Atentados homicidas

Atentados homicidas

PEDRO GIL ITURBIDES
El economista y periodista Euri Cabral debe dar gracias a Dios. Los disparos alcanzaron los cristales traseros de su vehículo a la altura de su cabeza. Si no hicieron impacto en ella fue porque el Creador no quiso llevárselo en la noche del miércoles. O porque quienes cumplían «el contrato» estaban a cargo de amedrentarlo.

Sin importar el propósito del encargo, los dos criminales deben ser localizados. Y sometidos a la acción de la justicia, sin contemplaciones, excusas o circunstancias atenuantes. Porque ante este intento de homicidio no pueden darse rodeos judiciales, sino actuar con la máxima severidad que permita la ley. Aunque claro está, para que los jueces fallen, hay que llevarles a los reos ante su foro.

No puede permitirse una colombianización de la República Dominicana. Y por el camino que nos llevan los criminales, hacia ese objetivo se marcha. Todos los días son conocidas historias particulares que hablan de las singularidades que alcanza el crimen en el país. La perniciosidad se ha extendido por doquier y arropa a todas las capas sociales, sin respetar sectores ni personas.

¿Quién pudo atentar contra Euri Cabral? La misma interrogante habría que hacer en la aterrada ciudad de Azua, sitiada por los maleantes. Porque tras casi tres semanas con posterioridad al asesinato del periodista Juan Andújar, los azuanos se sienten acorralados. Presienten que no existe una autoridad que les ofrezca protección. ¿Quién puede promover estos atentados homicidas y sentirse inmunes ante la ley? Fíjense que no digo impunes, sino inmunes. Y lo hacemos con intención.

De ahí la importancia de perseguir y apresar a los que dispararon desde una motocicleta, contra Euri Cabral. Las motivaciones pueden ser diferentes, pero las actuaciones son las mismas. Hay un patrón preestablecido, que es el patrón de los criminales que se sienten con mayor poder que la sociedad misma. Contra Andújar, en Azua, también se disparó desde una motocicleta. Y fueron certeros.

Hace varios días conversábamos con varios amigos azuanos. Intentataba estimularlos para que acudiesen representativos de los sectores productivos, religiosos, sociales, culturales y educativos, ante la autoridad policial. La respuesta fue negativa, pues presienten que la impunidad tiene asidero entre miembros de aquella institución llamada a su salvaguarda.

La colombianización, pues, ronda a la República. Pero no debe el Gobierno Dominicano permitir que la misma asiente sus tentáculos entre nosotros. De ahí la importancia de tomar el intento de matar a Euri Cabral como punta de lanza de la reivindicación de los derechos de la sociedad dominicana a vivir con mediana civilización.

Los jueces por su parte, con éstos u otros casos de delitos y crímenes, deben asumir el papel de valladar de la barbarie. Nunca debemos olvidar la recriminación que lanzase Juan Rincón contra los miembros de la Real Audiencia de Santo Domingo, que lo juzgaban por el asesinato del padre Juan José Canales. También con él triunfó la lenidad cuando mató a su mujer en Santo Domingo. Lejos de ser condenado como lo merecía, resultó expulsado hacia Puerto Rico, en donde intentó otro homicidio.

Repatriado, una noche perpetró este crimen que consternó a los capitaleños. Y cuando los jueces, como parte del procedimiento le preguntaron si él había matado al padre Canales, les dijo que no. Y lleno de rencor, con voz estentórea, les dijo que al padre Canales lo había matado la justicia de Santo Domingo. Y explicó que si hubiese sido encarcelado, juzgado y condenado cuando mató a su mujer, la vena homicida no se habría despertado en él.

Aprovechemos que Euri Cabral no fue recibido por Dios misericordioso. Tomemos su caso como una oportunidad que nos brinda el Creador para iniciar la reorganización de la sociedad dominicana. A fin de evitar el cumplimiento de la premonición del padre Oscar Robles Toledano, quien presentía que la lenidad ante el mal conduciría, inexorablemente, a la disolución de la Nación Dominicana.

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