Aun no llovía a cántaros la tarde

Aun no llovía a cántaros la tarde

RUBÉN ECHAVARRÍA
Conocí su voz inmensamente bella en el supermercado una tarde nublada de cerezas. Desde aquel mismo día, fue ocupante real de mi existencia. Aún no llovía a cántaros cuando la oí cercana y a la vez muy distante, tan distante y cercana que me sentí turbado, suspendido entre aquel justo tiempo de su voz y mi asombro. No obstante el desconcierto proseguí su camino, las huellas de su ausencia, sus rastros de naranjas y de trigo, azúcar y jengibre, ostras o calamares.

Recorrí, varias veces, los álgidos pasillos del gigantesco centro que anunciaba esa tarde sus «mágicas ofertas».

Tropecé, por mi prisa, con la gente, con carritos repletos de niños y de latas, con góndolas preñadas de verdes, amarillos y rojos vegetales.

Busqué por el espacio de vinos y licores, de rones y cervezas, whisky, brandis, champañas, lujosamente expuestos, con claridad de soles o sensatez de hielo.

Inquirí en todas partes, en «Servicio al Cliente», por «Regalos». Investigué, aún turbado, por las interminables filas de artículos que arrastraban sus gentes hacia el pago con los nuevos impuestos.

Llegué hasta las entradas y salidas sin encontrar ni pizca de lo que iba buscando, la verdadera causa de mi asombro, su voz inconfundible, cálida, inescrutable.

Revisé, casi exhausto, todo lo ya antes visto o contemplado hasta advertir en medio del fantástico centro, su indescifrable rostro de lejanía cercana, su imponente belleza, su hermosura de piélago y almendro, de pétalo o montaña.

Hasta rozar su voz, su cautivante voz que escapó de su boca o su garganta y se acunó en mi pecho con lucidez de gente. A esa hora, recuerdo, la tarde era la lluvia, el cielo era ya rojo y mis ojos su boca.

Desde entonces, tesoro de la plaza y de todas las tardes y mañanas, te busco, aún habiéndote hallado, por ser ley de la vida la búsqueda, el encuentro, el encuentro, la búsqueda.

Y eso nunca lo dudes, lo proclama mi voz que es tu voz y la de todo el mundo, lo demás, es historia que se inventó la tarde.

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