Seguirán perdiendo el tiempo las centrales sindicales, patronos y gobierno, porque a ningún sitio nuevo y permanente conducirá seguir concentrando la discusión, como ha sucedido en los últimos meses, en el porcentaje de aumento del salario mínimo, sin relacionarlo con lo estructural. Me refiero al modelo de crecimiento económico contradictorio que hemos tenido, porque no obstante la productividad laboral, tiende a perpetuar la pobreza general y la extrema, por el requerimiento de que el aumento de la productividad no se reparta de manera equitativa entre los factores trabajo y capital. Este último necesita acaparar la mayor parte para mantener un nivel de rentabilidad tal que le permita competir con los mercados de capitales.
La devaluación salarial y la pobreza son consecuencias de ese requerimiento. Por eso es que debe acordarse elevar el salario mínimo tomando como base el crecimiento anual de la productividad laboral. Sabiendo que en el corto plazo es imposible recuperar el poder adquisitivo perdido desde 2005, porque sería necesario subirlo sobre 40%. El objetivo debe ser acercarlo, en el mediano plazo, al promedio de los países de América Latina con nivel de desarrollo igual y superior al nuestro. Es así como la pobreza se ataca desde sus raíces.
La injusticia salarial brota cuando se cita que la productividad laboral aumentó 111%, anualmente 8.6%, de RD$324 en 2005 a RD$681 en 2014. No digo que debió tomarse como referencia para aumentar el salario mínimo, reconozco que es un promedio sesgado, distorsionado por sectores de muy alta y muy baja productividad, por la manera de cálculo, dividiendo el PIB a precios corrientes por la población económicamente activa ocupada.
Por ejemplo, la productividad de la minería fue siete veces la de la agricultura en 2014, pero con marcada diferencia en el empleo respecto al total trabajando. Mientras la agricultura dominicana concentró 14.3%, superior a Chile (9.7%), cerca de Brasil (15.3%) y Colombia (17.7%), la minería apenas aportó 0.20%, no obstante la inversión de Barrick, Falconbridge y de otras. La minería aporta pocos empleos, su contribución apenas pasó de 0.17% en 2005 a 0.20% en 2014, confirmando que se trata de una actividad intensiva en capital a diferencia de la agricultura que es en trabajo. Por su limitado aporte al empleo productivo y porque en su mayor parte el valor agregado se destina al capital, la minería no califica para recibir exenciones y exoneraciones fiscales.
Es la realidad laboral minera, combinado con que la manufactura local se estancó alrededor de 10% y 14% la agricultura, explican la migración de trabajadores hacia los servicios, que aumentó su peso en la economía laboral de 42.52% en 2005 a 54% en 2014. Lo malo fue que la migración tuvo como destino trabajos informales de baja productividad, cuando se esperaba, basado en la experiencia de países desarrollados, que primero fuera hacia la manufactura local, donde los empleos son productivos, y luego al sector terciario.
Debido a la heterogeneidad sectorial, el aumento del salario mínimo debe ser por actividad, basado en el crecimiento de su respectiva productividad laboral. Debe acordarse si el reparto entre trabajo y capital como promedio es 30%-70% o de otra manera. La experiencia de otros países puede ser de ayuda.