Si el ascenso y madurez institucionales de las sociedades va a medirse por sus demostraciones de que manejan con éxito problemas elementales de subsistencia como la higiene urbana y los suministros básicos de luz y agua, República Dominicana queda mal parada. Aquí nos hemos quedado en el primero de primaria en materia de recogida de basura, con mucho hablar mientras buena parte de los desechos son recogidos en vehículos inadecuados y llevados a una sabana extensa que llaman vertedero, con escasa o ninguna aplicación de adecuadas técnicas para que el lugar no constituya un gran problema ambiental.
Véase además que el servicio de limpieza urbana colapsa por cualquier traspiés vial. Un negocio multimillonario con muchos ingresos para quienes lo operan casi siempre como agencias privadas pero que falla demasiado en lograr que una ciudad como Santo Domingo esté mínimamente preservada de focos infecciosos como los que en estos días abundan en cercanías de hogares, de escuelas, de hospitales y de plazas públicas. Penosamente, no hay medios a la vista para conseguir el cumplimiento de deberes por parte de las autoridades municipales fuera de protestar mediáticamente por las causas directas e indirectas de la abundancia de basura en las calles. Ningún Ministerio ha llamado a capítulo a los responsables ni la Liga asesora ha dicho esta boca es mía.
Confirmación de un mal presagio
No era puramente por una inclinación ancestral al pesimismo que tantos y tantos dominicanos se adelantaban a suponer que a la vuelta de unos meses, Haití saldría de la agenda de los grandes. Que a todo el ruido y declaraciones de intención iniciales seguiría la desprecupación de la Comunidad Internacional ante el desastre humanitario de mayor magnitud en el hemisferio sufrido por los haitianos el 12 de enero. Es el propio Bill Clinton, ex presidente de Estados Unidos, de sobrada influencia en su país y encargado por la ONU de concentrar ayuda para los haitianos, quien ha resaltado el incumplimiento vergonzoso de las promesas de ayuda.
¿Se va a cumplir el designio de que Haití sea una carga exclusiva para su vecino insular? ¡Debemos evitarlo. Nuestro Presidente, de dinámicas causas globales, debe pronunciarse con máxima energía y utilizar todos los canales diplomáticos al alcance para reencender el interés por la causa del Haití desvalido.