Augusto Roa Bastos: «El perpetuo exilado»

Augusto Roa Bastos: «El perpetuo exilado»

POR GRACIELA AZCÁRATE
Augusto Roa Bastos falleció la semana pasada en Paraguay. Nació en 1917, en Asunción, pero vivió su infancia en Iturbe, un pueblo de la región del Guairá, que es el trasfondo y el tema de sus primeros relatos. Tenía 15 años cuando se fugó con varios compañeros de escuela a la guerra del Chaco, contra Bolivia, como asistente de enfermería.

En 1945, invitado por el British Council, viajó a Gran Bretaña y Francia, y sus entrevistas y crónicas del final de la II Guerra Mundial se publicaron en el diario «El País» de Asunción. En 1947, a su regreso a Paraguay, las persecuciones desencadenadas por la dictadura militar, le obligaron a buscar refugio en Buenos Aires. Su exilio argentino duró treinta años, y tuvo que emprender un segundo exilio, cuando se produjo el golpe de estado de 1976.

En Argentina ejerció oficios diversos para ganarse la vida pero nunca abandonó la escritura. Hasta llegó a caminar la ciudad como cartero. Trabajó como guionista de cine, autor teatral, periodista y profesor de diversas universidades de América Latina.

En 1953, publicó «El trueno entre las hojas», su primer libro de relatos, y en 1960, «Hijo de hombre», título que iniciaba su trilogía sobre el monoteísmo del poder.

En «Yo el Supremo», su obra maestra y una de las cumbres de la literatura castellana contemporánea narró la historia de José Gaspar Rodríguez Francia, dictador del Paraguay durante 26 años.

La situación en Argentina lo obligó a exilarse en Francia, invitado por la Universidad de Toulouse donde ejerció como profesor de Literatura Hispanoamericana. Creó el curso de Lengua y Cultura Guaraní y el Taller de Creación y Práctica Literaria.

En 1959, ganó el Concurso Internacional de Novelas Editorial Losada, el Premio de las Letras Memorial de América Latina otorgado en Brasil, en 1988 y en 1989, recibe el Premio Cervantes.

En una entrevista realizada por Alfonso Enrique Barrientos le confesó que se consideraba como un perpetuo exiliado. Vivió medio siglo fuera de su país natal pero sus cuentos y novelas se nutren y reflejan la trágica y fascinante historia del Paraguay, que trascienden el regionalismo y la cultura de l lugar para resumir un mensaje universal.

Su obra maestra, «Yo el Supremo», es una intrincada meditación sobre el tema del poder. El Supremo, era el nombre que se asignó a sí mismo José Gaspar Rodríguez de Francia, que se declaró dictador perpetuo del Paraguay, país que gobernó como un hermético feudo durante la primera mitad del siglo XIX. Roa Bastos se identificó con el sentido de aislamiento y soledad de Francia: y se vio a sí mismo como «el escritor encerrado fuera de su patria, en forma similar al tirano, encerrado dentro de ella».

En varias entrevistas contó la vida de su padre, Lucio Roa, y la influencia que tuvo en su vida. Era un hombre muy rígido y autoritario, descendiente de una antigua familia española. Era gerente de una refinería de azúcar, y le brindó a su hijo escritor los primeros ejemplos del totalitarismo que habrían de preocupar al escritor durante toda su vida.

«El tema del poder, para mí, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan».

Por el contrario, su madre, Lucía Bastos, de ascendencia portuguesa, fue el contrapeso de su marido; relativamente cultivada para un miembro de la pequeña burguesía, era una buena cantante y poseía una modesta biblioteca que incluía una versión en español de los Cuentos de Shakespeare, de Charles Lamb, que fue la primera obra literaria que leyó el hijo.

Desde los ocho años, vivió en Asunción con su tío, un sacerdote llamado Hermenegildo Roa. «Para mí fue mi verdadero padre. Era un sacerdote muy serio y austero, pero respaldaba la educación de todos sus sobrinos y sobrinas que vivían en el interior. Tenía libros que estaban prohibidos, especialmente para un niño de mi edad: entre ellos de Rousseau y Voltaire. Me decía que los leyera con mucho cuidado, pero por lo menos me dejaba hacerlo, porque era un hombre razonable e inteligente».

Durante sus años de adolescente leyó vorazmente a Rilke, Valéry, Cocteau, Eluard, Bretón y Aragón, y: «Especialmente Faulkner», recuerda Roa Bastos. «Diría que ejerció una profunda influencia sobre todos los escritores latinoamericanos de mi generación, como Onetti y García Márquez. Todos pasamos por la casa de William Faulkner. También hubo otros, como Hemingway, Hawthorne y Melville, que nos ayudaron a liberarnos de la pesadez del estilo español».

