Atrapados en el toque de queda

Atrapados en el toque de queda

Horacio

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A ciertas personas resulta cuesta arriba reducirlas de movimiento. Necesitan mucho más que respirar para sentir que existen.

El tambor, inventada 3,500 años antes de Cristo, y los primitivos destilados y polvos para la alucinación de los pasados tribales, fueron frutos de la creatividad de humanos que en diversas latitudes de los comienzos de la historia sintieron urgencia de combatir el aburrimiento que, dicho sea de pasada, es uno de los estados físicos y psíquicos de más baja mortalidad.

Aburrirse enclavado habitacionalmente evita encuentros desagradables y de alto riesgo no solo con virus; también con motociclistas alocados, minibuses desenfrenados, vendedores situados en intersecciones dispuestos a matar si no les compran los disparates que venden o si uno se resiste a la impertinencia de dejarse lavar el parabrisas con agua sucia.

Otros pobladores de malas pulgas que pueden ir al encuentro de quienes no se quedan en casa son más directos. No tiene pretextos insignificantes con mercancías en manos para fuñir la paciencia. Se limitan a decir: «la bolsa o la vida».

Pero no: el verbo callejear se conjuga más que descansar y los atavismos son demasiado fuertes, suficientes como para ver a la inercia como preámbulo de la sepultura. Son mayoría aquellos seres que consideran a sus cuerpos como hechos primordialmente para moverse, en cama propia o de alquiler en moteles, con rumba abierta para baile o frenéticas abrazaderas por amor, amistad o desfogue concupiscente.

El dominó, de credenciales como uno de los entretenimientos favoritos junto a la lidia de gallo, necesitan algo más que contendientes, con o sin espuelas. Tiene que haber público para gozarlos en grande y un poco de euforia en gradas o descampados rociados con alcohol. Los galleros y otros apostadores tienen dos razones para los consumos etílicos: celebrar o ahogar las penas por perder.

Al exabrupto de la mente calenturienta que fabricó el primer pandero de cuero para percusiones bautizado localmente como tambora, se sumaron con posterioridad la güira, el acordeón y los saxofones.

Si suenan juntos, arremolinarse con ingestas embotelladas se convierte en un acto reflejo demasiado común en campiñas y municipios. Resulta difícil conseguir que ciertas fanaticadas acaten paralizaciones preventivas que nunca hallarían mediante Zoom alivio a sus privaciones, No son susceptibles a emociones transmisibles por las redes que descansadamente permiten a las cibernautas femeninas comentar las últimas incidencias de sus vidas y de otras

aunque no sean de su incumbencia. El chisme no sería una entretención o «deporte» de relevancia nacional.

Pero al menos, para sus cultores, resultaría una de las formas prácticas de resistir los confinamientos con derecho a privarse de mascarillas con la exclusiva cercanía de maridos y mascotas, hasta que aparezca alguien que se divierta con un fake News difundiendo que el virus ya encontró la forma de viajar por conexiones electrónicas.

Roldán, el inefable proveedor de préstamos de menor cuantía y tasas inmoderadas, le tiene un particular aprecio a los estados yacentes, con las nalgas pegadas a la banqueta de su diario vivir y fines financieros.

El no trataría, como Mahoma, de ir a la montaña. ¿Para qué? Su montón o loma de clientes viene a él cada día, religiosamente, en busca de su costosa liquidez. Comer o no comer es a veces la alternativa de los pobres.

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