Las aulas son espacios diversos, muchas veces hostiles con reproducción de relaciones adultocéntricas y verticales entre docentes y estudiantes con prácticas de violencia y bullying que incluyen relaciones entre estudiantes- acompañadas de desigualdad de género.
La segregación de género existente en el aula dificulta el desarrollo del proceso de aprendizaje en forma activa y creativa con énfasis en la disciplina represiva lejos de prácticas de disciplina positiva que promuevan la responsabilidad áulica y social del estudiantado.
La desconfianza del personal docente en el estudiantado tanto infantil como adolescente provoca relaciones de conflicto permanente que dificultan la participación activa y provocan segregación de género y rendimiento entre “buenos” y “malos”. El contexto sociocultural del estudiantado y su diversidad en lo rural y urbano-marginal queda excluido del proceso educativo en el que no se integra este conocimiento como punto de partida para el proceso aprendizaje.
El personal docente y directivo de los centros no conoce la situación de la población estudiantil que tiene en las aulas, donde probablemente se encuentre con niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia de género, violencia intrafamiliar, abuso sexual, incesto, uniones tempranas, explotación sexual, discriminación racial o por ser LGTBIQ. Igualmente, la existencia de una población infantil y adolescente que vive en espacios con flujo de venta y consumo de sustancias psicoactivas o con “toque de queda” de la Policía Nacional con un clima de terror nocturno y violencia son parte de su cotidianidad.
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Reconocer esta realidad desde el diálogo con el estudiantado es fundamental para el proceso educativo. Igualmente, su perfil de diversidad étnico-racial, LGTBIQ, discapacidad y estructura familiar. A ello se le agregan las expresiones culturales y artísticas autóctonas de las comunidades para integrarlas y fortalecerlas desde una relación estrecha necesaria entre escuela-comunidad.
El aula y la escuela son una fortaleza cerrada con grandes muros que no permiten una interacción horizontal con el contexto social donde está inserta la escuela ni el estudiantado. Estos muros aislaron la escuela de la comunidad y despojaron a la comunidad de su legado cultural en la escuela. Son muros externos e internos en las relaciones entre actores educativos que no permiten que la escuela juegue el rol que le toca como espacio de diálogo de saberes socioculturales y agente de cambio.
Desarrollar procesos democráticos en el sistema educativo desde la consulta a sus actores (estudiantes, docentes, directivos, orientadores, padres-madres y tutores) así como con las expresiones organizadas de la comunidad es urgente y necesario si se quiere lograr una educación de calidad orientada a la democracia, respeto a la diversidad y a los derechos de la población protagonista del proceso de aprendizaje.