EMMANUEL RAMOS MESSINA
Sí, hablo con usted, por favor míreme a la cara. Soy el orgulloso peso oro dominicano, con la faz de Trujillo en el corazón. Nací orgullosamente a la par, porque el Jefe era El Jefe. Era un jefe a la par. Míreme de frente y no confunda mi verde criollo con el dolar gringo, con ese polémico extranjero que anda ahora medio enfermo. RDPeso = Dólar (año 1947). RD en mayúsculas de un lado y confrontado en igualdad con el US$Dólar, un signo imperial de la letra S mayúscula, protegida por dos imponentes barrotes verticales que también parecen mayúsculas $. Ahora, el asunto, la confrontación monetaria, parece un abuso, pero en una época eso era un orgullo: David = a Goliat.
¿Lo ven? Cuando nací, aquí como un macho y valientemente tuve que enfrentarme con la cara dolarizada e imperialista de Washington y Jefferson, o con la cara esterlina de la Reina de Inglaterra, por lo que acudí como apoyo y refuerzo a la faz militar y buena moza de un Trujillo rosado, blanco y con pelo bueno, retocado con pinceles obedientes. Ahí están sus ojos felinos, su mirar agudo y directo de bisturí, de cárcel, penetrándonos, escrutándonos, traspasándonos del susto. Todavía hoy haríamos lo mismo, gritar «¡Viva el Jefe!». «Trujillo es el Jefe en esta casa». ¿Y quién tenía los pantalones para decir lo contrario o rechazar la papeleta y su efigie que ordenaba «¡Pónganse en atención!», «¡Saluden firmes!», «¡Paso de ganso!», «¡Vista derecha!»?
Era el dolar criollo «manu militari», a puro empujón. ¿Quién se atrevía a pestañar contra ese bigotico mulato de brigadier, esos ojos fulgurosos, felinos, acechando, aplastando, convenciendo? «El que no está conmigo está contra mí». «Aquí carajo, la neutralidad es un delito, y si no, pau, pau». Sus ojos militares, de cuartel y mauser, se clavaban en el miedo, las piernas se mojaban con orines amenazando; los pantalones se soltaban y rodaban: era la feliz «República de los pantalones caídos». Imperaba la ley de gravedad del miedo. Sí, el pulso se calentaba, se aceleraba, pues él era acelerador nacional. Ahora usted no lo cree, pero cuando andaba con tufo, los lentes oscuros y los labios ásperos y apretados, era una locura hacer un gesto confuso, soltar un gemido, un suspiro sonoro y hacer que él mirara para nuestra temblorosa área; los lentes oscuros los traía el Peso Oro, el cañón oro, el tigre oro; y entonces los novatos economistas de Chicago y Wall Street aprendieron que el respaldo de una moneda no lo da el respaldo en oro sino el poder, el orden, el miedo y los espejuelos negros; el respaldo lo dan aquellos ojos brillantes, escrutadores, penetrantes, que se metían por el sueño, por las ciudades y campos, en los temblores, y hasta en la intimidad sexual de marido y mujer.
Yo pudo -dijo él- poner en el peso un gallo con la cresta roja, encendida, agreste y sobresaliendo, armado de pico y espuela para cortar miedos emplumados, pero me puse yo mismo mi foto, mis ojos, para que sepan carajo, que los veo, los mido, los cuento y los peso. Escucho las palabras que dicen y las que callan y las que no se atreven a pensar. Oídos caninos tengo para escuchar todas las lisonjas, alabanzas, elogios, ditirambos, los adjetivos, los piropos, los «perínclitos», y para gozar todas las babas, las genuflexiones y mirar a los ridículos cortesanos glotones y alocados comiendo y disputándose las migajas del poder: porque el poder absoluto es simplemente una distribución de migajas… Y desde el peso controlo el culto al oro, la nueva religión (la misma de siempre), cielo terrenal que alegra los bolsillos, calienta los estómagos y refuerza hasta el amor de curso legal; oro nacional que penetra al político barato, al traidor, al delator, a los hombres, mercancía, miel útil para empalagar o endrogar al enemigo.
Soy el «Peso Oro», que es mi persona reelegible, indispensable, insustituible; por eso ahora, desde mi eternidad, veo con horror cómo me han devaluado; y cómo antipatrióticos se inclinan al trono del Dólar y su colega triunfante, el Euro. Nadie cree y manosea mi hijo el centavo, el chele, pedacito cobrizo de la historia patria, memoria fraccionada, hermanito querido y olvidado. ¿Es acaso que se olvidaron de los marines sedientos, invasores de petróleos y de mercados globalizados? ¿Y la vergüenza donde está? ¿Cuál es la moral de esos precios que acaban con 99 centavos que se cogen, estafa de la cual el peso mío es inocente? ¿Y dónde está el respaldo del oro que dejé? ¿Desde dónde brilla ese metal? ¿Adonde voló la paloma dorada? ¿Dónde se posó y quién ahora le pasa la mano tibia? ¿Quién la encasta y le soba el pico? ¿Dónde está ahora el palomar? Las palomas volaron y el hueco lo llenaron las deudas, los pagarés protestados, fugitivos, que huyen con los acreedores y las avispas atrás, picándolos. ¿Quién le lame las nalgas al Fondo Monetario?
Me hacen responsable y quieren ahora entregarme un peso (en minúsculas) devaluado, fantasmal, reseco, andrajoso como vale de pulpería, y que huele a cero, a hospital, a sala de cuidados intensivos.
¿Es que acaso se perdió la «Dominicana Bandera ¡qué linda en el tope estás!» ¿y se llevaron hasta el asta? ¿Es que no hay patria carajo? ¡Qué toquen el Himno firmes, en atención, con tambores, redoblantes! ¡Que hagan el saludo «Viva el Jefe y rompan filas!»; porque ahora nuestra moneda sólo vale con muchos ceros a la derecha y si siguen poniéndole ceros y por la redondez del último cero me meteré una bala por la cabeza y por el hoyo saldrán todos mis adorados cien cheles, mis huérfanos. ¿Patria o Muerte Magino!
EPILOGO
Washington A.P.
Internad en un hospital de Washington, está el RD$Peso Oro, tras sufrir un severo derrame monetario, y actualmente recibe respiración artificial en inglés. Se rumora que si aparecen garantías serias y la milagrosa Virgen de la Altagracia, él será atendido por sus temibles Doctores de cabecera FMI, BM, Club de París. Se comenta que el anémico paciente, si aparecen padrinos, podría recibir transfusiones mínimas de sangre tipo US$ y Euro. Sus deudos siguen muy preocupados. Comiencen a rezar con fe, porque nuestro peso es agrio, pero es nuestro peso…