FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El doctor José Dunker L. ha realizado un notable estudio acerca de Eclesiastés, el célebre libro del Antiguo Testamento cuya redacción se atribuye al rey Salomón, hijo de David. Sobre este viejísimo libro se han publicado miles de comentarios en el curso de tres mil años. Los eruditos del judaísmo se han ocupado durante siglos en extraer algún sentido de ese escrito, a la vez confuso y reverberante. Para los judíos Eclesiastés sigue siendo hoy un libro «de lectura recomendable», en primer lugar porque así lo ha creído y sostenido siempre la tradición; también porque lo escribió «el rey sabio», grande, rico y famoso. El mundo cristiano heredó el respeto de los judíos por tan enigmático libro. San Pablo, el gran promotor y difusor del cristianismo, había sido educado en la lectura del Antiguo Testamento. La elocuencia de San Pablo tal vez haya influido en que el Antiguo Testamento conservara la estimación de los cristianos, de los partidarios de una nueva fe que llego a «extenderse por toda la tierra».
Tratándose de un libro conectado con tres religiones es de esperar que haya sido objeto de numerosos estudios. Los expertos en disciplinas escripturísticas han sometido Eclesiastés a toda clase de exámenes hermenéuticos. Cada versículo de Eclesiastés ha sido clavado con un alfiler, como si fuese una mariposa, para facilitar el análisis etimológico de una palabra clave, la estructura literaria de una frase, el sentido filosófico o religioso de tal o cual expresión. Es una empresa difícil extraer savia nueva de un tronco tan viejo. Los comentarios religiosos sobre la Biblia suelen ser dogmáticos y reiterativos. Con frecuencia son pesados y carentes de frescura de pensamiento. Pero, felizmente, ese no es el caso del estudio del doctor Dunker, titulado: Los poemas filosóficos del rey Salomón.
Gracias a las «exhortaciones pedagógicas» del licenciado Manuel Amiama he podido apreciar desde muy joven las ventajas intelectuales de leer, simultáneamente, un pensador clásico antiguo y un autor moderno de primer rango. El licenciado Amiama me obsequió, en los años sesenta, un ejemplar de Teoría general del empleo, el interés y el dinero, del economista John Maynard Keynes, artífice de la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial durante la conferencia de Bretton Woods, en 1944. Me dijo que leyera este libro con el auxilio de una Introducción a Keynes, escrita por Raúl Prebisch; pero enfatizó que seria aun mejor que leyera, al mismo tiempo, la Política de Aristóteles, una obra de hace veinticuatro siglos; acto seguido puso en mis manos una edición bilingüe del texto de la Política, con prologo de Julián Marías. Comparar un escritor antiguo con uno actual sirve para comprender las enormes diferencias que separan uno del otro; pero, de igual manera, ayuda a percibir aquellos aspectos de la vida humana que son permanentes a lo largo de la historia, que sobrepasan «las modas» y prejuicios de cada época.
Puede aplicarse el mismo método al texto del rey Salomón y contrastarlo con las opiniones y acciones políticas de nuestro tiempo. El doctor Dunker segmenta los diversos trozos que componen Eclesiastés, los organiza para que sean mejor comprendidos por una mente contemporánea. Mirados desde el ángulo formal son versos, divididos en veintiocho poemas de siete estrofas, agrupados en cuatro «discursos». Las «septetas» pueden tener un «pie de amigo» inicial y una «moraleja» final. Los cuatro discursos muestran un definido carácter temático e ideológico: el primero es un «discurso existencial» -con este nombre lo ha bautizado Dunker- donde el rey reflexiona sobre el trabajo, el placer, la muerte o acabamiento; el segundo, aborda asuntos «sociales»: trata de si el hombre es o no una bestia, de qué ocurre con los oprimidos y con lo opresores, de las paradojas del poder, de la utilidad del dinero, del fracaso de las «utopías»; el tercer discurso está centrado en consideraciones filosóficas «universales» o generales. En este discurso aparece, en semilla, la doctrina aristotélica del justo medio. Al cuarto discurso Dunker le llama «discurso realista». En esta porción de Eclesiastés Salomón nos dice, entre otras cosas, que el hombre es víctima del destino, que mas vale maña que fuerza, que la sabiduría es provechosa para dirigir. Es en esta parte última donde ofrece los sietes consejos a «la sociedad civil» y señala siete errores que los gobernantes deben evitar.
Cada discurso se compone de siete poemas con siete estrofas. Dunker los despliega en una partición métrica aproximada, capaz de reproducir cierto ritmo silábico. En la parte final de Eclesiastés leemos: «Disfruta, muchacho, en tu juventud, pásalo bien en tu mocedad. / vete por donde te lleve el corazón y a gusto de tus ojos; / pero a sabiendas de que por todo ello te juzgará Dios. / Aparta el mal humor de tu pecho / y aleja el sufrimiento de tu cuerpo, que juventud y mocedad son efímeras. / (y) acuérdate de tu creador en tus días mozos.» / Es en este poema, en la estrofa número cinco, en el que Salomón afirma que al envejecer el hombre, «pierde su sabor la alcaparra». La estrofa cuarta reza: «Cuando se debilita el canto de pájaro / y enmudezcan todas las canciones; / dará recelo la altura, / y habrá sustos en el camino»/. La sexta y séptima: «Antes de que se rompa la hebra de plata, / y se quiebre la copa de oro, / y se deslice la polea en el pozo / y vuelva el polvo a la tierra, a lo que fue, / y el espíritu vuelva a Dios, / que lo dio». / Al concluir, Salomón explica: «El fin de todo el discurso oído es este: / teme a Dios, / y guarda sus mandamientos». / No se trata, pues, de un texto pesimista, melancólico o resignado, como se lo califica generalmente; ni de unos dicharachos incongruentes a los que es imposible encontrar sentido. En realidad, es un «arqueo» vital hecho por un gobernante. El rey busca la verdad, busca el placer, la riqueza; el rey medita sobre la muerte, sobre el trabajo y la sucesión de su reino. Para el predicador «todo tiene su tiempo», incluso la «aflicción de espíritu» y la entrega a la tierra. La vida entera tiende a disolverse, es vana o vaporosa.