Aulas de tiempo perdido

Aulas de tiempo perdido

La secretaria de Estado de Educación, señora Alejandrina Germán, considera que la extensión de los horarios de clase en los niveles Básico y Medio de la enseñanza es necesaria para alcanzar los estándares que deben llenar las escuelas urgentemente.

El rendimiento de la docencia es bajo y constituye una de las deficiencias más alarmantes del sistema. Apenas de 2.8 horas diarias en promedio, lo que se traduce en un año lectivo que solo se cumple en 50%.

La mitad del tiempo que debe corresponder a cada curso, por el que se paga a los maestros y para el que se matricula a los alumnos –y ante los cuales el Estado asume la obligación de impartir una enseñanza completa–  se va a la nada. Queda echada por la borda.

Algunos especialistas  que estudiaron  el problema se han referido a diferentes causas de esta incapacidad del sector educativo público de ser cabal en el cumplimiento de sus programas de docencia, que incluye el mal hábito generalizado de docentes y alumnado de entrar a las aulas una hora después de lo que corresponde; y de la misma forma, ausentarse una hora antes de lo que indican las reglas, además de la manera insistente en que se suspenden las clases para reuniones profesorales y de los muchos días de inactividad propiciados por el activismo gremial.

Estos  comportamientos, confirmados por más de un estudio, señalan una generalización de la indisciplina y una grave ausencia de vocación de servicio y profesionalidad en organismos de dirección.

Para que  los incumplimientos que afectan la calidad de la enseñanza se hayan convertido en cultura tiene que haberse dado, desde arriba, un abandono temprano de la responsabilidad de guiar al magisterio con sujeción a los preceptos de tan importante función.

En la historia de la enseñanza pública podríamos hallar muchos profesores y autoridades que brillaron con su ejemplo, pero no hay dudas de que la pasión política, la politiquería y el inmediatismo de luchas sindicales hicieron un daño profundo que costaría trabajo superar.

Para lograr que las escuelas cumplan mejor papel  se va a necesitar mucho concurso de quienes ejercen el poder, y también de los maestros, padres y tutores de los alumnos.

Quizás extender horarios sea una medida útil, pero no debe quedar en pura apariencia, pues esos horarios, tal y como son en estos momentos, se violan continuamente. Las causas fundamentales del desaprovechamiento son las que  primeramente hay que cambiar.

Derecho a la protesta

La democracia  es, a simples trazos, poder disentir en el marco amplio del consenso en que ella se basa, con reglas iguales para todos. Es respetar para ser respetado.

Contra el interés colectivo de respeto puede que en un momento dado actúe alguna autoridad.

La represión oficial que desborda límites, lesionando física o moralmente a los ciudadanos  y algún otro tipo de intolerancia frente  las opiniones de los demás,  irían contra las prerrogativas esenciales del  ciudadano.

Viendo con amplitud los derechos, también sería  atropellante gobernar con oídos cerrados, con dañina insensibilidad a reclamos de los gobernados.

En la  otra cara de la moneda se da con frecuencia que las demandas legítimas de comunidades y conglomerados populares incluyen comportamientos violentos  en las vías públicas. Quemas, pedreas, y hasta el uso ilegal de armas de fuego.  A veces como actos  que surgen al margen del mejor criterio e intención de los organizadores de huelgas y piquetes.

La democracia –insistimos– implica disentir pero las fuerzas sociales, políticas y los grupos independientes de una nación deben aspirar  a que no ocurran excesos de ninguna clase en el marco de  los conflictos que son propios del sistema. Ni de parte de quienes tienen que velar por el cumplimiento de la ley y la preservación de la paz, ni de quienes formulan demandas de atención a los problemas sociales.

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