-¡Aaatención!-, exclamó el general Navaja dirigiendo la mirada ante el modesto pelotón. En la pared, al fondo del cementerio, Pedro Blanco mantenía su garbo pese al hambre y la deshidratación. Rehusó que le vendaran los ojos y sonrió cuando el general Navaja caminó hasta él con el paso calculado, el porte impreciso, embriagado por una […]

El hombre con el conjunto lila y una cruz de madera en el pecho abrió el portón de la cerca y la llevó hasta la enramada por donde se abría paso el alba.

Él trabajó muy duro para construir su máquina; cada tarde después de la comida íbamos al escondite para organizar el montón de leña, hierros viejos, pedazos de loza, drizas y tela. Merecía utilizarla primero y cuando él quisiera.