Se legisla con miras al futuro, por eso muchas veces no nos enteramos de cómo, cuándo y dónde surgieron las leyes que norman nuestras relaciones como ciudadanos. Estas normas existen para que respetemos el orden y los pactos que garantizan la buena convivencia.
Las reglas de convivencia se crearon precisamente para promover el orden y la paz, aunque en muchos países y lugares con poca educación y tradición de respeto a las leyes, estas no se cumplan. Aquí, en la República Dominicana, las leyes de tránsito son un claro ejemplo: están ahí, pero casi nadie las cumple. El desorden que vivimos a diario es la consecuencia de esto, y lo sufrimos todos, cuando no podemos movernos en calles y avenidas congestionadas. Esto no solo ocurre en la capital; los tapones son una plaga que afecta a todo el país.
Es como si los 10 millones de dominicanos tuvieran cada uno un vehículo y se coordinaran para salir todos a la misma hora.
El tema del tránsito siempre ha sido un dolor de cabeza en este país. Solo en una ocasión hubo un intento de solución: cuando el ingeniero Hamlet Hermann tomó la iniciativa y creó una unidad especializada, la Autoridad Metropolitana de Tránsito (Amet). Como suele pasar con las buenas iniciativas, duró poco. Siempre aparecen “poderosos” que se creen por encima de las leyes y, como una niña deseada, las ultrajan y violan con total impunidad. La falta de consecuencias alimenta estas violaciones.
Mientras las autoridades se esfuerzan por encontrar soluciones al caos, las ferias de vehículos nuevos y usados crecen como la verdolaga. Cada año se anuncian los cuantiosos beneficios económicos que dejan estas actividades.
No es malo poseer un vehículo ni tampoco las ferias de automóviles; al contrario, son indicios de un aumento en el poder adquisitivo de la población. Lo que sí es preocupante es que no se haya contemplado la ampliación de las vías para acomodar la circulación de tantos vehículos.
Las calles de todas las ciudades resultan insuficientes, y lo mismo ocurre con las autopistas. Por ejemplo, la Autopista Duarte es un verdadero caos. Como principal vía del país, sus estrechos carriles deben ser compartidos con todo tipo de vehículos pesados. Lo que antes era un viaje de dos horas a Santiago ahora requiere programarse para cinco o seis horas, con el consecuente gasto en gasolina, cada vez más cara.
Nunca se ha considerado que la autopista Duarte debería tener un carril exclusivo para camiones. Me enteré de que Octavio Manuel Estrella murió porque un camión lo impactó por detrás mientras transitaba por esta autopista, rumbo a una conferencia en Maimón. Un amigo camionero me dijo: “Los camiones no frenan”, advirtiendo que hay que mantenerse lejos de ellos, algo casi imposible en una vía donde los camioneros circulan por el carril central a velocidades como si fueran carros de carrera.
Hablo de la autopista Duarte porque la transito con frecuencia. Una amiga que vino de Estados Unidos la definió como “un camino vecinal en mal estado”.
Desconozco cuánto se ha invertido en su “ampliación”. No digo que sea malo invertir en mejorarla, pero una vía tan principal y con tanto tránsito debió ser diseñada mejor. Por ejemplo, la idea de un carril exclusivo para camiones habría reducido significativamente el número de muertos cada día y cada año.