Atesorando los mapas antiguos

Atesorando los mapas antiguos

Octubre del 1964.  Me encontraba en París, casi concluyendo mi primer viaje alrededor del mundo.  Tenía 27 años, y la Compañía Central de Créditos ya había echado firmes raíces como administradora de casas de alquiler.  Aún no habíamos vivido el trauma de la Revolución de Abril.

En aquel octubre, una mañana friolenta pero con el sol afuera, caminando por la ribera izquierda del Sena, atraído por los quioscos de los vendedores de curiosidades, casi sin darme cuenta tenía en mis manos un antiguo mapamundi.

Allí, como una joya que se admira por primera vez, mis ojos se toparon con una pequeña islita, que tenía una minúscula pero clara leyenda que indicaba Saint-Domingue. ¡Que emoción!

En aquella época, ese hallazgo, y en París, resultó ser para mí algo extraordinario…  que habría de señalar la ruta para el desarrollo de un amor que aún perdura: los mapas antiguos de la Isla de Santo Domingo.

A mi regreso al país fui prontamente donde mi amigo Rafaelito Auffant, a su negocio de enmarcados en la calle El Conde, –El Arte Moderno–, quien elogió grandemente mi adquisición. Procedió prontamente a enmarcar el mapita y lo coloqué en mi oficina con gran satisfacción y orgullo.

¡Que bien me sentía cada vez que mis ojos se volteaban a mirarlo! Fue mi gran hallazgo, que en aquel momento era para mí algo realmente extraordinario, haber encontrado ese viejo mapa esa mañana en ese quiosco en la orilla izquierda del Sena, en París, con Notre Dame a mi lado.

Ese mapa dio inicio a lo que habría de ser la Colección Central de Créditos.

Luego fue Nueva York. Por razones de negocios, viajaba allá con alguna frecuencia.  Y empecé a buscar tiendas de antigüedades en las que pudiera encontrar otros mapas. Ya había calado en mí la fiebre en ebullición del coleccionista bisoño.

Y fueron apareciendo. Tímidamente, dos o tres, primero Argosy, en un segundo piso en la Calle 59 cerca de la Quinta Avenida y el Hotel Plaza… Casi de inmediato, sumergiéndome en la Tercera Avenida en una búsqueda incesante que duraría décadas, fui descubriendo las tantas tiendas de antigüedades donde en aquella época se podía encontrar buenos mapas.

Y en el Village… y también, increíblemente, en los grandes almacenes como Macy’s, Saks, Bloomingdale’s… y a buenos precios, claro, porque no había muchos compradores para esos mapas…

Y se fueron estableciendo sólidas amistades con todas aquellas buenas personas.  Y me escribían y me decían que me habían conseguido tal o cual mapa.  Y que me pusiera en contacto con tal otro librero o tal anticuario en ciudades tan dispares como Miami, Amsterdam, Bruselas, Londres, Montreal, Madrid, Belfast, El Cairo… que ya ellos le habían hablado de mí… y así lo hacía…

Y se iban multiplicando los nuevos amigos proveedores, viéndome obligado a circunscribir, a los de nuestra isla, la adquisición de nuevos mapas y planos, dejando a un lado los mapas generales del Caribe y los mapamundis.

Porque en esto de las colecciones, los que venden se convierten en aliados, en colaboradores, en verdaderos amigos que se preocupan –¡se mortifican!—cuando no aparece la pieza que tanto se necesita, y que se busca incesantemente para poder completar un aspecto importante de la colección.

Luego vino Chicago y mi amistad con Kenneth Nebenzahl, autor muy prestigioso de varias obras de cartografía, anticuario de tomo y lomo, propietario de un importante establecimiento que visité muchas veces, y en el que se encontraban verdaderas joyas para los bibliófilos y… los mapófilos como yo.

Ken se convirtió en un gran amigo.  En dos o tres ocasiones visitó Santo Domingo para darle seguimiento a mi Colección. 

Cada vez Ken quedaba más admirado de los progresos que yo iba haciendo, y me ayudaba también a ir organizando los mapas, formando un fichero básico, revisando detalles de la colocación de los mapas en la empresa y el nivel de su mantenimiento,  orientándome sobre huecos importantes que debía ir llenando para darle peso a la Colección, en otras palabras, fiebrando los mapas junto conmigo…

Y la Colección se fue dando a conocer.  Ya en el 1968 –apenas cuatro años después de su inicio– el Instituto Cultural Domínico-Americano solicitó mi cooperación para ilustrar con mis mapas una publicación bilingüe que estaban editando, y que fue todo un éxito: Viejo Santo Domingo… una visita, siendo muy solicitada por  los turistas y los criollos en los gift shops que se encargaron de distribuirla, resultando prontamente agotada.

En algún otro momento, se me ocurrió que a lo mejor en el país podían aparecer mapas antiguos en manos de particulares, que podrían estar interesados en desprenderse de ellos, sobre todo si iban a formar parte de una colección importante.  Y fue así como empecé a publicar anuncitos en la prensa.

Aparecieron algunos mapas interesantes, pero sobre todo hubo una oferta que me llegó al corazón.  Recibí un día una carta con un remitente muy extraño.  El que me escribía era un ocupante de la Cárcel Pública de La Vega, y me detallaba pormenorizadamente el mapa que me ofrecía en venta. 

¡Se trataba de un mapa de los calendarios aquellos que publicaba la Compañía Anónima Tabacalera! En su descripción, mi corresponsal daba al mapa todo el tratamiento de una auténtica antigüedad.  En la carta, muy bien redactada, muy bien hilvanada, me pedía que por favor se lo comprara, y así ordené que se hiciera. La postdata de la carta resultó ser lo mejor de todo: “P.D. Quiero que usted sepa que estoy preso en La Vega, pero no es por nada malo…”

Algún otro día me enteré que en Bienes Nacionales había  muchos mapas viejos, descartados, de esos que acostumbraban a adornar las escuelas del país.  Hice las investigaciones de lugar, y pude adquirir, a muy buen precio, unos cuantos ejemplares de esos grandes mapas de pared publicados bajo los auspicios del dictador Rafael  Trujillo.

juanrpacheco56@alumni.nd.edu

En síntesis

Utilidad de una colección

El conjunto de los planos cartográficos reunidos por la Central de Créditos se convirtió desde 1968 en una gran fuente abierta a  diferentes sectores de la sociedad que se interesaran en utilizar sus piezas para difusiones  culturales  y ediciones de valor histórico, algunas de mucha utilidad para el turismo.

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