Las bombas nucleares de uranio y de plutonio lanzadas a Hiroshima y Nagasaki en 1945 consolidaron el triunfo aliado y el general Douglas MacArthur al gobernar y reconstruir a Japón se convirtió en el “César Americano”, tal como lo definió su biógrafo William Manchester. Ese reconocido autor lo alaba “por su genio militar, habilidad administrativa y valentía personal, mientras critica su vanidad, paranoia y tendencia a la insubordinación”. Lo compararon con Julio César por “su gran intelecto, brillante liderazgo estratégico, ambición política, magnanimidad como conquistador y el trágico defecto compartido de la arrogancia”.
MacArthur demostró un fino tacto político pleno de pragmatismo. No convirtió al monarca Hirohito en reo de la Justicia evitando lo que pudo ser un caos social insuperable. Además, promulgó y puso en práctica una moderna Constitución que sirvió para instaurar la democracia en términos políticos y convertir a Japón en una gran potencia económica.
Sus hazañas gobernando Japón se enturbiaron cuando Truman lo destituyó al plantear “la opción nuclear” para terminar triunfante la guerra de Corea con bombas atómicas disparadas a China y al este de Rusia. MacArthur fue recibido como un héroe en Estados Unidos y se despidió de su vida pública pronunciando un discurso en el Congreso en que dijo: “Los viejos soldados nunca mueren se desvanecen”.
Consciente de que ya Rusia también era una potencia nuclear, el general Eisenhower en su campaña como candidato presidencial en 1952 se presentó como “el soldado de la paz”. Tratando de cumplir con esa promesa el 8 de diciembre de 1953, hace 69 años, ya presidente , pronunció su emblemático discurso ante la Asamblea de la ONU titulado “Átomos para la paz”.
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Eisenhower expresó: “Me siento impulsado a hablar hoy en un lenguaje que en cierto sentido es nuevo, uno que yo, que he pasado gran parte de mi vida en la profesión militar, hubiera preferido nunca usar. Ese nuevo lenguaje es el lenguaje de la guerra atómica”.
Señaló que también Rusia, Gran Bretaña y Canadá tenían arsenales nucleares y que: “Mi país quiere ser constructivo, no destructivo. Quiere acuerdos, no guerras entre naciones”. Propuso extender las aplicaciones de la energía nuclear por todo el mundo mediante un banco de uranio formado con aportaciones de los países más avanzados, que gestionaría una nueva agencia, dependiente de la ONU. Ese discurso propició la fundación en 1957 de la Agencia Internacional de Energía Atómica AIEA que según Eisenhower: “podrá hacerse responsable de la incautación, el almacenamiento y la protección de los materiales fisionables y de otros tipos aportados”.
La creación de la AIEA no detuvo la proliferación nuclear. De todas formas, después del bombardeo a Japón en la Segunda Guerra no ha habido otros ataques nucleares y las amenazas de efectuarlos han sido escasas: una vez durante la guerra Corea, por parte de MacArthur y tres veces por Khruschev en la crisis de Suez en 1956, en la crisis de 1961 cuando Rusia creó el muro de Berlín y en la “Crisis de Octubre” cuando en 1962 los rusos ubicaron misiles nucleares en Cuba.
A partir de ahí el liderazgo mundial se ha comportado con prudencia durante sesenta años y únicamente Putin ha amenazado reiteradamente que podría usar armamentos nucleares contra Ucrania. Esa intimidación apocalíptica ha recibido el rechazo unánime en todo el globo.