POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
De repente, un alivio. Nos habíamos hundido en la decepción. Ya parecía que en esta «democracia» de papeles mojados y palabras al viento, podía uno escribir y publicar en letra impresa o a viva voz lo que fuere, y no le iban a conceder la menor atención. ¿Leerían o escucharían los buenos y sanos consejos esas autoridades nuestras, arrogantes, ocupadas en malandrinadas y bellaquerías?
Porque ¿no se hicieron de conocimiento público miles y miles de oportunos consejos al flamante y «atípico» Presidente Mejía, sin lograr que este supiera separar las sugerencias interesadas en ganancias malolientes, de los honestos consejos, sugerencias o insinuaciones respetuosas de quienes nos preocupamos por el bienestar del país y deseábamos que este hombre de campo, temperamental, impetuoso, vehemente, intemperante y hasta rudo, hiciera un buen gobierno ¿No podía el comprender, captar, que a ningún buen dominicano le interesaba su fracaso?
Todo el casi cincuenta por ciento de votantes que lo eligieron presidente en el 2000 confiaban en una administración sana de los recursos del pueblo. Porque ¿de quién es el dinero, las montañas de dinero, que maneja el Estado?
No son suyas. Son de todos nosotros, los esquilmados, las víctimas de los «abracadabra» y la sugestión de que se pueden sacar conejos y palomas del sombrero de copa del portentoso personaje que elevamos a la Presidencia de la República.
Estábamos decepcionados de los consejos, pero últimamente ciertas quejas publicadas en la prensa han merecido atención.
Con la excepción del Presidente Mejía y su incalificable Secretario de Estado de ¿Salud? el tristemente célebre señor Rodríguez Soldevila, que tiene el rostro -y todo lo demás- de hormigón armado, y es capaz, ¡Dios mío! de negar el horror de los hospitales públicos. Ahora lo premian con una jubilación que hubiera sido jugada en tiempos normales pero hoy, siendo él un hombre necesariamente acaudalado (de lo contrario no mentirían tan descaradamente para proteger sus tremendos ingresos) pienso que le servirá para menudencias.
El caso es que la ebullente indignación que me produjo el estado de abandono que arrabaliza el Altar de la Patria, y también la Plaza de la Bandera, es decir, los monumentos a los más altos símbolos nacionales, descendió al enterarme de que un nutrido grupo de militares, responsables de cuidar y mantener la dignidad del Altar de la Patria, recibieron órdenes de proceder a su limpieza, atendiendo una publicación aparecida en la muy leída columna del doctor Molina Morillo y posteriormente ampliada por Matilde Capitán en un reportaje ilustrado.
Aspiro a que la limpieza del Altar de la Patria no sea otro de los detestables «operativos». Algo transitorio y circunstancial, tras lo cual se vuelve al mismo desastre.
Si la Secretaría de las Fuerzas Armadas tiene la responsabilidad de cuidar de los monumentos más altos de la Nación ¿cómo es posible que se permita la arrabalización del sagrado lugar donde reposan ¿reposarán ante tal apatía, desconsideración y malagradecimiento los Padres de la Patria?
¿Es explicable que el Monumento a la Bandera Nacional, justo frente a la Secretaría de las Fuerzas Armadas esté en las desastrosas condiciones en que está, cuando esa Secretaría es la que más recursos recibe y de más empréstitos foráneos se beneficia para gastos absurdos en un país como el nuestro que no está, plantea estar (ahí están los yankees y algunos otros para frenar disparates) en guerra alguna?
¿No es indignante el trágico irrespeto a la Puerta de la Misericordia? Lo del monumento a Montesinos ¿no es una vergüenza? ¿Cuándo aprenderemos a ocuparnos del invariable y adecuado mantenimiento de lo que tenemos, en lugar de estar inventando nuevas cosas… para que se arruinen?