Atrévete a mirar por el ojo de una aguja

Atrévete a mirar por el ojo de una aguja

Samuel Luna

Cuando miramos de forma objetiva y reflexiva nos damos cuenta que muchas cosas no valieron la pena. Al divisar aquellos que cegaron su existencia inmolándose por un ideal, nos genera una piloerección en el órgano más grande, pero sensible, se nos reseca la garganta y sutilmente nos entra un frío sin pedirnos permiso, y así entraron muchas ideas que hoy arrastramos en nuestro hipocampo. Cargamos nuestros ideales hasta la tumba y sin saber el porqué de las cosas.

Cuando nos atrevemos a observar con más cuidado se nos viene el mundo arriba, nos aplastan los desafíos, dejándonos inhibidos y algunas veces insensibles. Nos enfocamos en la producción que genera egoísmo, y hasta eso nos incomoda porque va en contra de nuestras primeras creencias innovadoras y justicieras. Nos volvemos impasibles y pensamos que lo nuestro es realmente nuestro.

La disyuntiva entre mirar o no mirar nos induce a volvernos metales, o mejor dicho, nos metalizamos. Es tan profundo que nos aislamos de la realidad, de la esencia y del destino para el cual fuimos creados: Dejar huellas que transciendan a nuestra existencia, con un impacto eterno y transformador. De repente nos damos cuenta de que somos fríos, migajas de pan caídas en el agua que con el tiempo se desvanecen si dejar rastros ni una historia que contar; y es precisamente ahí, donde nos hacemos conscientes de que debemos atrevernos a mirar por el ojo de una aguja.

Observar de esa forma es más profunda que aquel método científico, tiene que ver con nosotros, no con un experimento. Cuando no tenemos una perspectiva correcta, caemos en redes oscuras y rotas; nos volvemos incapaces de atrapar los sueños que construimos en las calles tortuosas de la vida. No sólo eso, también perdemos el camino de las reales reformas y nos vemos obligados a construir sonidos que fanfarrean lo que anhelamos y no hemos podido tener; esos sonidos hacen su trabajo, nos mantienen vivos como los parásitos. Y todo esto nos sucede porque no nos atrevemos a mirar por el ojo de una aguja. Cuando observamos así, nos enfocamos, nos miramos internamente, nos sinceramos; descubrimos la desnudez que debe ser cubierta, y no cubierta con bienes efímeros y perecederos. Esa mirada nos empuja a brincar de cerca en cerca, nos percatamos que somos parte de una obra divina y celestial que ya posee un guion que hemos roto con nuestras malas acciones. ¡Pero nada, ese guion sigue con nosotros!

Cuando miramos por el ojo de una aguja, aprendemos a contar nuestros años, que no son más que noventa, y tal vez cien, pero con mucho trabajo. Construimos castillos con fundamentos, almacenamos alimentos para nosotros y para otros, y no nos quedamos hambrientos. Nos extendemos en los poderes para ayudar y no para pisotear el derecho de los débiles. Es increíble, cuando miramos por el ojo de una aguja, nos sorprendemos y nos volvemos vulnerables ante la insoslayable realidad de que somos más que polvo en el viento.

Debemos mirar de forma inamovible, y cuando lo hacemos así, desarrollaremos un sentir de colectividad intencional. No es sencillo, es un proceso que nos golpea y nos desgarra las máscaras que hemos tejido para dizque protegernos de nuestros propios temores; temores conectados a nuestros sobresaltos fabricados por una sociedad llena de paradigmas insalubres.

Cuando miramos por el ojo de una aguja nos podemos dar cuenta que somos más que pertenencias, más que apellidos, más que títulos y posiciones. Mirar por ese bendito orificio nos pone en una dimensión más cristalizada que nos ayuda a cuestionarnos y a vivir de forma más dadivosa. Pero debemos mirar cada día, es la única forma que nos brinda una vida en abundancia, aquella copiosidad que expresó aquel Maestro de aquella cruz que sigue incrustada en los laberintos del ser y de esta sociedad llamada moderna. Atrévete a mirar por el ojo de una aguja.

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