Comentario Editorial
Con un codo descansando en el estrado y un dedo señalando a los interrogadores, Donald Rumsfeld es el rostro más ubicado de la administración Bush. Si George W. Bush, el presidente de Estados Unidos, aceptara tardíamente la renuncia del señor Rumsfeld, que ofreció dos veces en 2004, dicen sus partidarios, que pondría en mayor peligro su propia credibilidad, más de tres años después que ordenara la invasión a Irak.
Desafortunadamente, ese es un paso que todavía el señor Bush no está preparado para dar. En respuesta al coro creciente de generales retirados que piden el cuero cabelludo del secretario de Defensa, el viernes pasado el señor Bush elogió el liderazgo del señor Rumsfeld, al decir que es exactamente lo que necesitamos en este momento crítico.
Por ahora, es obvio que la creencia del señor Bush en mantener a sus amigos sin tomar en cuenta las consecuencias, es un equivalente político a desear la muerte. Personas informadas en la Casa Blanca dicen que la inconmovible lealtad del señor Bush hacia sus lugartenientes está reforzada por una negativa a escuchar voces externas a su círculo íntimo, sin que importen su calificación o buenas intenciones.
Estas incluyen en un desfile creciente las de algunos de leales generales norteamericanos retirados de mayor prominencia, cuya frustración con el señor Rumsfeld es mayor que cualquier crítica uniformada al liderazgo civil desde la guerra de Vietnam.
Los seis generales que se han expresado hasta ahora han destacado la supuesta sordera del señor Rumsfeld ante los consejos que chocan con sus objetivos políticos. Y han descrito lo que ocurre con la carrera de los oficiales en servicio que disputan las tácticas del señor Rumsfeld.
Para recapitular: el señor Rumsfeld marginó a Eric Shinseki, el jefe de estado mayor del Ejército, por decirle al Congreso en 2003 que la invasión a Irak requeriría varios cientos de miles de soldados. Mantuvo su punto de vista de que la guerra podría ganarse rápidamente con muchos menos soldados, empleando la tecnología más reciente.
El señor Rumsfeld descartó el consejo de generales que alertaron sobre una insurgencia inevitable y solicitaron recursos para impedirla. Dijo que los insurgentes eran dead-enders, gente sin salida. A la insurgencia, que ahora es una guerra civil, se le permitió avanzar cuando pudo haberse enfrentado.
Rumsfeld desestimó las quejas por lo que se denominó el sacacorchos de 8,000 millas, que iba desde el Pentágono hasta Irak. Al imponerse a muchas decisiones menores tomadas en el terreno, de manera consistente desmoralizó a los que pusieron sus vidas en primera línea en una guerra cuyo fundamento muchos dudaron en privado.
Todo esto, sin haber mencionado los edictos del Pentágono que contribuyeron a crear un clima de tortura en Abu Ghraib, o el desdén de aliados potenciales en Europa. El general Anthony Zinni, ex jefe del comando central, dijo recientemente que la guerra se movió de manera irreflexiva, empleando metáforas que evocan ciertas respuestas emocionales.
Los soldados de Estados Unidos y el pueblo de Irak merecen algo mejor. Puede haber pocas esperanzas de que el señor Bush haya aprendido las lecciones necesarias para mejorar la situación en Irak mientras el señor Rumsfeld permanezca en el pentágono.
VERSION: IVAN PEREZ CARRION