Autobiografías y ficción: diferencias

Autobiografías y ficción: diferencias

En Areíto se debatió si “A la sombra de mi abuelo”, de Aída Trujillo, era autobiografía o novela. En este último renglón le otorgó un jurado compuesto por novelistas el Premio Anual de Literatura, auspiciado por la Secretaría de Cultura.

Pasado el efecto invernadero de los que duermen plácidamente la borrachera de las justificaciones ideológicas del poder burocrático y cultural, discuto ahora, para la lucidez que no comulga con la rueda de molinos de la rabiza literaria, la diferencia teórica entre autobiografía y ficción.

El experto en teoría de la autobiografía es, después de Roland Barthes, Philippe Lejeune, quien ha dedicado dos libros al problema. En 1975, “Le pacte autobiographique” (París: Seuil, colección Poétique) y luego, en 1980, “Je est un autre. L’autobiographie: de la littérature aux médias” (París: Seuil, colección Poétique).

Por supuesto que Lejeune tiene su mérito y personalidad literaria, pero no se acostumbra en Francia, o en algunos países europeos medianamente enterados de cómo se realiza la investigación literaria, ignorar el trabajo de los demás, como en nuestra República Dominicana, donde no solamente se desconoce la bibliografía precedente, sino que se siente orgullo de la ignorancia propia.

Por eso Lejeune no ignora a Barthes, quien colocó los primeros peldaños de la escalera teórica de la autobiografía. Como a la rabiza aborrece el aprendizaje de los idiomas, ojalá que los miembros de la rabiza literaria hayan leído las obras de Lejeune, si han sido traducidas al español.

Pero al menos, tengo el agrado de aportarle a la rabiza un pasaje de la obra de Barthes (S/Z, traducida  y publicada en México por Siglo XXI en 1980 a partir del original en francés en 1970 (París: Seuil), autor con quien comienza a percibirse de otro modo el problema del personaje histórico embutido en una obra de ficción.

Dice Barthes que Proust escribió en “Al lado de Guermantes” que “en el diccionario de la obra de Balzac donde los personajes más ilustres sólo figuran según sus relaciones con la ‘Comedia humana’, Napoleón ocupa un lugar mucho menor que Rastignac, y lo ocupa solamente porque ha hablado a las señoritas de Cinq-Cigne.” (S/Z, 84).

¿Qué conclusión saca Barthes de este aserto del autor de Proust? La lección que nos enseña el estilista francés es la siguiente: “Es precisamente esta escasa importancia la que confiere al personaje histórico su peso “exacto” de realidad: esta “escasez” es la medida de la autenticidad: Diderot, Madame Pompadour, y más tarde Sophie Arnould, Rousseau, d’Hobach, son introducidos en la ficción lateralmente, oblicuamente, ‘de pasada’, no destacados sobre la escena, sino pintados sobre el decorado; porque si el personaje histórico adquiriera su importancia ‘real’, el discurso se vería obligado a dotarlo de una contigencia que, paradójicamente, lo desrealizaría (como los personajes de ‘Catherine de Médicis’, de Balzac o de las novelas de Alexandre Dumas o de las obras teatrales de Sacha Guitry, ridículamente improbables): habría que hacerlos hablar y se desenmascararían como impostores. Por el contrario, si aparecen mezclados con sus vecinos ficticios, citados como invitados a una simple reunión mundana, su modestia, como una esclusa que ajusta dos niveles, pone en pie de igualdad a la novela y a la historia: vuelven a la novela como familia y, al igual que antepasados contradictoriamente célebres e irrisorios, no dan a la novela el lustre de la gloria, sino el de la realidad: son efectos superlativos de realidad.” (S/Z, p. 84-85).

En síntesis, que el personaje histórico entra en la ficción para hacerle creer al lector-a que lo que lee no es ficción, sino historia. A esa treta del sujeto escritor en funcionamiento de narrador se le llama efecto de verosimilitud o de lo real.

Pero la operación contraria es lo que sucede en “A la sombra de mi abuelo”: la escasez de ficción vuelve la obra historia total. La narradora no es ridículamente improbable, sino que es la probabilidad histórica misma, donde su yo y el de la historia autobiográfica que cuenta son una misma y única realidad discursiva.

Por eso Lejeune le llama pacto autobiográfico. En el Seminario de Meschonnic no fuimos ajeno a los dos libros de Lejeune, pero la relación entre biografía, autobiografía y ficción está tan clara en la poética que a lo más que se llegó fue a analizar la copia que hizo el autor del título del poema de Rimabud. Sabemos en la poética que el yo no es ningún otro, que él es, después de Benveniste, sujeto responsable de su enunciación y su discurso.

Pero el tema interesa tanto en literatura que el Centro de Investigaciones Latinoamericanos de la Universidad de Poitiers realizó un seminario sobre el problema de la autobiografía y la ficción. Maryse Renaud coordinó el seminario y su resultado fue el libro “Espejismos autobiográficos” (2004).

Pregunta Renaud en la introducción titulada “Reflexiones sobre la escritura autobiográfica”: “¿Acaso en este tercer milenio ‘es odioso el yo’, como lo afirmara contundentemente Pascal en sus famosos Pensamientos? ¿Siguen siendo de buen tono contención y pudor, o se han vuelto totalmente anticuados estos valores eminentemente clásicos? (p.23)

Se responde la autora: “Fuerza es reconocer que ha cambiado radicalmente la sensibilidad de nuestros contemporáneos, hijos del Romanticismo y más directamente aún de la sociedad exhibicionista y narcisista, ajena por consiguiente a tan exquisitos escrúpulos. Algunos estudiosos no dejan de relacionar la marcada propensión actual a la ‘escritura del yo’ con la política comercial de ciertas editoriales, ávidas de mantener en vilo con confidencias y revelaciones de primera mano la curiosidad y el interés del lector por ciertas grandes figuras literarias ya consagradas como novelistas. Convencidas de la fuerza de atracción potencial del discurso fáctico, de ganchos tan poderosos como el discurso ficcional, las editoriales contribuirían, según ellos, a fomentar la proliferación de autobiografías, memorias, diarios íntimos, etc.” (p. 24)

Más claro de ahí… ¿Recuerdan la conexión que les relaté entre la editora de Aída Trujillo y el engaño de pasar por novela una autobiografía? No se chupen el dedo. Aída no es novelista, ni grande ni pequeña. Lo que vende es la figura del abuelo, esa es la mercancía. En esta cultura planetaria de lo ‘light, Aída Trujillo no tiene contención ni pudor. Mientras más excrecencias lance al ruedo, más vende su editora.

Finaliza Renaud con la siguiente reflexión: “Ahora bien, la escritura autobiográfica, de múltiples modalidades, no responde en Europa, ni en América Latina, a meros imperativos económicos ni a frívolos fenómenos de moda. Sus motivaciones harto complejas, son generalmente de índole identitaria, metafísica, social. En este tipo de textos el autor-narrador resulta frecuentemente movido por una apremiante necesidad de afirmación personal, un afán de justificación, desquite, y hasta venganza, que puede desembocar en un cuestionamiento más o menos radical de la norma, cuando no en una postura abiertamente transgresiva.”

Maryse Renaud se refiere a autobiografías como las de Robbe-Grillet, Ingrid Betancourt, Rigoberta Menchú, Pablo Neruda o grandes novelistas, poetas y escritores e intelectuales que desearon dejar constancia de un modelo de lucha, de escritura y reflexión sobre el arte y la literatura. No una bazofia escrita por agentes editoriales, como es el caso de Aída Trujillo. (Continuará)

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