Austeridad y compromisos

Austeridad y compromisos

POR PEDRO GIL ITURBIDES
Aún no había partido hacia Jarabacoa a escribir su propuesta de ley fundamental, y seguía recibiendo a los amigos que cooperaron con su triunfo. Por eso nos extrañó el día en que don Quirilio Vilorio Sánchez, Gil Manuel Fernández y un pariente de éste, gobernador del Club Naco, nos visitaron.

Don Quirilio deseaba enviarle a Joaquín Balaguer, un recado con nosotros.

Sorprendidos aún, pero muy halagados, partimos hacia la casa del Presidente de la República electo.

Cuando le hablamos nos dio una primera respuesta tajante:

-Si los complazco, caeremos presos usted, ellos y yo.

A seguidas nos pidió que les participásemos que tan pronto mejorase la economía podría considerar la solicitud. Nos confió que cerraría la Azucarera Haina y que habría de constituir lo que hoy se denomina Consejo Estatal del Azúcar.

-¡Pero el administrador lo seré yo! ¡Porque yo no tengo compromisos con nadie! Luego, casi para mitigar el mensaje, nos pidió le informásemos a don Quirilio que sería nombrado en el servicio exterior, y nos habló de la posición. Le pedimos que ese mensaje se lo diese él, y que, tan pronto llegásemos a nuestra casa, le diríamos que él pedía verlos.

-No, dígaselo usted. ¡A eso lo mandó él aquí!

Anonadado retornamos a nuestra casa, en donde esperaban los dos amigos y su acompañante. Para mí, muchacho metido a adulto por circunstancias de la vida, aquello era expresión de ingratitud. ¿Sabía Balaguer lo que había hecho Quirilio por su nombre, por su causa? En el camino cavilaba sobre el asunto, y atolondrado pensaba en el destino de otros luchadores como don Raúl González, y otros que recorrieron el país de punta a punta cuando su nombre era anatema.

Lo peor estaba por llegar, sin embargo. Aquél primero de junio sorprendió a las huestes reformistas con la incorporación de cinco dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano en altas posiciones. En esta ocasión lo enfrenté, sobre todo por don Raúl, quien profundamente desilusionado nos hizo partícipes de su descontento.

La respuesta que nos dio la hemos referido a nuestros lectores en escritos pasados. Habíamos entrado a su oficina don José A. Quezada, asesor económico del Poder Ejecutivo en ese instante, y yo, un muchacho amigo del Presidente.

Me oyó mientras, poniéndose de pie, rodeaba el escritorio para sentarse sobre su tope y mirarnos frente a frente.

-El país, nos dijo, es como una caldera bajo fuego. Esas designaciones son la espita por la que sale el vapor. Si este vapor se concentra en la caldera, explotará, aseveró.

Respuesta que nos dio años más tarde, cuando un jefe de una de las brigadas del Ejército Nacional, ingeniero civil de profesión, le propuso por nuestro conducto, ocupar la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Visiblemente alarmado, nos dijo entonces que él mejor que nadie conocía de cuanto se hacía en el alto centro de estudios. Y prueba al canto, enumeró algunos hechos para que se los transmitiésemos al jefe militar. Pero al mismo tiempo envió la advertencia de que él, y sólo él, sabía las razones para permitir que acontecimientos que rondaban la ley, ocurriesen en la Universidad del Estado.

Y palabras más palabras menos, cual las citamos, repitió sus expresiones sobre la caldera en ebullición.

Gracias a este talante, a la glacial temperancia con que recibía las presiones partidistas, pudo seguir adelante con el programa de austeridad anunciado en 1966. Gracias a esas maneras logró recuperar la economía, y reconducirla por los caminos que lo devolvieron al poder en 1986, por encima de todas las acusaciones que se le lanzaron.

En el discurso inaugural de este último año, por cierto, nos advirtió a todos sus partidarios y amigos, que no tenía compromisos sino con Dios, con la Patria y con el pueblo. Lamentablemente, esto fue cierto en 1966, pero no pudo lograrlo después de 1986 debido a sus limitaciones visuales y otras debilidades.

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