palacio Nacional. Y sólo habría que esperar a que el tiro salga por la culata. El dólar, controlado «a la mala», podría disminuir en precio por unos días, no mucho, porque la fiebre no está en la sábana. Además, esa intromisión política en los asuntos monetarios de seguro provocará grandes problemas en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional.

Desde hace algún tiempo el gobierno y los empresarios se han comportado como dos ciegos armados hasta los dientes que se buscan en una habitación para pelear. Uno y otro se sienten amenazados y, por uno de tantos absurdos, cada ciego piensa que el otro puede verle. Ante el cúmulo de ambiciones, las partes olvidan que hay un país en el mundo colocado en el trayecto del sol. Lo cierto es que existe una enorme conspiración de parte de la mediocridad contra la inteligencia de los dominicanos. No somos tan estúpidos como para no darnos cuenta que los administradores del Estado están buscando culpables por la dirección equivocada. Si de verdad quisieran encontrar a los responsables de tanto desatino económico y de tanta complicidad en los fraudes financieros la solución sería muy sencilla. Sólo tendrían que buscar un espejo.

El tren de la debacle del peso dominicano tiene una locomotora que encabeza la marcha y que ha aportado las decisiones para que la crisis haya llegado hasta límites insoportables. Asimismo, cuenta con vagones en los que se acumulan los fraudes bancarios, la corrupción administrativa, el excesivo gasto corriente, las violaciones a la ley monetaria, así como la impunidad garantizada. No es descarrilando un vagón como el tren puede seguir adelante a la velocidad requerida para el largo y difícil trayecto de remontar la crisis. El problema principal está en el funcionamiento de la máquina que supuestamente debía arrastrar la carga y llevarla a buen destino. Y en esa locomotora que dirige el país se da una parodia trágica que contradice los principios de Darwin. El sabio inglés clamaba que el desarrollo de la humanidad estaría asentado sobre la base de la supervivencia de los más aptos. Por el contrario, en el gobierno se está demostrando que han sobrevivido en la gestión administrativa los más ineptos. El anti darwinismo se ha impuesto en esos niveles

Habría que recordarles que el afán de imitar a Balaguer no debía incluir los fracasos que aquel sufrió con el intento del control forzado de las divisas. El lastimoso «Plan Duarte», muy parecido a lo que ahora se intenta, tuvo que ser abandonado sin pena ni gloria. Había demostrado que el aparato represivo que entonces se esgrimió no era otra cosa que un tigre de papel. Tal como ahora sucede. Y entre muchos otras cosas, también fracasarán porque el problema no está en los vagones, sino en la locomotora.

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