Aún estamos a tiempo

Aún estamos a tiempo

MARLENE LLUBERES
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. 2 Cr 7:14. Hace unos días nuestro país fue escenario de uno de los espectáculos más vergonzosos que pueden ocurrir en una sociedad como la nuestra.

Sin reparo alguno tres mujeres decidieron mostrar sus aberraciones sexuales, en medio de una de las avenidas más concurridas de esta ciudad.

Con asombro y consternación vemos como el público presente reía y disfrutaba aquel inicuo escenario a la vez que coreaban, sin que existiera en los allí presentes el ánimo de detener lo que con emoción contemplaban.

Los tribunales de la República determinaron las sanciones correspondientes a este acto delictivo, al tiempo de que ha sido el principal tema de quienes aquí habitamos.

Observando este suceso pensaríamos que simplemente es muestra de la descomposición en que se encuentra la sociedad, la falta de valores que ya no se inculcan más en nuestros jóvenes y adolescentes, a lo que se adiciona la falta de vigilancia de las autoridades competentes, la cual debería ser incrementada en determinadas zonas.

Evidentemente que esta descomposición ha tocado al pueblo, ha invadido todos los estamentos sociales alcanzando niveles jamás pensados y esperados, por lo que creemos que existe la necesidad de abordar con seriedad las causas que motivan un cada vez mayor descalabro social.

Fue la voluntad de Dios cuando creó al hombre, escribir una ley en su corazón la cual es indicativa de aquellas cosas que determinarían un correcto actuar al transitar por esta tierra. Además, decidió proporcionar al ser humano pautas y normativas que, porque salieron de El, son santas, perfectas, forman parte de su plan y tienen como único fin evitar la destrucción del hombre.

Si analizáramos los relatos bíblicos que nos hablan de diversas ciudades como Sodoma y Gomorra a las que Dios se refirió en distintas oportunidades, nos daríamos cuenta de que existen irrefutables características que las hacen similares a las de este tiempo.

Es Dios quien las define como naciones sin pudor, sin rubor, las cataloga como «divertidas, llenas de bulla y alborotadoras.»

Esencialmente rebeldes, con corazón terco y sin ningún temor a Dios. La contaminación era notoria; desde su pubertad las mujeres que en ellas habitaban se prostituyeron, descubrieron parte de su desnudez incentivando así la sensualidad, de la misma forma en que hoy podemos ver nuestra juventud. Existía una atmósfera de lujuria, lascivia, homosexualidad y el adulterio era parte de la cotidianidad. Personas que se caracterizaban por llamar las cosas malas como buenas, viviendo para el placer inmediato: banquetes, orgías, bebidas.

El se humano ha decidido ignorar los mandatos de Dios, envuelto en acciones desagradables a sus ojos, lo que ha traído graves consecuencias a la humanidad.

Cuando la condición humana llega a este punto de deterioro, Dios intenta alertar a la población, tal y como lo hizo con esas ciudades, invitando al arrepentimiento, a una aceptación de que se ha tomado un camino equivocado, lejos de Dios.

No obstante, por La Palabra de Dios, sabemos que cuando la maldad llega a estados alarmantes Dios establece juicio y castigo, lo que comprobamos viendo el desenlace que han tenido estas naciones, pero antes de hacerlo nos da una oportunidad: el arrepentimiento, el humillarnos delante de El buscando su rostro, haciendo de su Palabra una práctica cada día.

Es el Señor quien nos exhorta a acercarnos a El, a obedecer sus preceptos, en un cambio radical e inmediato. Sin embargo, debemos reconocer que la respuesta a esta advertencia fue ya hasta hoy ha sido la indiferencia, el continuar dando la espalda a Dios con el errado justificativo de que por cuanto El es amor, no importa lo que pensemos, digamos o hagamos, El no tomará en cuenta nuestros pecados.

Si la humanidad no llega al arrepentimiento El afilará su espalda; armado tiene ya su arco y lo ha preparado (Salmo 7:12). Todavía estamos a tiempo de que la misericordia de un Dios justo siga siendo derramada sobre este pueblo, aún estamos a tiempo de formularnos esta pregunta: El que creó el oído ¿No oirá? Y el que formó el ojo, ¿no verá?

m_lluberes@hotmail.com

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