Autopsia: los muertos y sus verdades

Autopsia: los muertos y sus verdades

Mi siempre recordada abuela paterna solía repetir: “El papel aguanta de todo”, en tanto que un hermano suyo decía: “Desde que se inventaron las mentiras ya nadie queda mal”. Ambas expresiones retumban en mis oídos cada vez que reviso un informe clínico, reporte sonográfico, certificado médico, o un certificado de defunción; comparándolos con los hallazgos registrados en un cadáver luego de una meticulosa y completa autopsia. Personas llegan a una sala de emergencia, medicadas y despachadas a sus hogares, falleciendo súbitamente durante el trayecto. Mediante el estudio post-mortem comprobamos que la nota clínica no guardaba ninguna relación con la condición del enfermo, que los resultados de las imágenes con “cálculos en los riñones” eran falsos, la certificación médica totalmente distinta de la realidad y que el certificado de defunción está divorciado de la real causa del fallecimiento.
La revista médica estadounidense The New England Journal of Medicine de fecha 14 de noviembre de 2019 publica en su columna Perspectiva y bajo la autoría del doctor Kevin M. de Cock y asociados, un artículo titulado: “Aprendiendo del muerto”. En dicho escrito los autores se lamentan de la reducción de la práctica de los estudios cadavéricos en la enseñanza y confirmación de causa y manera de muerte de los fallecidos en el último medio siglo, a nivel mundial. Añoran los tiempos en los que todos los médicos del hospital asistían con humildad y temor a la sala de necropsia, a fin de confirmar, negar o agregar los motivos reales que habían conducido al deceso del enfermo.
Allí internistas, cirujanos, imagenólogos, gineco-obstetras, pediatras y todos los demás especialistas se despojaban del orgullo y aceptaban el veredicto de la realidad reflejada a través de las entrañas del extinto. En los mejores centros asistenciales del mundo desarrollado hay un 30% de error en la certeza diagnóstica contemplada en vida. El desenlace final hubiese sido diferente de haberse establecido correctamente la enfermedad causante de la defunción.
Varias son las razones que se postulan para explicar los motivos responsables del descenso en el número de las autopsias. Una de ellas es que con la comercialización de la práctica médica muchas aseguradoras no cubren los gastos en los que se incurre al realizar una autopsia. Otra razón es que muchos patólogos consumen su tiempo facturando biopsias y estudios citológicos con mejores ingresos que lo que les reportaría una necropsia. Otra explicación, falsa, por cierto, sería que las nuevas técnicas diagnósticas hacían obsoleta la práctica de los exámenes posmortem.
Aduce el doctor De Cock que, aún sabiendo el diagnóstico de base en un enfermo, la necropsia puede aportar información que cambie el manejo terapéutico futuro. Refiere el caso de pacientes con Sida, en muchos de los cuales se encontró tuberculosis pulmonar o infecciones oportunistas por hongos. Esto ha venido a cambiar el pronóstico de la afección primaria.
Concluyen expresando los responsables del artículo con que, si a los muertos se les permitiera hablar a través de las autopsias, ellos expresarían su deseo de contribuir al bienestar de los vivos.
Entienden los autores que ha llegado la hora de colocar en la agenda de la salud pública mundial el tema de volver a aprender de los muertos.
Las morgues dominicanas deberían contar con mesa y sala de autopsia, conjuntamente con un personal de patología motivado en saber ¿de qué y por qué se muere nuestra gente?

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