Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos. Proverbios 23: 26
Cuando vamos a la presencia de Dios no podemos ir con altivez sino con humildad, dispuestos a
que Él escudriñe nuestro corazón y nos diga cómo está delante de Él.
Si hay heridas, dolor, recuerdos no gratos, resentimientos, que nos los muestre, para nosotros ver la oscuridad en la cual estamos sumergidos, que no nos permite ver la luz y vivir en libertad.
Porque ese pasado nos mantiene esclavizados a yugos que no nos pertenecen y que fueron rotos en la cruz del Calvario.
Por eso tenemos que ser sinceros y no escapar de una realidad que se hace imposible de
enfrentar por nosotros mismos.
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Hablemos con Dios y mostrémosle nuestro corazón para que Él nos sane y nos libere, porque no
podemos seguir en las mismas condiciones que años anteriores.
Este nuevo año tiene que ser totalmente diferente, viviendo para deleitarnos en las promesas del Hijo de Dios y afirmándonos en cada una de ellas.
No permitamos que ni tan siquiera una nube pueda ocultar lo que el Padre ha decretado, porque
entonces nuestro corazón siempre estará a Sus pies.