Augusto Obando, de profundis

Augusto Obando, de profundis

UBI RIVAS
El lugar de origen de un individuo, como integrar parte de una familia, son accidentes en los que la persona es menester eximirla de ambas, porque tanto en uno como en otro, los auténticos son los que elegimos por conciencia conectada con la plenitud espiritual.

Es lo que aconteció en gran manera con Augusto Obando, a quien indefectiblemente saludaba en las salas de redacción como «el ilustre hijo de Pereyra», poblado de Colombia donde nació este ser nada común, este comunicador de excepción, el 01-01-1945, y que nos acaba de dejar huérfano de su presencia física, el 3 del presente mes de agosto, a los 62 años.

En un país donde la inmensa mayoría de sus nacionales condimenta indefectiblemente los diálogos con palabras altisonantes (malas palabras), nunca escuché a Augusto Obando pronunciar ni una solita.

También en un país densificado con el postulado sicológico del pesimismo que nos insuflaron grandes pensadores, como José Ramón López, Américo Lugo y Francisco Eugenio Moscoso Puello, nunca pesqué a Augusto Obando desertando ni un ápice de su alegría por la vida, alegría por compartir con sus amigos, alegría por vivir intensamente cada instante de su vida.

Augusto Obando siempre estaba alegre, y era una enzima que contagiaba el ánimo de todos, aunque tuviésemos, como todos, una sobrecarga de problemas que si lo apreciamos bien, siempre son intrascendencias, porque sencillamente no ha habido ninguno que no los hayamos superado. ¿O no es así?.

Augusto Obando fue un ávido y pertinaz lector que de ninguna manera podía sofrenar, no obstante su humildad, su sencillez, su esfuerzo por no trasuntar su saber, que era como el símil de colocar un block en la cabeza a un niño para impedir su crecimiento.

Pero era comedido en su sapiencia, su cultura apreciable, que desgranó como un orfebre de altos quilates en la crónica periodística, entrevistas, reportajes, donde sentó cátedras a supinos y no pocos veteranos.

En un año consagrado por el gobierno del presidente Leonel Fernández a expandir el libro, vale decir, la cultura, no sería ocioso que el competentísimo secretario de Estado de Cultura, José Rafael Lantigua, dispusiera editar una selección de los trabajos de Augusto Obando en la prensa, para deleite de diletantes, así de profesionales de la comunicación de vieja data, profesores de esa ciencia, y que permanezca como un recuerdo físico del estilo ameno, agudo, deshilvanador de reconditeces de variopintos temas y problemas de la sociedad dominicana que Augusto Obando abordó con su forma peculiar de hacer periodismo de altura.

Conocí a Augusto Obando cuando recién ingresó al país, cuando Enriquito Franco lo llevó a la sala de redacción de La Información de Santiago de los Caballeros en 1967, y por su inteligencia imposible de pasar por debajo de la puerta, se rumoró que era un agente de la CIA, especie que rechacé ipso facto, cuando me adentré en su intimidad y su bonhomía.

Consecuente con el trayecto invariable de un intelectual, Augusto Obando nunca persiguió bienes materiales, y de lo poco que ingresaba repartía una buena parte de manera espontánea, rápida, como pretendiendo salir así de su sofoco espiritual que se difuminaba prodigando bondad.

No obstante su casi perfecta dicción de colombiano auténtico, Augusto Obando casi masticaba los razonamientos de sus exposiciones verbales en conversatorios sobre diferentes temas, conservando la rapidez verbal de sus originales paisanos como si fuesen ametralladoras checas de ocho bocas.

Es en esos contextos altamente referenciales que el vacío físico de Augusto Obando se amortigua, con las excelencias de su aura que es un legado aurífero espiritual y ético a sus hijos Freddy, Roberto y Diana, quienes por su conducta rectilínea, honrarán siempre a su progenitor, imposible de olvidar por quienes le tratamos y ponderamos en la miríada de sus gemas personales invaluables.

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