A pesar de que cada vez somos más las mujeres que nos integramos a la fuerza laboral con empleos estables, remunerados y reconocidos socialmente, no hay dudas de que aún enfrentamos crueles desventajas respecto a los hombres.
En estos últimos 25 años ha crecido el número de mujeres jefas de familia y se ha elevado la presencia de aquéllas en el campo laboral. Y sin embargo nuestra situación femenina sigue siendo desventajosa, ya que nuestra creciente participación en la vida social y económica no ha incrementado nuestro reconocimiento ni ha elevado nuestra calidad de vida, únicamente ha aumentado la carga de trabajo.
De acuerdo con ciertas estadísticas de Centroamérica, actualmente las mujeres representamos el 40 por ciento de la Población Económicamente Activa, destacándose que aproximadamente en 56 millones de hogares la mujer es la contribuyente única o principal de los ingresos familiares, mientras que en otros 116 millones de hogares, las mujeres contribuyen a los ingresos, aunque no de manera única o primordial.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala que en general los varones son mejor pagados que las mujeres, aún cuando desempeñen el mismo trabajo. Y así lo reiteró también nuestra Ministra de la Mujer, Dña. Alejandrina Germán, en su intervención en la sesión de preguntas y respuestas, de la Conferencia “PREVENCION DE LA VIOLENCIA SEXUAL EN INICIATIVAS EN CONFLICTO” realizada en días pasados en FUNGLODE, donde afirmó que las mujeres ganamos tan solo la cuarta parte del salario de los hombres, a pesar de que hay más mujeres licenciadas que hombres y, que además, somos las que menos desertamos de la escuela. Pese a la notoria presencia laboral femenina, el hombre tiene prioridad en puestos como cargos directivos. Aunque lleguen personas de ambos géneros con los mismos conocimientos y currículum, él tiene preferencia.
De esta forma, las mujeres como grupo poblacional sufrimos diversos tipos superpuestos de vulnerabilidad: pobreza, baja escolaridad, discriminación, abuso sexual, patrones culturales negativos, exceso de trabajo, mala salud, violencia intrafamiliar y soledad. Dicha situación se perpetúa por generaciones debido a que en muchos casos las mujeres no tenemos las armas para romperla.
Por mucho tiempo nos han rebajado y estereotipado por mujeres débiles, menos inteligentes y poco hábiles, pero a lo largo de los años hemos comprobado que somos igual de valiosas. Hoy día, somos quienes opacan a los hombres en el ámbito académico, ya que se ha visto que sacamos mejores calificaciones; y no porque seamos más inteligentes, sino simplemente porque somos más delicadas, responsables y ordenadas.
Se conoce que si una mujer -soltera o casada- gana un sueldo usualmente lo destina al bienestar familiar y no considera a su empleo como algo para ella, a diferencia de muchos varones sin vínculo matrimonial que destinan su salario solo a gastos personales.
Hay encuestas realizadas que reflejan que las agresiones al sexo femenino son bien comunes: “Si una mujer asciende de puesto, de inmediato se le atribuye a coqueteos con el jefe o intercambios sexuales. Se demerita y desprestigia así el esfuerzo realizado”.
Entiendo que definitivamente una mayor igualdad entre hombres y mujeres produciría beneficios para la economía y para la sociedad en general. La eliminación de las diferencias salariales entre hombres y mujeres contribuiría a reducir los niveles de pobreza y a aumentar los ingresos que recibimos las mujeres a lo largo de nuestra vida. No solo se evitaría el riesgo de que cayéramos víctimas de la pobreza a lo largo de la vida laboral, sino que también se reduciría el riesgo de pobreza tras la jubilación.
Pero no hay dudas de que la solución definitiva a las diferencias entre hombres y mujeres permanece fundamentalmente en manos de los gobiernos y de los interlocutores sociales, ya que las soluciones deberían desarrollarse a nivel nacional.