En1953, publicó con el título «El trueno entre las hojas» diecisiete cuentos, que tratan de la opresión política, el choque de culturas indígenas y extranjeras y la lucha por sobrevivir la guerra y otras catástrofes, en la vida paraguaya en términos simbólicos y míticos. El libro fue llevado al cine por el director cinematográfico argentino Armando Bo quien le propuso adaptarlo para el cine. Para Roa Bastos este guión se convirtió en el primero de los numerosos guiones cinematográficos que habría de escribir a lo largo de los años como medio de subsistencia.

La primera novela escrita en el exilio, «Hijo del hombre» se publicó en 1960. Comienza con acontecimientos ocurridos en el época de Francia y en la Guerra de la Triple Alianza, preludios de tragedias posteriores, como la Guerra del Chaco y la explotación de los campesinos, en particular los que trabajan en la miseria de los cañaverales y los yerbatales. También trabajó en varios proyectos con Ernesto Sábato y conoció a Jorge Luis Borges de quien afirmó: «Sigue siendo uno de mis grandes héroes

En 1967 Roa Bastos empezó el que habría de ser su gran libro sobre Francia. El proyecto surgió como una invitación de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa para que escribiera un capítulo sobre el déspota paraguayo como parte de un libro que se llamaría «Los padres de la patria». El proyecto, concebido como una colección de perfiles de dictadores latinoamericanos, no se realizó, aunque originó tres libros memorables: «El otoño del patriarca» de García Márquez, «El recurso del método» de Alejo Carpentier y «Yo el Supremo» de Roa Bastos.

En 1976, el año que su padre murió a los noventa y cinco años, el gobierno militar argentino incluyó a «Yo el Supremo» entre los libros subversivos prohibidos. «En cualquier momento me habrían detenido», (…) «pero afortunadamente entonces, sin darse cuenta de mi situación, la Universidad de Toulouse, que estaba en busca de un profesor latinoamericano, me invitó. Una semana después de llegar a Francia, la policía allanó mi departamento de Buenos Aires».

En 1984, escribió el texto de una edición limitada publicada por la editorial milanesa F.M. Ricci, dedicada a la obra del pintor argentino Cándido López, que documentó episodios de la Guerra de la Triple Alianza. Titulada «El sonámbulo», gran parte de la obra está dedicada a otro celebrado dictador paraguayo, Francisco Solano López, que pereció junto con casi todos sus connacionales durante la devastadora guerra librada a mediados del siglo XIX contra Argentina, Brasil y Uruguay. Roa Bastos convirtió posteriormente a «El sonámbulo» en una novela, titulada «El fiscal», que se publicó en 1993. Al recibir el Premio Cervantes, donó gran parte del dinero para beneficiar a los jóvenes de su patria, especialmente para financiar escuelas rurales pobres y estimular la publicación, y la distribución de libros de bajo costo en el interior del país.

Dijo: «En el Paraguay un libro puede costar lo que un campesino gana en un mes». Durante sus últimos años vivió entre Toulose y Paraguay. Rodeado de papeles con sus notas, sus materiales de referencia y sus propias publicaciones en varios idiomas, pasaba largos días frente a la computadora. «Sólo sigo cuando tengo todo bien armado. La gente siempre me pregunta por el significado interior (¿qué hay adentro?). Sólo utilizo las palabras que me parecen apropiadas. Cuando escribo, estoy en un estado de trance. Durante los últimos tres años he trabajado en cuatro novelas: algo no muy higiénico».

Cuando le preguntaron cómo veía el futuro reflexionó: «A veces me siento muy incómodo por la situación, pero trato de que me afecten las cosas positivas. Tenemos una opción: el optimismo, o desafortunadamente, el pesimismo. No creo en la humanidad per se, ni en sus productos, pero si las leyes de la vida pueden continuar rigiendo los fenómenos humanos, hay razón para el optimismo. Lo que ocurre actualmente con la humanidad, parece negar ese hecho, pero yo prefiero llevar la cosas hasta el límite en la esperanza de descubrir la verdad. Si no cabe la esperanza, para nada, para el optimismo, la respuesta más honesta es el suicidio. Sólo creo que estoy vivo. Creo que la única forma de vivir es establecer un sentido de responsabilidad. Lo menos que podemos hacer es contribuir».

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