Augusto Pinochet Ugarte

<p>Augusto Pinochet Ugarte</p>

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Execrado por unos y admirado por otros, el General Augusto Pinochet abandona este mundo para entrar en los predios permanentes e imborrables de la historia política y militar de Chile.

Sólo la aritmética inexorable de la historia posee la unidad de cuenta para medir la cuantía de unos y otros y de establecer el balance entre los que recuerdan y los que han olvidado las causas reales de la tragedia chilena que el General Pinochet debió asumir protagónicamente como jefe del ejército. La realidad histórica desvanecerá los motivos del grupo de «detractores» (según calificaron los medios informativos a los dolientes de la pasada y vivida tragedia) que el personal y justo deseo de «justicia» o venganza convocara para expresarse jubilosamente en la plaza de Italia.

Yo pasé por Santiago de Chile meses antes del golpe militar y tuve la oportunidad de conversar con diversos propietarios de las tiendas que visité. En todos ellos era notoria una manifiesta situación de pánico por el giro de los acontecimientos; la ocupación de terrenos agrícolas, la expropiación de industrias y la cuantiosa adquisición de armamento destinado a la formación y equipamiento de una milicia controlada por el Frente de la Alianza Popular del Presidente Salvador Allende; la que abiertamente proclamaba que la revolución socialista requería el control absoluto del poder que sólo una exitosa guerra civil podría lograr.

Me pareció evidente que el estado de cosas en evolución no era sostenible por su incompatibilidad con la realidad de las fuerzas sociales y políticas que tuve la oportunidad de conocer durante el año de especialización que pasé en Santiago de Chile. El intento en plena vigencia de la guerra fría, de cambiar un sistema democrático constitucionalmente establecido, por un presidente que ha jurado defender dicha Constitución haciendo uso del poder y de las prerrogativas democráticas que la misma Constitución le confiere, es una absurda locura, equivalente a un autogolpe de Estado desde el estado mismo; y pensé que un contragolpe de Estado contra el Presidente Allende sería inminente en cuestión de meses.

¡Y así fue!
Salvador Allende había ganado la Presidencia de Chile en septiembre de 1970 apoyado por una coalición de izquierdas llamada Unidad Popular que no obtuvo la mayoría absoluta, por lo cual, según la Constitución chilena, el Congreso debía decidir entre él y su contendiente Jorge Alessandri, quien había obtenido la segunda mayoría.

Para bloquear la designación de Allende, Alessandri propuso al candidato y presidente del Partido Demócrata Cristiano, Radomiro Tomic, que a cambio de su apoyo en el Congreso para su designación presidencial, él renunciaría a la Presidencia de la República para abrir la vía para una repostulación del Presidente Eduardo Frei que ya no sería consecutiva, que era lo que prohibía la Constitución chilena. De haberse logrado ese acuerdo, Frei hubiese sido un seguro ganador frente a Allende. Pero los demócratas cristianos y su candidato Radomiro Tomic, cuyo discurso electoral había tenido un acentuado tono izquierdista, apoyaron a Allende en el Congreso. Y tal vez sin proponérselo, votaron por la tragedia que habría de sobrevenir.

El General Pinochet no fue un «militarote» ni un usurpador ambicioso de poder que actuó de espalda al pueblo chileno, sino interpretando su angustia ante un estado de cosas que conducía al país a una guerra civil. No son los generales quienes declaran las guerras, sino los políticos. Porque aquellos conocen sus horrores y ven morir sus soldados y al pueblo inocente. Los militares les sacan las castañas del fuego a los políticos para luego ser crucificados cuando la muerte se espante de los degollados. Pinochet no actuó solo. Lo apoyó la mayoría del pueblo chileno. El juez Juan Guzmán, quien dictara la sentencia de desafuero de las inmunidades parlamentarias de Pinochet, respondió a una entrevistadora: «debo ser honesto, en el principio estuve de acuerdo con el golpe, pero no con la represión».

Los detractores de Pinochet que se manifestaron alborozadamente en la Plaza de Italia fueron una híbrida multitud de comunistas fracasados y de sinceros y respetables dolientes y familiares de quienes fueron victimados por la inevitable represión que siguió al golpe militar. Unos y otros se lamentaban de que el General Pinochet «muriera en estado de impunidad» sin haber sido condenado por «la justicia chilena». Para todos ellos, sólo los militares fueron la causa material y eficiente de la tragedia que realmente se en gendró en el incontrolable útero político de las izquierdas del gobierno de Salvador Allende.

El y no Pinochet, invitó a Fidel Castro a una imprudente y prolongada estadía en la cual recorrió políticamente todo el territorio chileno. El y no Pinochet dictó una ley que hacía obligatoria la enseñanza del marxismo en las escuelas chilenas. El y no Pinochet, toleró la abultada introducción «clandestina» de armamento bélico al país. Sin embargo, Augusto Pinochet Ugarte, quien frustró el más serio intento de convertir a Chile en un país comunista, evitando la horrible tragedia de una guerra civil en un país que con tal propósito se había armado irregularmente hasta los dientes, y que gobernó el país por casi 16 años convirtiéndolo en el económicamente más próspero, avanzado y organizado de América Latina, y que entregó el poder pacíficamente a instancia de una consulta plebiscitaria que él mismo había convocado; ese hombre, muere execrado y anatematizado, y un gobierno (socialista por cierto) le niega los honores que corresponden a los Jefes de Estado, por ser lo «políticamente correcto», mientras el nombre del político que es el auténtico responsable de los acontecimientos que conmovieron a Chile en 1973 no aparece en ningún expediente judicial ni en imparcial crónica mediática, y en cambio, se le erige una estatua justo frente al Palacio de la Moneda.

A manera de coda final, la siguiente afirmación: «sólo los militares académicamente preparados y no los políticos ignorantes o imprudentes saben que el horror mayor de una guerra civil en avanzado estado de gestación, sólo puede evitarse con el horror menor de una fuerte represión limitada en el tiempo». La muerte no puede espantarse de la degollada; porque ésta es su obra. Y esto es lo que suelen hacer los políticos; aunque a veces hipócritamente.

Creo sinceramente, que el médico Salvador Allende era un hombre honesto y responsable, ello quedó palmariamente demostrado con su personal sacrificio. Pero que políticamente no fue capaz de interpretar la realidad política de un mundo en peligrosa guerra fría, ni de moderar los imprudentes excesos de los radicales de izquierda en su gobierno.

Augusto Pinochet Ugarte fue un meritorio militar de tomo y lomo, a quien los eventos convirtieron en político. Como alto jefe militar, actuó bajo la firme y permanente consigna de derrotar al enemigo en el menor tiempo posible y el mayor ahorro de recursos. Para él, lógicamente el enemigo era quien abierta o embozadamente perpetraba una sangrienta guerra civil. La contemporaneidad sólo puede identificar las víctimas de la consecuente represión y deplorar su sacrificio; pero sólo a la posteridad corresponde identificar y condenar ponderada y justamente a los auténticos responsables de la tragedia chilena.

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