Auge y caída de la República Dominicana

Auge y caída de la República Dominicana

FAUSTO MARTÍNEZ
Toda la decadencia intelectual de Grecia está escrita en Las Nubes, una parodia profética. Más allá de la sofística naciente de su siglo. Aristófanes entrevió el tiempo en que Atenas, destituida de su gloria, solo debía ser la maestra de escuela de Roma vencedora. Ve llegar, cual nube de langostas devoradoras, el inmenso enjambre de sofistas y demagogos que caerá sobre el cadáver de la República como buitres carroñeros. La República Dominicana, en la época de Juan Bosch, conservaba aún el brillo que le dieron las décadas anteriores: una fulguración de genio y de gloria la iluminaba.

Pero ya las sombras se amontonan, los vicios orgánicos fermentan en su cuerpo social peligrosamente concentrados. A una demencia política que favorece a ambiciosos y demagogos, añádase la corrupción moral predicada como doctrina en escuelas y universidades; la falacia sopla sobre Quisqueya, cual viento malsano y destruye en germen sus masculinas virtudes. Los políticos abren cátedras de argucias; los jóvenes abandonan las luchas por su dominicanidad y se entregan a las fiestas de Halloween y Thanksgiving al ritmo de rap, marihuana y cocaína y crak. Libertinajes desconocidos se manifiestan, infames depravan la solidaridad y la amistad. La música se coloca al unísono de las costumbres relajadas, elevando al rango de artistas a borrachos sin talento que asemejan orangutanes en orgasmo. La decadencia envolvió a la República Dominicana y la agrietó por todos sus costados.

En medio de esta Nación degenerada la crítica de Leonel Concha se yergue y se lanza empuñando su látigo; desgarrando entre los dientes de la risa los sofismas y las utopías de los demagogos. Su espíritu se llegue por encima de las miserias locales de que se burla en La Vida en broma con sus parodias, cual un Dios que se riera desde la altura, de la insania de los farsantes. Ataca por instinto a la falsedad y la maldad, olfatea las ideas morbosas y las ideas nocivas que corrompen: ve y juzga las cosas de su tiempo con la mirada lúcida de un hijo de Palas.

Leonel Concha es un profeta en su tierra que predica en el desierto. Nadie, desde mil novecientos sesenticinco hasta nuestros días, ha mantenido en su Vida en Broma una crítica tan severa al proceso de degeneración y decadencia de la República Dominicana y ha lanzado gritos de advertencia del abismo por donde se precipita todo principio por el cual vale la pena vivir y morir.

Casandra era la más hermosa de las cincuenta hijas del rey de Troya, «parecida a Afrodita», según dice Homero. Siendo muy niña la dejaron olvidada una noche en el Templo de Apolo; a la mañana siguiente la encontraron con una serpiente enroscada alrededor de las sienes, que le lamía los oídos. El don de la profecía se insinuó en ella con estas caricias. Casandra comprendió desde entonces el canto de las aves y todas las voces dispersas en el aire. Pero más tarde, Apolo se prendó de la jovencita, que le ofreció sus primicias y no cumplió su juramento. El dios, irritado por no poder retirarle el espíritu adivinatorio, lo esterilizó en el seno de la doncella. En lo sucesivo, nadie creyó en sus predicciones; su voz fue clamando en un desierto de hombres tan sordos como las peñas y como los árboles.

Siendo muy joven Leonel Concha se quedó dormido en el templo de Baco, a la mañana siguiente lo encontraron dormido mientras el asno de Sileno le lamía la frente, Leonel Concha comprendió desde entonces todas las mentiras y falacias y codicia de los políticos criollos, pero más tarde, Baco se prendó del joven que le ofrendo sus primicias y le pasmó el oráculo y nadie creyó en sus predicciones y su voz de alarma fue clamando en un desierto de hombres tan sordos como las peñas, mientras la República se precipita en el abismo.

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