“En qué creen los que no creen”, de Humberto Eco, en realidad trata sobre ética, aberraciones e injusticias de nuestras sociedades, procurando encontrar coincidencias entre creyentes y no creyentes.
En “Odisea del Espacio”, de Arthur Clarke, una misión científica busca evidencias sobre si el ser humano está o no solo en el cosmos, viajando a los confines del universo, buscando los límites del alma y el entendimiento humano. Un único tripulante, que llega vivo al final, se encuentra en un espacio cerrado (como una habitación); a su derredor, la pared de su ignorancia y del eterno misterio de la vida… envejecido, solitario como todos los que procuran encontrar a Dios mediante la ciencia y el intelecto.
Hemos visto ese cuadro lastimero demasiadas veces. Hombres que intentan encontrar a Dios a su modo, con su metodología, su tecnología; con su ignorancia y empecinamiento. Babel fue una metáfora, real o literaria, que advirtió bastante, pero no suficiente. Hombres de intelecto insisten en tratar a Dios como cosa. O como absurdo. Y crean, a su voluntad, sus propias deidades. Emerson creó, incluso, una religión laica, sorteando los fangales de religiosidades enrarecidas que Dios nunca propuso.
La secuela de deidades, religiosidades y templos del ateísmo y el agnosticismo (ateísmo disfrazado), pueblan los Olimpos del presente de entelequias y conceptos vacíos de contenido. Los naturalistas prefieren a “Madre Tierra”, Gea, Pacha Mama, La Naturaleza. Similarmente, los estudiosos del pasado suelen tratar “La Historia”, el Tribunal de la Historia, la Posteridad, El Destino como deidades que eligen y predestinan, castigan o glorifican a los hombres.
“La Ciencia” es deidad favorita de cientificistas, tecnócratas, “practitioners” y aficionados.
Los políticos suelen reverenciar El Pueblo, La Revolución y otros constructos vacios que colman sus discursos, construidos según su conveniencia y fantasía; cuales seres que a quienes apelar a conveniencia; sin apego a normas ni reglas convenidas siquiera con sus logias y foros.
Juan Bosch, en cuyo “David, Biografía de un Rey” hay muchos párrafos ilustrativos, citamos: “Es indudable que la historia escoge a sus preferidos y los va formando”. “(…) David fue del escaso número que la historia elige…” (Pág. 111 y 112, Alfa y Omega, 1990).
Este autor, al igual que muchos notables de la filosofía y la literatura, está entre los conocedores de la Biblia. Como Marx, Freud y Fromm, de origen judío, quienes, obligados por la persecución religiosa de judíos o cristianos, se refugiaron en la ciencia y la filosofía, rechazando para siempre las realidades espirituales.
Graves errores cometidos por poderes religiosos medievales alejaron a muchos intelectuales no necesariamente ateos ni anticristianos. El temor a ser perseguidos por sus creencias, los llevó a limitar el estudio de la realidad solamente a lo que su intelecto y sentidos alcanzan a verificar “objetivamente”, o más correctamente, a las subjetividades “consensuables”(intersubjetividades.
Consecuentemente, las realidades espirituales han sido por ellos dejadas fuera de interés, como también otros temas difíciles para sus limitadas herramientas conceptuales. Sin importar cuanta experiencia religiosa hayan tenido. O ni aún se hayan topado con Dios mismo en persona.